martes, 7 de junio de 2016

Borges oral

Todos es una abstracción y cada uno es verdadero

Coeditado por primera vez en Buenos Aires, en 1979, por Emecé Editores y la editora de la Universidad de Belgrano, Borges oral fue incluido póstumamente, por María Kodama, en el tomo IV de las Obras completas de Jorge Luis Borges, volumen impreso en 1996, en Barcelona, por Emecé Editores; y luego, en 2005, en el tomo 4 de las Obras completas de Jorge Luis Borges, “al cuidado de Sara Luisa del Carril”, editadas por Emecé en Buenos Aires.
(Emecé, 1ª ed., Barcelona, 1996)
  Cada una de las cinco conferencias que integran Borges oral presenta, al término, la fecha en que fue expuesta: “El libro”, mayo 24 de 1978; “La inmortalidad”, junio 5 de 1978; “Emanuel Swedenborg”, junio 9 de 1978; “El cuento policial”, junio 16 de 1978; y “El tiempo”, junio 23 de 1978. 

(Emecé, 3ª ed., Buenos Aires, 2005)
  Y si la edición de Borges oral en el tomo IV (y también en el tomo 4) de las póstumas Obras completas incluyó el breve prólogo que el autor fechó en “Buenos Aires, 3 de mayo de 1979”, donde llama “clases” a sus conferencias, se eliminó tanto el prefacio del doctor Avelino José Porto —entonces rector de la Universidad de Belgrano—, la anónima “Semblanza biográfica” sobre el expositor y la postrera nota de Martín Müller en la que refiere algunas minucias de la vida de Borges referentes a su ceguera y a sus inicios como conferencista, más algunos detalles sobre las “cinco clases” y sobre las corregidas transcripciones de lo grabado en las cintas magnetofónicas, que él transcribió ex profeso.          Pero también, Martín Müller alude la condición de elegido que Borges solía infundir en más de hechizado y boquiabierto escucha: “Quienes asistieron a este ciclo pueden hoy atestiguar la gran capacidad de Borges para lograr esa cálida comunicación que permite a cada espectador sentirse único y solo, tan único como si Borges sólo se dirigiera a él, como si lo hubiera elegido como único interlocutor entre todos los presentes.” Circunstancia que el conferencista refirió en un pasaje de “El libro”: “quiero que sea como una confidencia que les realizo a cada uno de ustedes; no a todos, pero sí a cada uno, porque todos es una abstracción y cada uno es verdadero”.

(Emecé/EB, 5ª impresión, Buenos Aires, 1997)
  Tal comunión coincide o parte de una consabida y legendaria estrategia del propio Borges, en el sentido de que al principio de su labor de conferencista (en 1946, en el Colegio Libre de Estudios Superiores), para vencer su miedo a la multitud, tras bambalinas, solía darse un trago de guindado y pensar que se dirigía a una sola persona, única y exclusiva. Pero sólo en sus comienzos, se deduce, pues luego y como se sabe, disfrutó ese trabajo que lo hizo ganar montañas de dinero a la Rico MacPato y viajar por el interior de la Argentina, del Uruguay, de Estados Unidos, de Gran Bretaña, de Europa, de América Latina, por el Medio Oriente y el Japón. “Georgie, que era tan callado, cuando se largó a hablar, no lo paró nadie”, dijo doña Leonor Acevedo, su madre, según consigna María Esther Vázquez en su biografía: Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, 1996).

Borges y su madre
       El conferencista Borges, dada su íntima e individual experiencia, solía decir que el autor no elige los temas de sus cuentos y poemas, sino que éstos lo eligen a él. También decía que no sólo el individuo elige el libro que va a leer, sino que éste lo elige a él. Planteamiento borgeano que se puede encontrar, por ejemplo, en un fragmento del magnético prefacio (o especie de declaración de principios) que antecede a cada prólogo de 72 de los 75 libros que componen la legendaria serie Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges, que éste seleccionó ex profeso con el auxilio de María Kodama: 

   “María Kodama y yo hemos errado por el globo de la tierra y del agua. Hemos llegado a Texas y al Japón, a Ginebra, a Tebas, y, ahora, para juntar los textos que fueron esenciales para nosotros, recorremos las galerías y los palacios de la memoria, como San Agustín escribió.
“Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción singular llamada belleza, ese misterio que no descifran ni la psicología ni la retórica. La rosa es sin por qué, dijo Angelus Silesius; siglos después, Whistler declararía El arte sucede.”
Borges y María Kodama
  “El libro”, la primera de las cinco conferencias, es una especie de exultante oda al libro, dadas sus inherentes bondades como “extensión de la memoria y de la imaginación” y del conocimiento, y dado el consubstancial hecho de que el autor lo veía “no menos íntimo que las manos y los ojos”. Borges —después de una somera reflexión y análisis sobre ciertos libros sagrados, mitológicos, filosóficos e históricos— siguiendo a Emerson y a Montaigne, dice allí “que debemos leer únicamente lo que nos agrada, que un libro tiene que ser una forma de la felicidad”. Sugerencia y planteamiento ideal y hedonista que parece único (quizá lo sea) para que surja y se viva la experiencia estética; mismo que a lo largo de los años repitió ante mil y un escuchas de distintos ámbitos y de diferentes latitudes e idiomas. 

