jueves, 26 de mayo de 2016

Perdida


La chica alfa en la vida de todos
                                     
I de VII
Gone Girl, la tercera novela de la norteamericana Gillian Flynn (Kansas City, Missouri, febrero 24 de 1971), apareció en inglés, en 2012, publicada en Nueva York por Crown Publishers, y muy pronto se convirtió en un alharaquiento bets seller publicitado y canonizado por The New York Times, lo que derivó en su homónima adaptación al cine (con guión de la narradora, pero realizado con no muy buena fortuna), cuyo estreno, bajo la dirección de David Fincher, ocurrió el 3 de octubre de 2014. Traducida al español por Óscar Palmer con el título de Perdida, Random House en 2013 la editó en Barcelona y en “septiembre de 2014” publicó la “Primera edición en México en formato Debolsillo”, con una “nota final” de Rodrigo Fresán. 
David Fincher, Gillian Flynn y Ben Affleck
  Proyectada en “plan de película televisiva” de mediados de 2012, el tema neurálgico de Perdida es de lo más consabido, recurrente, trillado y trivial: un matrimonio gringo de raza blanca se enfrenta y pelea entre sí porque ella descubre que él la engaña con una joven amante. Lo singular y extraordinario del caso es la urdimbre de la novela; cómo la asombrosa Gillian Flynn, con notable y lúdica inteligencia y mucha malicia e ironía, arma el puntilloso suspense y el desglose de la trama, repleto de engaños al lector, de múltiples anécdotas y entresijos, y abundantes vueltas de tuerca y giros sorpresivos.

Gillian Flynn
  Dividida en tres partes (subdivididas en capítulos), Perdida se desarrolla y sucede en dos vertientes alternas y paralelas. Una corresponde a la voz, a la intimidad, al pensamiento y a la perspectiva de Amy Elliot Dunne y la otra a la voz, a la intimidad, al pensamiento y a la perspectiva de Nick Dunne. El meollo se desencadena el jueves 5 de julio de 2012, cuando en la pequeña y provinciana ciudad de North Carthage, Missouri, Amy Elliot Dunne desaparece del mapa. Ese día se cumple el quinto aniversario de su matrimonio con Nick Dunne. Ella tiene 38 años y él 34 y no han engendrado hijos. Hace menos de dos años llegaron de Nueva York, donde se conocieron el 8 de enero de 2005, se enamoraron y se casaron. Allí, en el 2010, cayeron en el desempleo (él era periodista en una revista de cine donde escribía sobre películas y ella redactora en una revista femenina para adolescentes donde escribía tests de personalidad), y por ello emigraron a North Carthage, donde Nick nació y vivió su infancia y adolescencia, pero sobre todo porque Maureen Dunne, la madre de él, padece un cáncer terminal.

Primera edición en Debolsillo, Random House
México, septiembre de 2014

II de VII
En “Chico pierde chica”, la primera parte de la novela, en lo que concierne a la vertiente que narra la cotidianidad de Nick Dunne, el tiempo avanza hasta el séptimo día de la desaparición de Amy, cuyo matrimonio, repleto de crisis y contradicciones, no era óptimo ni feliz. La policía, encabezada por los detectives Rhonda Boney y Jim Gilpin, inicia las pesquisas y los interrogatorios de lo que a priori parece un secuestro con violencia, que quizá implique el asesinato. Y por ello el escenario del crimen, que es la enorme casa (con apariencia de onerosa McMansión) que los Dunne rentaron junto al río Mississippi, es precintada y tomada por los investigadores y peritos. Nick se refugia en casa de Margo, su hermana melliza a la que llama Go y con quien comparte el manejo de El Bar, negocio montado con 80 mil dólares prestados por Amy, a quien se tiene por niña rica, hija de Marybeth y Rand Elliot, un par de amorosos y viejos psicólogos infantiles que a cuatro manos han escrito, durante más de 25 años, una serie de populares libros para niños sobre La asombrosa Amy, cuyo idealizado y retocado modelo es la Amy de carne y hueso, y con cuyas ganancias fincaron la mal administrada y volátil burbuja de su fortuna (poseen una “restaurada casa construida en 1822” y de regalo de bodas les dieron, a Amy y a Nick, una extravagante “casa marrón en Brooklyn”, “justo frente al puente, con la gran vista de Manhattan en pantalla panorámica”).
   
Margo Dunne, la detective Rhonda Boney, Nick Dunne y Amy Dunne
(Carrie Conn, Kim Dickens, Ben Affleck y Rosamund Pike)
Fotograma de Perdida (2014)
   Dos días después de la desaparición de Amy, en “un salón de baile en desuso” del hotel Days Inn, donde se hospedan los Elliot, se arma el tinglado de la publicitaria campaña “Encontremos a Amy Dunne”, con amplias repercusiones mediáticas en la televisión, en la prensa y en internet, que repuntan cuando Nick Dunne empieza a ser señalado como posible asesino de su esposa (de quien el sexto día de su desaparición se anuncia embarazada), particularmente En directo con Ellen Abbott, un amarillista e incendiario “programa de televisión por cable especializado en mujeres desaparecidas y asesinadas”.
En ese lapso de siete días, Nick, paralelo a la indagación policíaca y a su subrepticio amorío con Andie Hardy —una sensual y jugosa joven de 23 años que es su alumna en su clase de periodismo de revistas en la universidad comunitaria de North Carthage—, sigue las etapas de “la caza del tesoro”, un juego de íntimas y crípticas pistas y sorpresas ocultas que culminan con un regalo escondido que Amy, cada año, dispone para celebrar el aniversario de su matrimonio; pero aunadas a las pistas del juego, él paulatinamente descubre facetas que desconocía de la personalidad de Amy e indicios que lo señalan, ante la policía, como autor de la desaparición y asesinato de su mujer supuestamente embarazada. A ello se añade el hecho de que Amy, el pasado día de San Valentín (el 14 de febrero de 2012), intentó comprar una pistola en el Riverway Mall, un centro comercial abandonado y repleto de drogadictos, desempleados, malhechores y traficantes de droga, porque, según le dijo al posible vendedor, “había alguien que la tenía muy inquieta”.

III de VII
En lo que respecta a la vertiente que a Amy Elliot Dunne le corresponde en “Chico pierde chica”, la primera parte de la obra, se leen páginas del supuesto diario personal de ella (sólo hasta la segunda parte de la novela se sabrá, el décimo día de la desaparición de Amy, que Nick desconocía su existencia y que es un diario matizado, equívoco y mentiroso, inventado para incriminarlo a partir de episodios verdaderos), con entradas que comprenden siete años, que van del “8 de enero de 2005”, el día que Amy y Nick se conocieron en una fiesta de escritores en Brooklyn, hasta el “26 de junio de 2012”, 9 días antes de que se celebre el quinto aniversario de su boda y de que ella desaparezca. Ese día anotó cantarina:
Amy Elliot Dunne iniciando su diario
(Rosamund Pike)
Fotograma de Perdida (2014)
   “¡Estoy embarazada!
“Y entonces, alguien aparte de mí lo supo y me entró el pánico.
“Cuando regresé a casa, tuve dos pensamientos.
“Uno: La semana que viene es nuestro aniversario. Utilizaré las pistas como cartas de amor, las cuales conducirán a Nick hasta una hermosa cuna de madera, una antigüedad. Le convenceré de que debemos estar juntos. Como familia.
“Dos: Ojalá hubiera podido hacerme con esa pistola.
  “[...] 
  “No puedo evitarlo. Nick se casó conmigo cuando era una mujer joven, rica y hermosa; ahora soy una mujer pobre y desempleada que se encuentra más cerca de los cuarenta que de los treinta. He dejado de ser hermosa, ahora soy hermosa para mi edad.
  “[...]
  “No voy a abortar. El bebé cumple hoy seis semanas en mi vientre, tiene el tamaño de una lenteja y está formando ojos, pulmones y orejas.
  “[...]
 “Qué afortunada soy, este es mi marido, este hombre será el padre de mis hijos. Seremos todos tan felices.
  “Pero puede que me equivoque, puede que me equivoque de cabo a rabo. Porque a veces... ¿cuándo veo la manera en que me mira? ¿Aquel dulce muchacho de la playa, el hombre de mis sueños, el padre mi hijo? Lo sorprendo observándome con ojos atentos, los ojos puramente calculadores de un insecto, y pienso: ‘Este hombre podría matarme’.
  “Así que si encuentras esto y estoy muerta, en fin...
  “Lo siento, eso no ha tenido gracia.”

IV de VII
Lo más revelador y trascendente de “Chico conoce chica”, la segunda parte de la novela, es la vertiente que corresponde a Amy Elliot Dunne (que va del día de su desaparición a 40 días después), pues en ella el lector accede a los íntimos códigos y entretelones de su idiosincrasia y funcionamiento mental, al trasfondo de su psicótico, malvado, celoso y vengativo pensamiento, a su perverso y lascivo imaginario, a los resquicios de su obscena e insolente labia de energúmeno rapaz, a su cuestionable inmoralidad delictiva y de baja estofa, y en general a su nauseabunda personalidad megalómana, egocéntrica y competitiva, carente de empatía hacia el otro y por ende se vale de las mentiras, de las puñaladas traperas, de las trampas, del quebrantamiento de las normas, del delito, y del frío y planificado castigo y asesinato para lograr sus propósitos y fines. Ella, asidua lectora de crímenes reales, es la supuesta “chica alfa en la vida de todos”, un modelo de hipocresía y autodeificación a la que siempre le gusta ganar, cueste lo que cueste (utilizando mil y un engaños y triquiñuelas e incluso dañándose físicamente a sí misma), maquillada y camuflada en su facha de guapetona y rubia mosquita muerta que no mata una mosca ni muerde un plátano. Porque ella no desapareció por ningún motivo violento, nadie la secuestró ni tocó, nadie la utilizaba sexualmente, nadie la amenazó de muerte, nadie quería matarla, nadie la embarazó, sino que, por celos y venganza, decidió desaparecer y suicidarse (planeó su ahogo en las aguas del Golfo de México) con el obsesivo y maniático objetivo de “Joder a Nick Dunne”, de castigarlo, de exhibirlo públicamente y judicialmente matarlo, pues el tontorrón de Nick, ante el oprobio y el rechazo social, sería sentenciado a la pena de muerte (“Missouri tiene la pena de muerte”), acusado y juzgado de asesinarla embarazada, sólo por el simple, común y vulgar hecho (que ameritaría el resentido y beligerante pero civilizado divorcio) de que en abril de 2011 descubrió que lo engañaba con una joven a quien de “puta” o “putilla” no la baja. Y aquí vale subrayar y recalcar que su odio y resentimiento no se restringe a Nick Dunne y a Andie Hardy, sino que también desdeña y menosprecia hasta las heces y la saciedad a sus propios padres (quienes ignoran qué tipo de sociópata y hez de la canalla es su hija) y en general a todo lo que camine, se le atraviese, respire o se mueva sobre la faz de la tierra. 
   
Amy Elliot Dunne con su gato Bleecker
(Rosamund Pike)
Fotograma de Perdida (2014)
    Es decir, en el lindero que a Amy le corresponde en la segunda parte de la novela, ella revela que la “Amy Diario” (dizque solidaria con los enfermos padres de Nick, dizque amiga de Noelle Hawthorne, con dizque fobia a la sangre y a las jeringas, quesque víctima de desahogos sexuales de su marido, de supuestos golpes y amenazas de él, quien dizque no quería que se embarazara y de quien supuestamente ignoraba que tenía una amante) es un invento suyo, una máscara —tan falsa como es su presunto embarazo o como “la Chica Cool” que enamoró a Nick Dunne—, una pieza clave del muy elaborado, psicótico y secreto plan para incriminar a su esposo, que ella urdió entre abril de 2011 y el jueves 5 de julio de 2012, el día que desparece. No obstante, no es perfecta y no todo lo planeado sale como ella quiere. Cortándose y tiñendo su cabello y camuflada en un Festiva 1992, el día que desaparece se esconde en una rentada cabaña en las inmediaciones de Ozark, Missouri, diminuta, pero con televisión por cable para seguir las noticias y programas que se ocupan de su telenovelero y escandaloso caso, y donde decide no suicidarse. Allí entabla un vínculo simuladamente amistoso con un par de vecinos, cada uno hospedado en su correspondiente cabaña. Uno es “un hippie a lo Grizzly Adams”, que dice llamarse Jeff y que se dedica a la pesca clandestina; es decir, a pescar los peces de un restaurante que luego vende. Y el otro es una atractiva joven que dice llamarse Greta, con marcas de maltrato machista, a quien en un episodio la engañosa de Amy visita llevándole un tomate que a ella le regaló Dorothy, la recepcionista de las cabañas. Pero lo sintomático de su oculta, hipócrita y mezquina personalidad se manifiesta cuando, dice, “Greta se levanta para ir al baño y yo entro de puntillas en la cocina, abro el refrigerador y escupo en la leche, el jugo de naranja y un recipiente con ensalada de papa, después regreso de puntillas a la cama.” Lo cual recuerda su escatológico comportamiento para engañar y utilizar a Noelle Hawthorne, una joven madre embarazada y con pequeños trillizos —que pregona ser la única amiga de Amy en North Carthage y quien luego revela su supuesto embarazo durante una vigilia pública en un parque—, y todo el desprecio, la desestima y la sorna con que Amy la apostrofa y sobaja (“pequeña idiota”, “las feas siempre aprovechando la ocasión de llamar la atención”) cuando describe el interior de su modesta casa, su condición de embarazada y madre de tres niños y el astuto modo en que, sin que Noelle lo advierta, le roba su orina y que luego Amy lleva con un médico, para dejar constancia y expediente de su supuesto embarazo, dado que dice tenerle fobia a la sangre y a las jeringas. Pero Amy no es la única granuja que infesta el mundanal mundo inmundo. Así que el noveno día de su desaparición, en el momento en que ella limpia la cabaña para marcharse de allí sin dejar huellas que la policía detecte —sospecha que Greta ha descubierto su identidad viendo las noticias y el programa de Ellen Abbott y que Jeff intentó apoderase de la riñonera donde guarda los un poco más de ocho mil dólares que lleva consigo—, éstos, compinchados, se meten en la cabaña y con amenazas y amagos le roban la riñonera y Amy, que no sabe dar golpes, puñetazos y patadas, se queda sin un clavo en el bolsillo y sin saber qué rumbo tomar.
     
Nick Dunne con el cadáver de Amy Elliot Dunne
(Ben Affleck y Rosamund Pike)
Imagen publicitaria de Perdida (2014)
    Luego de pasar la noche temerosa y agazapada en el Festiva, dispuesto “en el extremo más alejado del estacionamiento de un enorme complejo de comida rápida junto a la orilla de río Mississippi”, el décimo día de su desaparición Amy llama por teléfono a Desi Collings, quien vive en Saint Louis, Missouri, y quien fue su primer novio, cuando entre sus 14 y 15 años ella era alumna “en un internado privado de Massachusetts llamado Wickshire Academy” y “Desi Collings era alumno en el internado para chicos equivalente a Wickshire”. Desde entonces es su fiel pretendiente, quien no ha dejado de escribirle cartas, pese a un retorcido episodio de esa lejana época: Amy, para distanciarlo, inventó y lo acusó de que, desnudo, intentó suicidarse en la cama de ella con una sobredosis de pastillas; además de que también le contó otras dos sintomáticas mentiras: que Rand Elliot, su padre, continuamente la violaba en su recámara; y que Jacqueline Collings, la madre de Desi, la había atacado, pero fue la misma Amy quien se arañó el rostro.
   
Desi Collings
(Neil Patrick Harris)
Fotograma de Perdida (2014)
    Desi Collings se reúne con Amy en el bar de “un casino ribereño llamado Horseshoe Alley”, donde ella lo espera con su “peinado Dorothy Hammill” y unos kilos de más, ganados para camuflarse. Ella, que piensa que Desi es “un hombre al que poder usar para lo que sea”, le cuenta su inventada historia de víctima de Nick Dunne y le pide un préstamo para “seguir escondida” y “sobrevivir una temporada”. Pero él, en vez de darle el dinero y dejar que se vaya, la persuade para ocultarla y protegerla e incluso le ofrece marcharse del país, juntos, a donde ella quiera. Así que la convence de que se esconda en su “casa del lago”. Abandonan el Festiva más allá de la “línea estatal de Illinois”, previamente limpiado de objetos comprometedores y de las huellas digitales, y regresan a Missouri en el “Jaguar de colección” de él y se dirigen al lago Hannafan, donde se halla “la exquisita mansión de Desi”, “un palacio suizo a escala norteamericana”. Allí, Amy, además de que ve que Desi no le da una tarjeta bancaria ni el dinero que le pide y necesita, ni las llaves y claves para entrar y salir cuando le dé la gana, observa que la casona no es una improvisación, sino que ha sido fervorosa y meticulosamente diseñada para ella, para la idealizada Amy Elliot de la época del instituto Wickshire. Lo cual recuerda la foto que Nick Dunne descubre, al quinto día de la desaparición de su esposa, en la riquísima “mansión en Ladue” donde Desi vive con su madre Jacqueline Collings: “Detrás de Desi había una larga y encerada mesa de pared sobre la que reposaban varias fotos en marcos de plata. En el centro había una extragrande de Desi y Amy cuando iban al instituto, vestidos de blanco para jugar al tenis, los dos tan absurdamente elegantes, tan glamorosos, que podría haber sido un fotograma de una película de Hitchcock.”
La periodista Sharon Schieber entrevista a Nick Dunne
(Sela Ward y Ben Affleck)
Fotograma de Perdida (2014)
   Entre el décimo y el cuarentavo día de su desaparición, Amy vive allí, en la “casa del lago”, atrapada sin salida. Durante ese tiempo recupera su peso gracias a la frugal dieta que a propósito le brinda Desi. A través de la entrevista en televisión abierta que le hace Sharon Schieber a Nick Dunne y de los videos que éste divulga en el “blog sobre crímenes llamado Quienlohizo” (fingidos con vestuario y parlamentos ex profesos para persuadir a Amy de que él la ama y de que regrese a casa), Amy se convence de que Nick está arrepentido, que le pide perdón y que se ha vuelto a enamorar de ella (intríngulis inverosímil tratándose de la odiosa y maldita hez de la canalla) y por ello se dispone a regresar. Para ello, con el cinismo y el frío cálculo que la caracteriza, planea, incluso dañándose las muñecas y la vagina, el minucioso y escenográfico asesinato de Desi Collings, de tal modo que la policía y la opinión pública la tomen por la pobre, bella y frágil víctima de un secuestro y de continuas vejaciones y violaciones, que abortó sin proponérselo y que mató a Desi en defensa propia.

V de VII
La vertiente alterna que a Nick Dunne le corresponde en “Chico conoce chica”, la segunda parte de la novela, inicia con el séptimo día de la desaparición de Amy Elliot Dunne, cuando él, siguiendo la cuarta y última pista de “la caza del tesoro” (cuyos sitios, además, son lugares en los que Nick tuvo sexo con Andie Hardy), descubre, en el cobertizo de la casa de su hermana Margo, los costosos objetos comprados con las tarjetas de crédito a su nombre (que él no promovió ni adquirió) y varias cajas con películas porno, embrollo que es parte del detallista, envilecido y obseso puzle urdido por su cónyuge para incriminarlo ante la policía. Y concluye a los 33 días de la desaparición de ella, cuando los detectives Rhonda Boney y Jim Gilpin se presentan en su McMansión, junto a Tanner Bolt, el neoyorquino y reputado abogado de Nick, para oficialmente detenerlo por el asesinato de su esposa embarazada, pues hasta entonces le muestran la presunta “arma del crimen” “dentro de una bolsa de pruebas”. Se trata de “un largo y grueso garrote con delicadas estrías para apoyar los dedos”, hallado cerca del río Mississippi y de su casa, al cual le encontraron “rastros de sangre de Amy”, y que es el mango que le faltaba a Judy, una de las tres marionetas antiguas que su cónyuge le dejó de críptico regalo, por su quinto aniversario de bodas, dentro de una rutilante caja oculta en el susodicho cobertizo. Cuyo abstruso significado en clave, adjunto a una carta, Nick desentrañó el séptimo día de la desaparición de Amy, auxiliado por su hermana Go consultando internet y que en resumidas cuentas, quiere decir, le dice: “no querías que quedase embarazada, montaste en cólera y los mataste tanto a ella como al bebé nonato.”
Margo Dunne y el abogado Tanner Bolt
(Carrie Coon y Tyler Perry)
Fotograma de Perdida (2014)



VI de VII
La vertiente que a Nick Dunne le corresponde en “Chico recupera chica (o viceversa)”, la tercera y última parte de la novela, inicia el 14 de agosto de 2012, que es el cuarentavo día de la desaparición de Amy, día que Nick, en espera del juicio, es puesto en libertad bajo fianza, luego de haber pasado 7 días preso, acusado del asesinato de su mujer embarazada. Y es, además, el rimbombante y sonoro día en que Amy regresa a la MacMansión ante la sorpresa y la alharaca de la prensa y de los equipos de televisión apostados en el jardín. Según narra Nick:
“Amy Elliot Dunne, de pie y descalza frente a mi puerta con un fino vestido rosa que se pegaba a ella como si estuviera mojado. Los tobillos marcados por redondeles morados. De una muñeca débil colgaba un pedazo de alambre. Llevaba el pelo corto y abierto por las puntas, como si hubiera sido cortado descuidadamente con unas tijeras romas. Tenía el rostro contusionado, los labios hinchados. Estaba sollozando.
“Cuando tendió los brazos hacia mí, me di cuenta de que tenía la parte central del vestido manchado con sangre seca. Intentó hablar; abrió la boca una vez, dos, en silencio, como una sirena varada.
“—¡Nick! —gritó al fin, con un alarido que resonó contra todas las casas vacías, y cayó a mis brazos.
“Quise matarla.”
Amy Elliot Dunne regresando a su casa en North Carthage
(Rosamund Pike)
Fotograma de Perdida (2014)
      Pero no la mata, pese que ganas, odio y motivos le sobran y a que en un momento está a punto de hacerlo, sino que casi de inmediato y sin oponer resistencia y sin alejarse de su influjo ni de la casa donde coexisten sin amarse ni confiar el uno en el otro, se pliega y somete a la voluntad y a los designios manipuladores de Amy, que siempre se imponen ante lo que pretende y trate de hacer él, negándole el divorcio y coaccionándolo mediante sucesivas amenazas, golpes bajos y trampas.

Según Nick —quien en un pasaje dice admirar la inteligencia de Amy para joderlo y en otro apunta que están hechos el uno para el otro (una encubierta y tenue variante del esquema de la Venus de las Pieles y el esclavo urdido por Leopold von Masoch en el siglo XIX), va a vencer y a liberarse de la maldita y odiosa Amy narrado la verdadera versión de los hechos en un libro que escribe en su laptop y que titula Zorra psicótica (incluso ella, el día de su regreso, desnudos en la bañera y con el ruido del agua corriendo para que posibles micrófonos ocultos no graben su voz, le susurra en la oreja los pormenores del asesinato de Desi Collings). Pero a las “Veinte semanas tras el regreso”, que es el capítulo con que concluye la vertiente que a Nick Dunne le corresponde en la tercera y última parte de la novela, ella le revela que está embarazada. Al oír la noticia, Nick no le cree porque no la ha tocado “desde su regreso” y por ende la arrastra hasta el consultorio de un médico donde confirman el embarazo. Y entonces evoca que cierta vez dejó sobre la mesa el aviso de que su semen, “en algún congelador hospitalario”, iba a ser destruido y colige que ella, semejante a otros casos,” guardó su semen. “Sólo por si acaso.”
Esto signa la derrota y el sometimiento de Nick Dunne. Destruye, coaccionado por ella y el embarazo, el archivo de la Zorra psicótica que terminó ese día y se desmarca de las reuniones que él, con su hermana Margo y con la detective Rhonda Boney, subrepticiamente hacían para hallar alguna prueba que incriminara y desenmascarara a la repugnante Amy, y se entrega, servil y perrunamente, a procurar el embarazo de su esposa, ansioso de que su hijo nazca.
Amy Elliot Dunne en la bañera
(Rosamund Pike)
Fotograma de Perdida (2014)
  Y aquí vale subrayar que Amy Elliot Dunne, la maldita hez de la canalla, es la ganona de la novela y de la teleserie. Ningún periodista de la nutrida jauría que seguía el caso, por cuenta propia o de su medio, desentraña el intríngulis de los mediáticos y escandalosos sucesos. El par de agentes del FBI de Saint Louis, presentes en la declaración que Amy hizo en la comisaría de North Carthage el día de su regreso, nunca dan pie con bola, se quedan en babia, más lelos que un lelo. Jacqueline Collings, pese a que podría costearlo, nunca paga una investigación alternativa y privada que llegue al fondo de la cloaca y desenmascare a la asesina de su hijo único, porque ella, que conocía, convivía y consentía a Desi, sabe que Amy lo mató, pese a que no pueda demostrarlo. Tanner Bolt, el célebre y oneroso abogado de Nick —el “Defensor de los Degenerados” “conocido como el Halcón Consorte”, pues “su especialidad era la de abalanzarse en picada sobre casos bien publicitados para defender a hombres acusados de haber asesinado a sus esposas”—, auxiliado por su mujer, la abogada Betsy Bolt (“una despampanante negra de metro ochenta de alto”), quien tuvo cinco detectives buscando el paradero de Amy, nunca pudo hallarla ni acusarla de ningún delito, pues pretendía demostrar que Amy estaba viva y que su cliente era incriminado por ella. Las indagaciones de la policía de North Carthage, encabezadas por Rhonda Boney y Jim Gilpin, nunca desvelaron a la verdadera delincuente y asesina y sólo siguieron las pistas que Amy les sembró para incriminar a Nick, e incluso, con llamadas anónimas “a la línea de ayuda de Amy Dunne” les reveló tres pistas que incidieron en el erróneo y ridículo rumbo de la investigación: que el chamuscado diario de Amy estaba en la caldera de la solitaria casa en venta donde otrora vivía Bill Dunne, el padre de Nick, entonces recluido, por su senilidad y mal de Alzheimer, en la clínica Comfort Hill; que en el cobertizo de la casa de Margo se escondían costosos objetos comprometedores; y que el bolso de Amy yacía abandonado a la vera del río Mississippi en el poblado de Hannibal, Missouri, el cual tenía las huellas de Nick; no obstante, le dice la detective Rhonda Boney: “la teoría es que el bolso fue depositado intencionalmente en la orilla para asegurarse de que era hallado”.


VII de VII
La vertiente que a Amy Elliot Dunne le corresponde en “Chico recupera chica (o viceversa)”, la tercera y última parte de la novela, inicia con la cínica y colorida reseña que ella hace del maltrato y las deplorables condiciones físicas con que regresa el cuarentavo día de su desaparición; cómo engaña al médico que la revisa con la detective Rhonda Boney al lado y el modo en que la policía hallará el cuerpo desangrado y asesinado de Desi Collings —escena que ella fría y calculadamente urdió, montó y maquilló—; cómo regresó a su casa manejando el Jaguar de Desi; y cómo le miente a los detectives que en la comisaría le toman su declaración. Y concluye el 4 de julio de 2013, un día antes de que nazca su hijo y de que se celebre el primer aniversario de su desaparición. Pero Amy lo narra de un modo no menos amoral, descarado, sardónico, celebratorio, autoapoteósico y megalómano, luego indicarle al lector —sabiendo que ella y Nick no se aman en esa pestífera y patética red e interdependencia— que se pueden leer “más reflexiones” suyas sobre el amor “en Asombrosa. ¡Muy pronto a la venta!”, que es el libro donde ella cuenta las minucias de “su Asombrosa historia” y presunto secuestro. Así que a manera de preludio del bosquejo de su dominio y domesticación de Nick, el esclavo, apunta:
   
Amy Elliot Dunne y Nick Dunne
(Rosamund Pike y Ben Affleck)
Fotograma de Perdida  (2014)
      “Pero primero: la maternidad. La fecha del parto es mañana. Resulta que mañana es nuestro aniversario. Seis años. Hierro. Se me ha ocurrido regalarle a Nick un bonito par de esposas, pero puede que todavía no le parezca divertido. Me resulta muy extraño pensar que hace justo un año estaba desarmando a mi esposo. Ahora casi he terminado de volverlo a armar.

“Nick ha dedicado todas sus horas libres de estos últimos meses a untarme el vientre con aceite de coco, a salir corriendo en busca de pepinillos y a darme masajes en los pies; todas las cosas que los buenos futuros padres deberían hacer. En resumen, a consentirme. Está aprendiendo a amarme de manera incondicional, siempre bajo mis condiciones. Creo que finalmente vamos camino de la felicidad. Al fin lo veo todo claro.
“Estamos en la víspera de convertirnos en la mejor y más deslumbrante familia nuclear del mundo.
“Solo debemos ser capaces de sostenerlo. Nick aún no lo tiene del todo perfeccionado. Esta mañana me estaba acariciando el pelo y preguntándome si podía hacer alguna otra cosa por mí y le he dicho:
“—Caray, Nick, ¿por qué eres tan maravilloso conmigo?
“Se suponía que debía responder: ‘Te lo mereces. Te quiero’.
“Pero ha respondido:
“—Porque me das lástima.
“—¿Por qué?
“—Porque cada mañana tienes que despertarte y ser tú.”
Amy Elliot Dunne
(Rosamund Pike)
Fotograma de Perdida (2014)



Gillian Flynn, Perdida. Traducción del inglés al español de Óscar Palmer. Nota final de Rodrigo Fresán. 1ª edición mexicana en Debolsillo, Random House. México, septiembre de 2014. 476 pp.



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Enlace a un trailer de Perdida (2014), película dirigida por David Fincher, basada en la novela homónima de Gillian Flynn.

sábado, 21 de mayo de 2016

La neblina del ayer



Ella también cantaba boleros

Premio Hammett 2006
(Tusquets, México, 2005)
Con La neblina del ayer (Tusquets, 2005), el cubano de Leonardo Padura Fuentes obtuvo, en 2006, el sonoro Premio Internacional de Novela Dashiell Hammett, otorgado por la Asociación Internacional de Escritores Policíacos durante la anual Semana Negra de Gijón (en el Principado de Asturias, España) a la mejor novela policíaca escrita en español. En La neblina del ayer es el verano de 2003, en La Habana, y Mario Conde, de 48 años, quien fue policía investigador entre 1979 y 1990, ya lleva trece años en el escuálido y magro negocio de la compra-venta de libros de viejo. 
En su papel de rastreador ambulante por las calles habaneras, imprevistamente se halla ante una “casona umbría de El Vedado”, en cuyo interior, con elocuentes rasgos de escasez de mobiliario y deterioro físico, se oculta y custodia, desde hace 43 años y en excelentes condiciones, una extraordinaria y onírica biblioteca, el regio acervo de tres generaciones de Montes de Oca (desde las guerras de Independencia), donde el Conde hojea y describe, con deleite y placer, auténticas joyas de la historiografía y bibliografía cubana y del globo terráqueo.
Una vez iniciados los primeros trámites que el ex policía y su socio Yoyi el Palomo acuerdan con los fantasmales custodios de la biblioteca: los hermanos Ferrero, Dionisio y Amalia (sesentones, empobrecidos y hambrientos), el Conde descubre, entre las páginas de un recetario imposible impreso en 1956, el recorte de un ejemplar de Vanidades fechado en mayo de 1960, donde una hermosísima cantante de boleros: Violeta del Río, anuncia su inminente retiro y su última presentación en el “segundo show del cabaret Parisién” (donde otrora Frank Sinatra cantara ante la mafia), pese a que en su breve y vertiginosa carrera apenas había grabado el “single promocional Vete de mí, como adelanto de su long play Havana Fever”, que nunca se hizo.
Tal icónico hallazgo, seductor para el Conde, y el hecho de que al parecer nadie sabe ni recuerda nada de tal bolerista, suscita las primeras interrogantes y pesquisas detectivescas del ex policía, las cuales se agudizan cuando los hermanos Ferrero les dicen, a él y al Yoyi, que un inesperado negro, alto, cojo, y con acento y verborrea de predicador adventista acaba de revisar los libros (como si alguien recién le hubiera delatado su oculta existencia), y más aún: cuando Dionisio aparece misteriosamente asesinado en la puerta de la biblioteca.
Leonardo Padura
El cubano Leonardo Padura (La Habana, octubre 9 de 1955) tiene en su haber artículos periodísticos, ensayos, cuentos, novelas y guiones de cine. En sus obras policiales —el cuarteto de novelas “Las Cuatro Estaciones” y las novelas Adiós, Hemingway (Tusquets, 2006), La cola de la serpiente (Tusquets, 2011) y Herejes (Tusquets, 2013)— descuella Mario Conde, su recurrente protagonista y alter ego, quien en La neblina del ayer exacerba su bibliofilia, sus hábitos de lectura y su latente, idílico y reprimido sueño de algún día convertirse en escritor: “tener una pequeña casa de madera, a la orilla de una playa, donde dedicaría las mañanas de su imaginación a escribir alguna de las novelas que todavía planeaba, las tardes a pescar y deambular por la arena, y las noches a disfrutar de la compañía y el calor húmedo de una mujer, olorosa a algas, brisa marina y flores de efluvios nocturnos”.
Escrita en Mantilla, Cuba, entre el “verano de 2003” y el “otoño de 2004”, y dedicada a su mujer Lucía López Coll, el título de la novela proviene de un fragmento del bolero “Vete de mí”, de Virgilio y Homero Expósito, colocado por Leonardo Padura como epígrafe de la primera parte: 
                                                  Seré en tu vida lo mejor
                                                  de la neblina del ayer
                                                  cuando me llegues a olvidar, 
                                                  como es mejor el verso aquel
                                                  que no podemos recordar. 
Es decir, puesto que el acetato de 45 revoluciones de Violeta del Río sólo tiene un par de canciones: una en cada lado, La neblina del ayer se divide en dos partes, referidas como si fueran los dos lados del disco: “Cara A: Vete de mí” y “Cara B: Me recordarás”, canción de Frank Domínguez. Y entre el conjunto de capítulos que conforman cada parte, aparecen entreveradas una serie de sentimentales, evocativas y dramáticas cartas en cursiva firmadas por una tal “Tu nena”, cuya identidad y destinatario se descubren mucho antes del final de la obra, pero cuya repartición cronológica a lo largo de las páginas forma parte del suspense (o de los suspenses) y de la urdimbre de preguntas y giros sorpresivos que el desglose de la obra implica alrededor de las dos susodichas desapariciones que tienen que ver con algo que se esconde en la biblioteca, intuye (“debajo de la tetilla izquierda”) y luego deduce el Conde: Violeta del Río en 1960 y Dionisio Ferrero en 2003.
Ahora que si los sucesos del presente ocurren durante un poco más de diez días del verano de 2003 en La Habana y en ellos se advierte una minuciosa mirada crítica, melancólica, dramática y desencantada de la vida cotidiana en ciertos míseros, violentos, desvencijados y astrosos recodos de la capital cubana, su intromisión y exploración cultural e histórica en la ínsula deambula por los años 50 (e incluso décadas antes) y atraviesa el entusiasmo y el frenesí ideológico y nacionalizador desencadenado con el triunfo de la Revolución en enero de 1959, y cómo esto, con el paso del tiempo, se fue convirtiendo en un pantano no pocas veces pútrido y atacado por la paulatina, hedionda y supurante esclerosis múltiple. 
Sin embargo, la chispa, el humor, la lúdica espontaneidad, la ternura, el afecto, la inventiva y el jolgorio habanero esta allí, vivito, palpitando, sobre todo en lo que concierne al habla y a las vivencias de Mario Conde y su círculo de fraternos y entrañables amigos: Tamara (su amorosa cómplice), el perro Basura, y sus compinches: el Flaco Carlos (incluida su madre y sus virtudes culinarias de Maga del Caldero), quien ya no es flaco y sobrevive encadenado a la silla de ruedas ganada gracias a la estúpida y mercenaria guerra en Angola; el cristiano Candito el Rojo; el Conejo y su revulsiva visión histórica; y el Yoyi, veinte años menor que el Conde, con habilidad para los negocios emergentes e informales y quien ve a aquéllos (coterráneos del ex poli), no sin razón y con juguetona ironía, como homúnculos de otro planeta. 
Leonardo Padura sostiene la abrasiva amenidad en cada página. Y de la trama de La neblina del ayer (con múltiples menudencias, anécdotas y digresiones) un lector podría entresacar y antologar el conjunto de historias relativas a otros personajes que aparecen durante las reminiscencias del Conde o durante las indagaciones de éste (a veces acompañado por el Yoyi y su rutilante Chevrolet Bel Air 1956). 
Por ejemplo, lo que concierne al contrabandista y tratante de libros Pancho Carmona; a Rogelito, ex timbalero nonagenario; al ex periodista Silvano Quintero, quien siguió y publicitó la fugaz carrera de Violeta del Río; a Katy Barqué, megalómana ex cantante de boleros y rival de ésta; a Flor de Loto, bailarina y desnudista del Shangai y amiga de Violeta; a Cristóbal el Cojo, ex bibliotecario y otrora mentor del adolescente Mario Conde en el Pre de La Víbora; a Nemesia Moré, madre de los hermanos Ferrero; a Rafael Giró, bibliófilo, melómano, crítico de música y coleccionista de acetatos, quien le cambia al Conde su viejo disco de Violeta del Río por un ejemplar de la primera edición de Historia universal de la infamia que ostenta una dedicatoria de Borges a Victoria Ocampo, libro hallado y extraído de la biblioteca de los Montes de Oca.


Leonardo Padura, La neblina del ayer. Colección Andanzas (577), Tusquets Editores. México, 2005. 360 pp.



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"Vete de mí", Olga Guillot (voz) y la Orquesta Humberto Suárez

La trilogía Dupin


El proyector de sombras



(Emecé, Buenos Aires, 1943)
En la página 340 del póstumo y ladrillesco Borges. Una biografía literaria (FCE, México, 1987), el uruguayo Emir Rodríguez Monegal (fallecido el 14 de noviembre de 1985 a los 64 años) al bosquejar el contenido del legendario Los mejores cuentos policiales que Jorge Luis Borges (1899-1986) y Adolfo Bioy Casares (1914-1999) pergeñaron ex profeso para Emecé Editores (entonces una pequeña empresa que lo publicó, en 1943, en Buenos Aires), apunta que “algunos de los 16 cuentos de esa antología corresponden a nombres obvios como Edgar Allan Poe (‘La carta robada’), Robert Louis Stevenson (un fragmento de El mayorazgo de Ballantrae), Arthur Conan Doyle (‘La Liga de los Cabezas Rojas’), Gilberto Keith Chesterton (‘El honor de Israel Gow’), Ellery Queen (‘Filatelia’) y Georges Simenon (‘La noche de los siete minutos’)”. Este fragmento basta, junto con los demás datos, para que el lector del siglo XXI se percate —con asombro o desconcierto— que tal nómina difiere de la nómina que figura en la antología Los mejores cuentos policiales 1, sucesivamente coeditada por la argentina Emecé Editores y la española Alianza Editorial con el número 368 de la serie El libro de bolsillo. El ejemplar del reseñista es la sexta edición y data de 1985; y en la página legal el copyright de Emecé está datado en “Buenos Aires, 1962” y el de Alianza en “Madrid, 1972, 1976, 1979, 1981, 1982, 1985”.
(Alianza/Emecé, Madrid, 1985)
       Tal libro carece de prefacio y según Monegal la antología de 1943 tampoco tuvo alguno y anota: “aunque el libro no lleva prólogo, hay en la solapa algunas afirmaciones lapidarias: ‘Inventado en 1841 por el insigne poeta Edgar Allan Poe, el relato policial es el más reciente de los géneros literarios. Cabe, también, aseverar que es el género literario de nuestro tiempo.” Es decir, para los lectores de ahora, enterados de las muchas alusiones y críticas de Borges a Poe como inventor del género policíaco (en prólogos, entrevistas, conferencias, clases, misceláneas narrativas y textos a cuatro manos), no deja de extrañar la omisión de éste en Los mejores cuentos policiales 1, más aún si se considera que entre los 14 relatos seleccionados por los dedos flamígeros del dúo dinámico hay un cuento del flamante H. Bustos Domecq, pseudónimo de Georgie y Adolfito: “Las doce figuras del mundo”, transcrito del libro de ambos: Seis problemas para don Isidro Parodi (Sur, Buenos Aires, 1942), cuyo raciocinador y desfacedor de entuertos es un claro tributo y descendiente del arquetipo creado por Poe.

No obstante, pese a la ausencia de Edgar Allan Poe en Los mejores cuentos policiales 1, un lector podría decir lo mismo que Emir Rodríguez Monegal dijo sobre el libro de 1943: “la antología es menos el resultado de la erudición que el resultado del amor. Revela el grado en que Borges y Bioy Casares valoraban al cuento policíaco, el vasto conocimiento que tenían de quienes lo practicaban, y también la independencia de sus evaluaciones.”
Segunda serie
(Emecé, Buenos Aires, 1952)
        El intríngulis de tal aparente relegación radica en el hecho, muchas veces omitido u olvidado, de que en 1952, en Buenos Aires, Emecé Editores publicó una Segunda serie de Los mejores cuentos policiales, que tampoco tuvo prefacio, y cuya selección de 14 cuentos es la que ahora se conoce como Los mejores cuentos policiales 1. Y quizá para curarse en salud ante el aparente olvido o exclusión de Poe, Borges y Bioy reelaboraron la antología de 1943 (algunos relatos permanecieron y otros no) y es la selección de 15 narraciones que ahora se conoce como Los mejores cuentos policiales (2), libro coeditado en 1983, en Madrid, por Emecé Editores y Alianza Editorial con el número 950 de la serie El libro de bolsillo, el cual incluye el relato de Poe citado al inicio de la nota: “La carta robada”, que Borges también prologó y antologó en dos series dirigidas por él: La biblioteca de Babel y Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges; pero además comprende un “Prólogo” firmado por los antólogos en “Buenos Aires, 19 de octubre de 1981”, donde claramente reivindican la presencia y el aporte del norteamericano y por ende, para los azarosos y desocupados lectores de la aldea global, se pueden transcribir dos fragmentos donde esto ocurre: el primero es el pasaje inicial y el segundo se lee más o menos a la mitad del texto:

(Alianza/Emecé, Madrid, 1983)
         “A partir de 1841, fecha de la publicación de The Murders in the Rue Morgue, primer ejemplo y de algún modo arquetipo del género policial, éste se ha enriquecido y ramificado considerablemente. Edgar Allan Poe tenía el hábito de escribir relatos fantásticos; lo más probable es que al emprender la redacción del texto precitado sólo se proponía agregar, a una ya larga serie de sueños, un sueño más. No podía prever que inauguraba un género nuevo; no podía prever la vasta sombra que esa historia proyectaría. Esa historia para su autor no habrá sido muy distinta de The Fall of the House of Usher y de Berenice. Tal vez corrobora este acierto la circunstancia de que el crimen y su investigador hayan sido situados en París, lejana ciudad fuera del control de la mayoría de sus lectores [...]

“En The Murders in the Rue Morgue, en The Purloined Letter y en The Mystery of Marie Rogêt, Edgar Allan Poe crea la convención de un hombre pensativo y sedentario que, por medio de razonamientos, resuelve crímenes enigmáticos, y de un amigo menos inteligente, que refiere la historia. Esos dos personajes, meras abstracciones en los textos de Poe, se convertirán con el tiempo en Sherlock Holmes y en Watson, que todos conocemos y queremos. Algunos autores —baste recordar a A.E.W. Mason y a Agatha Christie— proponen un detective extranjero y un narrador inglés, que es más bien estólido.”
Borges palpa el rostro de Edgar Allan Poe
(Baltimore, 1983)
       
(Seix Barral, Barcelona, 2006)
   Viene a colación esto porque tales cuentos de Edgar Allan Poe (en los que descuella el pensamiento analítico y las estratagemas detectivescas del marisabidillo y “genio de la raciocinación” chevalier C. Auguste Dupin) fueron reunidos en el libro: La trilogía Dupin (Seix Barral, Barcelona, 2006), con un prólogo de Matthew Pearl (Nueva York, octubre 2 de 1975), virtuoso narrador egresado de literatura en Harvard y de derecho en Yale, y autor de un par de best selleres que saltaron las fronteras de más de 30 idiomas y 40 países —a los que se sumó El último Dickens (Alfaguara, México, 2009)—, obras en las que redime la novela negra y el thriller con cierto sustrato de pesquisa documental, histórica y literaria: El club Dante (Seix Barral, México, 2004) y La sombra de Poe (Seix Barral, México, 2006), donde escudriña y especula sobre los entresijos de la temprana y oscura muerte de Poe en Baltimore, sucedida, a sus 40 años, el 7 de octubre de 1849 en el hospital universitario Washington, tras haber sido hallado, cuatro días antes, en graves circunstancias en la taberna y hotel Ryan’s. Pero también, Matthew Pearl imagina la existencia de Quentin Hobson Clark, un joven abogado de Baltimore (fervoroso lector, admirador y contemporáneo de Poe), quien en 1851 se empeña en localizar en París al personaje de carne y hueso que puede desentrañar los misterios de tal fallecimiento y que no es otro que el individuo en que supuestamente se basó Poe para crear a su detectivesco raciocinador; pero en tal búsqueda se tropieza con dos candidatos que compiten entre sí para resolver el caso y, al parecer, por demostrar quién es el verdadero y único modelo inspirador: Auguste Duponte y el barón Claude Dupin.

Curiosamente, el título de la obra de Matthew Pearl: La sombra de Poe y la novela en sí evocan o remiten a unas líneas que se leen en “El cuento policial”, una de las conferencias de Borges oral (Emecé/Universidad de Belgrano, Buenos Aires, 1979): “Poe es un proyector de sombras múltiples. ¿Cuántas cosas surgen de Poe?”
Borges descansa en el mausoleo de Edgar Allan Poe
erigido en su homónima casa-museo (Baltimore, 1983).


“Nosotros, lectores contemporáneos de cuentos policiales,
somos criaturas de Poe
”, Borges dixit.
      
(Alianza, Madrid, 1984)
       La traducción al español de La trilogía Dupin: “Los crímenes de la calle Morgue”, “El misterio de Marie Rogêt (continuación de ‘Los crímenes de la calle Morgue’)” y “La carta robada” (cuyas primeras ediciones en inglés datan, respectivamente, de 1841, 1842 y 1844), también es legendaria e histórica porque la hizo (con notas y un prólogo sobre la “Vida de Edgar Allan Poe”) nada menos que el Gran Cronopio: el argentino Julio Cortázar (1914-1984). 

Es decir, tales traducciones provienen del tomo uno de los Cuentos de Edgar Allan Poe, número 277 de la serie El libro de bolsillo de Alianza Editorial, impreso en Madrid, en 1970 (la undécima edición data de 1984), donde se dice que para tal editora fue “revisada y corregida por el traductor”, pues en 1956 había sido impresa “por Ediciones de la Universidad de Puerto Rico, en colaboración con la Revista de Occidente, con el título Obras en Prosa 1. Cuentos de Edgar Allan Poe”.
El tomo dos de los Cuentos de Poe, traducido también por Cortázar, apareció por igual en 1970 con el número 278 de El libro de bolsillo. Y ambos libros, con las notas y el prefacio del traductor, fueron publicados por Aguilar en un solo volumen impreso en Madrid, en 2004, junto con la casi novela de Poe: Narración de Arthur Gordon Pym, traducida y anotada por el argentino, la cual también fue editada en 1956 por la Universidad de Puerto Rico y en 1968, en La Habana, a través del Instituto de Libro, con el título: Aventuras de Arthur Gordon Pym.
       
Julio Cortázar
       Dicho librote tipo Biblia (de pastas duras, con un coqueto listón de separador y tercermundistas hojas que se desprenden durante la lectura) pudo adquirirse en Xalapa, el mes de mayo de 2006, en ciertos estanquillos de periódicos y revistas.

Vale destacar que Vicente Villacampa, el traductor al castellano del prólogo a La trilogía Dupin y de La sombra de Poe, dice en una nota que la traducción al español de “todas las citas de cuentos de Poe” hechas por Matthew Pearl en su novela, las transcribió de los susodichos tomos traducidos por Julio Cortázar.




Edgar Allan Poe
(Boston, enero 19 de 1809-Baltimore, octubre 7 de 1849)

Edgar Allan Poe, La trilogía Dupin. Prólogo de Matthew Pearl traducido del inglés al castellano por Vicente Villacampa. Cuentos de Edgar Allan Poe traducidos del inglés al español por Julio Cortázar. Seix Barral. Barcelona, 2006. 160 pp.


El enigma de París



El caso del recurso del método

Pablo de Santis
El enigma de París, novela del argentino Pablo de Santis (Buenos Aires, febrero 27 de 1963), “obtuvo el I Premio Iberoamericano Planeta-Casa de América de Narrativa 2007”, cuyo jurado, reunido “en Bogotá el 21 de abril de 2007”, dio la noticia “dos días después en la misma ciudad”.
Sigmundo Salvatrio, el protagonista de El enigma de París, es quien evoca y narra los sucesos centrales con una perspectiva de alrededor de 37 años después; es decir, ya “transcurrido un cuarto del siglo” XX y cuando ya es un detective privado, con experiencia y reputación, que oficia en Buenos Aires. Sus reminiscencias y anécdotas oscilan, principalmente, entre dos fechas; una: el “15 de marzo de 1888”, cuando, “a las diez de la mañana,” llega, junto con otros 20 jóvenes, a “la puerta del edificio de la calle De la Merced”, donde vive Renato Craig, “el famoso detective, el único de la ciudad”, quien con ellos funda su academia particular donde, proyecta, recibirán los conocimientos y las técnicas que les permitan ser “ayudantes de cualquier detective”. La otra: el 5 de mayo de 1889, cuando en París se inaugura la Exposición Universal y con ella la Torre Eiffel, y Sigmundo Salvatrio aún se halla en medio de una serie de intrigas donde descuellan varios asesinatos y la investigación y deducción detectivesca.
Se trata, como se entreve, de una novela policial. Sin embargo, pese a los crímenes y sus consecuentes indagaciones detectivescas y policíacas, no es una obra realista (no es novela negra ni un thriller), sino ante todo y sobre todo es una obra literaria, lúdica y fantástica. Y en este sentido, en primera instancia, le rinde tributo al norteamericano Edgar Allan Poe (1809-1849), el iniciador, en el orbe occidental, de la narración policíaca con tres canónicos cuentos (canónicamente traducidos al español por Julio Cortázar): “Los crímenes de la calle Morgue”, “El misterio de Marie Rogêt (continuación de ‘Los crímenes de la calle Morgue’)” y “La carta robada”, cuyas primeras ediciones en inglés datan, anota Cortázar, de 1841, 1842 y 1845. 
Edgar Allan Poe
(Boston, enero 19 de 1809-Baltimore, octubre 7 de 1849)
      Y esto es así por tres principales rasgos. Uno: chevalier C. Auguste Dupin, el genio de la raciocinación creado por Poe en tales relatos, vive y actúa en el París del siglo XIX; y como lo implica el título de la novela de Pablo De Santis, es en la decimonónica capital francesa donde ocurren y se investigan buena parte de los crímenes de la obra.
Dos: Poe, en los mismos relatos, creó los prototipos del detective y su ayudante. El primero es el analista que, con sus inteligentes reflexiones y agudas observaciones, resuelve el enigma de los crímenes; y el segundo, su amigo, menos listo, es quien lo acompaña, lo escucha y le hace comentarios y preguntas que dan pie al lucimiento de su virtud para el escrutinio, el análisis y la inferencia, y a su iniciativa para atar pistas y cabos sueltos que den con la resolución del caso. Pero también lo ayuda y es quien ha escrito los sucedidos. Siendo así los parámetros fundacionales, en el orbe de la novela de Pablo De Santis existe una red internacional llamada Los Doce Detectives, de la cual, al inicio de la obra, el argentino Renato Craig es un destacado miembro,  no sólo por ser uno de los fundadores. Tal club tiene un estricto código. Según éste, cada detective debe contar con un ayudante (que no puede ser mujer), quien además de auxiliarlo en la investigación y en otros pormenores, es el que le formula preguntas idiotas o tontos comentarios (para que hable y luzca su inteligencia) y quien toma nota, escribe y publica los extraordinarios y folletinescos casos (desde sus singulares títulos) que los han hecho célebres en todos los rincones del planeta.
(Cabe señalar que en las reuniones del club los ayudantes no tienen voz. No deben probar una gota de alcohol; los detectives sí pueden. Y entre los ayudantes corre el rumor de que está prohibido que ellos asciendan a detectives. Sin embargo, existen cuatro escamoteadas cláusulas que formulan la posibilidad de que esto sí ocurra. La cuarta, destruida misteriosamente en cierto momento por el “recto” detective japonés, estipula que un ayudante puede convertirse en detective, y miembro de Los Doce, si su jefe detective resulta ser un asesino).
Tres: Poe, en “Los crímenes de la calle Morgue”, creó el arquetipo del crimen de cuarto cerrado. Y en la mentalidad y en la fraseología folletinesca de Los Doce Detectives y sus ayudantes, se considera al crimen de cuarto cerrado como “el non plus ultra de la investigación criminal”. Y más aún, puntualiza, categórico, el maestro Renato Craig en un pasaje didáctico: “Un asesinato siempre es un caso de ‘cuarto cerrado’. Ese cuarto cerrado es la mente del criminal.”
(Planeta, México, 2007)
     En la tercera de forros de El enigma de París, se dice que Pablo De Santis ha sido “guionista de historietas” y que “ha publicado más de diez libros para adolescentes, por los que ganó en 2004 el Premio Konex de Platino”. Curiosamente, en su novela esto se refleja en matices fantásticos y caricaturescos y en vertientes folletinescas, como son, por ejemplo, muchas de sus múltiples bromas. Sigmundo Salvatrio –otro ejemplo trascendente en el decurso narrativo–, desde niño y muchachito (cuando laboraba de aprendiz en el taller de su padre, que es zapatero) lee y admira las aventuras de Los Doce Detectives (y sus ayudantes) a través de La Clave del Crimen, “un folletín quincenal que se vendía a 25 centavos”. Allí tuvo noticia de sus célebres casos y observó sus rasgos físicos a través de las ilustraciones. Parece consecuente, entonces, que ya en París sea folletinesca la descripción del perfil físico que caracteriza la personalidad de los legendarios detectives y sus ayudantes y la de otros personajes. Inextricable a esto, mucho tienen de folletín los casos que narran los detectives y ciertos ayudantes y otros protagonistas, porque la obra de Pablo de Santis también es una novela repleta de cuentos que los personajes relatan a la menor provocación o sin ella. 
Y en esto último, no obstante, reside uno de sus fallos estructurales. Si bien se justifican y son amenos los cuentos que narran los personajes, resulta inverosímil que siempre suelten “la sopa” sobre su pasado e identidad a la menor pregunta o sin ella. Es decir, como Pablo De Santis no usó el consabido recurso del narrador omnisciente y ubicuo que le revela al lector datos e intríngulis de los protagonistas (que estos ignoraran o pueden ignorar entre sí), casi todos con los que se encuentra Sigmundo durante sus indagaciones en París le sueltan la lengua nomás se les pone enfrente, incluso sin que él pregunte nada. Todos están dispuestos a revelar cuestiones íntimas: quiénes son, qué han hecho, qué es lo que hacen y no hacen, y cómo se las gastan.
Ahora que uno de los meollos de la trama de El enigma de París radica en el cisma moral y ontológico que trastoca la investigación detectivesca y los cimientos éticos de Los Doce Detectives.
La academia fundada por Renato Craig en Buenos Aires al parecer tenía como objetivo encontrar a su ayudante, pues en contra de las normas del club, él es el único que ha operado solo. Durante el adiestramiento de los alumnos, Craig tiene noticia de que Kalidán, un mago dizque hindú, es un asesino que mata para beberse la sangre de sus víctimas, pero no ha sido detenido porque no se le han comprobado sus crímenes. Para que pongan en práctica lo aprendido en la academia, Craig les ordena a los siete discípulos que restan que, cada uno con su propia estrategia, investiguen a Kalidán y hallen las pruebas irrefutables. Gabriel Alarcón, el aspirante más astuto, logra infiltrarse con Kalidán camuflado de asistente en sus números teatrales (en uno el mago emplea “el baúl con la mano cortada de Edgar Poe, que sobre la escena escribía, incansable, el estribillo de ‘El cuervo’”). El joven, hijo de una rica familia fabricante de barcos, desparece y no tarda en suponerse su asesinato y con ello se derrumba la reputación de Renato Craig, pues no resuelve el crimen. Los alumnos se desmoralizan y abandonan la academia. Sólo Sigmundo Salvatrio permanece ordenando el archivo de su maestro.
Craig, para resolver su último caso, pues se retirará, nombra como su ayudante a Sigmundo, quien en los tugurios de los muelles rastrea el paradero de Kalidán. Cinco días después de hallarlo disfrazado de tahúr francés, Craig convoca a una rueda de prensa y pregona dónde está enterrado el cuerpo del joven Alarcón; revela que Kalidán es el asesino y muestra una caja donde éste coleccionaba objetos de sus víctimas.  
Para entender “el método” de su maestro, Sigmundo le pide una explicación. Y Renato Craig, cínico, le anuncia que le dará “una lección sobre el método que ninguno de Los Doce Detectives podrá igualar”. Lo conduce hasta un apartado y solitario galpón donde cuelga, desnudo, torturado y asesinado, el cuerpo de Kalidán. 
Obviamente Sigmundo Salvatrio no delata a su maestro, quien, enfermo y retirado, le pide que en su papel de ayudante, viaje a París y lo represente ante el club de Los Doce Detectives, quienes sesionan con el objetivo de armar el pabellón que exhibirán en la Exposición Universal. Para que se muestre allí, le entrega su bastón multiusos y le indica que sólo a Viktor Arzaky, el detective polaco, le cuente sobre “el método” con que resolvió su último caso. 
Tras oír tal secreto, Arzaky, sin cuestionar, le cuenta una especie de parábola óptica, una narración breve de aliento fabuloso y milenaria tradición oral, que ante los últimos sucesos de la novela (el descubrimiento de la identidad del asesino de uno de Los Doce y la revelación de la susodicha y escamoteada cuarta cláusula) se erige como una negra y clandestina declaración de principios (el recurso del “método” para resolver el enigma) que trastoca lo vulnerable y endeble de las éticas entrañas de Los Doce Detectives. 
“La cuenta un filósofo danés. La filosofía, como sabe, es el vicio secreto de los detectives” –le recita el detective Viktor Arzaky al ayudante Sigmundo Salvatrio como sazón y preámbulo de la máxima–: “Un gran visir envió a su hijo a controlar una rebelión en una comarca distante. El hijo llegó, pero como era muy joven y la situación confusa, no sabía qué hacer. Entonces le pidió consejo a su padre a través de un mensajero. El visir vacilaba en dar una respuesta clara: el mensajero podía caer en manos rebeldes, y bajo tortura revelar el mensaje. Entonces hizo lo siguiente: llevó al mensajero al jardín, le señaló un grupo de altos tulipanes y los cortó con su bastón, de un solo golpe. Le pidió al mensajero que transmitiera exactamente lo que había visto. El correo pudo llegar a esa región distante sin ser advertido por el enemigo. Cuando le contó al hijo del visir lo que había visto en el jardín, éste comprendió de inmediato, e hizo ejecutar a los grandes señores de la ciudad. La rebelión fue sofocada.”

Pablo de Santis, El enigma de París. Serie Autores Españoles e Iberoamericanos, Editorial Planeta. 1ª edición mexicana. México, junio de 2007. 288 pp.



miércoles, 18 de mayo de 2016

La sombra de Poe



En busca de la tuerca perdida

Matthew Pearl (Nueva York, octubre 2 de 1975), autor de la novela El club Dante (Seix Barral, 2004), prologó La trilogía Dupin (Seix Barral, 2006), libro que reúne los cuentos policiales del norteamericano Edgar Allan Poe (1809-1849) protagonizados por el “genio de la raciocinación” chevalier  C. Auguste Dupin, debido al sonoro hecho de que urdió la novela La sombra de Poe (Seix Barral, 2006), la cual inicia con una supuesta “Nota del editor” que dice a la letra: “El misterio relacionado con la muerte de Poe en 1849 queda resuelto en estas páginas.”

Matthew Pearl
     Esto anuncia que en el libro se despejarán las incógnitas de tal enigma. Sin embargo, esto no es así en sentido estricto, pues si bien en la mixtura de la novela el autor diseminó una serie de datos documentales, históricos, narrativos y biográficos relativos a la obra, a la vida, a la leyenda negra y al fallecimiento de Poe, a su entorno y a su época, incluido el ámbito social y político de la Francia de entonces (lo cual Matthew Pearl puntualiza al término en la “Nota histórica” y en los “Agradecimientos”), el objetivo de La sombra de Poe, como artificio literario, no es descubrir y develar, inapelablemente, el meollo de tales intríngulis, sino jugar a que lo hace.
      Repleta de mil y una anécdotas, con suspense, vueltas de tuerca y giros sorpresivos, La sombra de Poe es un divertimento (con final feliz) donde confluye el thriller policíaco, la novela de aventuras y la historia de amor. 
     
(Seix Barral, Méxcio, 2006)
      Dividida en cinco libros y 36 capítulos, la obra transcurre principalmente durante dos principales lapsos temporales: 1849 y 1851. El protagonista y voz narrativa, Quentin Hobson Clark, con mansión y fortuna heredada de sus padres recién fallecidos, es un joven abogado de 27 años, quien en Baltimore comparte un bufete con Peter Stuart, su amigo y cuasi hermano. La mañana del 9 de octubre de 1849 lee la noticia de la muerte de Poe, sucedida dos días antes allí en Baltimore, precisamente en el hospital universitario Washington, cuya fría y oscura inhumación en el camposanto presbiteriano él observó, el día 8, sin saber de quién era el cuerpo enterrado en tan miserables y desoladoras circunstancias.
      Esto, junto con los errores y vituperios que lee en la prensa, lo incitan a reivindicar la honorabilidad, la obra y el nombre de Edgar Poe, puesto que él es un ferviente admirador de su escritura, además de que se considera su amigo y su defensor de oficio, pues intercambiaron cierta escueta y vaga correspondencia, pese a que nunca se vieron cara a cara. 
     
Edgar Allan Poe
(Boston, enero 19 de 1809-Baltimore, octubre 7 de 1849)
       Al entregarse a tal empresa, posterga su matrimonio con Hattie Blum y paulatinamente se deteriora su entrañable fraternidad con Peter Stuart y su vínculo profesional en el exitoso bufete especializado en “hipotecas, deudas e impugnación de testamentos”.
Mientras Quentin Clark recaba información en el ateneo de Baltimore, una mano anónima le hace llegar un recorte periodístico, fechado el “16 de septiembre de 1844”, donde se da noticia de la existencia, en París, de la persona de carne y hueso en que, se dice, se inspiró Edgar Allan Poe para crear a su personaje C. Auguste Dupin, protagonista de “Los crímenes de la calle Morgue”, de “El misterio de Marie Rogêt (continuación de ‘Los crímenes de la calle Morgue’)” y de “La carta robada”.
      No obstante, es hasta 1851 cuando en París realiza la búsqueda de Auguste Duponte, quien entre los probables candidatos le parece el más convincente para encarnar el modelo en que Poe se basó. 
      Pero pronto se entromete el beligerante y fugitivo barón Claude Dupin, reclamando ser el verdadero y único personaje que alentó al autor de “El cuervo” y por ende el indicado para investigar y resolver el caso. Y en tal ineludible pugna (en la que parece que ambos candidatos pelean por lo mismo) se trasladan a Baltimore.
      En las indagaciones, por un lado están el barón Dupin y Bonjuour, una bella y legendaria ladrona, hábil con el cuchillo; y por el otro, Quentin Hobson Clark y Auguste Duponte, quienes en angulares pasajes personifican el par de prototipos histórica y seminalmente creados por Poe en su célebre trilogía cuentística, como muy bien lo acotaron Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges en el prefacio que preludia la antología Los mejores cuentos policiales (2) (Emecé/Alianza Editorial, Madrid, 1983). Es decir, Duponte es el raciocinador y marisabidillo (nocturno, sedentario y pensativo) que resuelve los enigmas, los embrollos y los delitos; y Quentin Clark, si bien rastrea, investiga y conjetura, es el amigo menos inteligente que escucha al otro y quien narra la historia.
     
Contraportada
     Ahora que si casi al término de los acontecimientos, Quentin Clark concluye que el protagonista creado por Poe es meramente imaginario, pese a que Auguste Duponte brinda suficientes ejemplos de que podría ser la pauta original, las conclusiones en torno a la misteriosa muerte del poeta que elaboran el barón y Duponte, si bien difieren y abundan en supuestos, deducciones e hipótesis, quedan en una especie de limbo, pues si el lector de la novela tiene acceso a ellas, en el Baltimore de la época el joven abogado nunca las hace públicas. 
      La versión del barón Claude Dupin iba a ser leída por éste ante un atiborrado y variopinto auditorio baltimorense (que sin saberlo saldó sus deudas parisinas), pero antes de hablar ocurre un atentado contra él que lo deja con un pie en la tumba. En tanto que la versión de Auguste Duponte, éste, súbita e inesperadamente se la narra en solitario a Quentin Clark poco antes de que concluya el juicio que contra él ha entablado su ñoña y obtusa tía abuela, confabulada con la manipuladora tía de Hattie Blum, con tal de dejarlo sin casona, sin un centavo y sin honor.


Matthew Pearl, La sombra de Poe. Traducción del inglés al español de Vicente Villacampa. Editorial Seix Barral. 1ª reimpresión mexicana. México, 2006. 456 pp.