Se puede estar en desacuerdo, o más o menos en desacuerdo, con una frase que el sofista Borges le cita a San Anselmo: “Poner un libro en manos de un ignorante es tan peligroso como poner una espada en manos de un niño”, y contraponerle un aforismo de Lichtenberg: “Un libro es como un espejo: si un mono se asoma a él no puede ver reflejado a un apóstol.” Pero también se pueden discutir algún comentario del propio Borges que el lector puede localizar a su antojo; por ejemplo, dice: “un periódico se lee para el olvido, un disco se oye asimismo para el olvido, es algo mecánico y por lo  tanto frívolo. Un libro se lee para la memoria.” Lo cual recuerda las palabras que Alejandro Ferri, en “El Congreso” —su cuento con matices autobiográficos—, dizque le oyó decir a su colega y poeta José Fernández Irala: “que el periodista escribe para el olvido y que su anhelo era escribir para la memoria y el tiempo”. Pues pese a que ningún hereje o acólito de hueso colorado se traga por completo la píldora que estipula el conferencista, el individual y efímero diálogo del lector con las notas y reportajes periodísticos —más aún si se trata de un medio impreso (o electrónico en la era digital) que no excluye distintas y antagónicas vertientes de análisis y de crítica— enriquece la discusión y difusión de las ideas y la memoria personal, e ineludiblemente contribuye al enriquecimiento de la memoria social, política, democrática, histórica e idiosincrásica (¿o para qué se edifican y alimentan las descomunales hemerotecas y los laberínticos archivos públicos?). En este sentido, casi resulta tautológico recordar que los mass media no sólo inciden en la cosificación, masificación y manipulación industrial de las conciencias (diría Hans Magnus Enzensberger) a las que son tan proclives los centros neurálgicos, rectores y manipuladores del poder político, económico e ideológico, transnacional y nacional. 
CD: Borges por él mismo (Visor, Madrid, 1999)
Contraportada
  Asimismo, ante la consabida sordera de Borges (no en lo que concierne a las palabras y a la poesía), la música grabada en un disco también puede ser una forma de felicidad, de vivir y revivir la individual (o compartida) experiencia estética las veces que se quiera y no sólo una desenfrenada eclosión de frívolas emociones, que tampoco son prohibitivas ni excluyentes. “Todo tiene su tiempo”, suele repetir la sabionda vox populi, comulgue o no con Eclesiastés. Hay tiempo para oír y tiempo para leer y desentrañar el misterio: “Tomar un libro y abrirlo guarda la posibilidad del hecho estético [dice Borges]. ¿Qué son esos símbolos muertos? Nada absolutamente. ¿Qué es un libro si no lo abrimos? Es simplemente un cubo de papel y cuero, con hojas; pero si lo leemos ocurre algo raro, creo que cambia cada vez.” ¿Qué es un disco si no lo oímos?, diría el volátil demiurgo menor. Es simplemente una cosa circular con un orificio en el centro; pero si lo escuchamos sucede algo extraño y magnífico, creo que nadie desciende a las mismas aguas. 

CD: Borges & Piazzolla (1997)
 
Contraportada
         Casi al término de Borges: la posesión póstuma (Foca, 2000), Juan Gasparini bosqueja lo ocurrido el 27 de noviembre de 1985 en Buenos Aires (un día antes de que con María Kodama volara a Europa para siempre), precisamente en la pequeña librería de libros antiguos y modernos de Alberto Casares, día que se inauguró una exposición de primeras ediciones de Borges: “107 piezas, valuadas en 70 mil dólares”. Evento para curiosos, borgeanos y bibliófilos. “No me interesan los libros físicamente (sobre todo los libros de los bibliófilos, que suelen ser desmesurados), sino las diversas valoraciones que el libro ha recibido”, apostrofa Borges en la primera conferencia de Borges oral (por ende pensaba “alguna vez, escribir una historia del libro”); aseveración que remite a la onerosa primera edición de sus Obras completas, editadas por Emecé en 1974, en Buenos Aires, “en un grueso volumen único encuadernado y en papel biblia”; y a un dato, sin duda para bibliófilos con parné, que se lee en la “Cronología” que María Esther Vázquez incluyó en su compilación de entrevistas Borges, sus días y su tiempo (Punto de lectura, 2001): “En mayo [de 1974] aparece en Milán la más lujosa edición que se haya hecho hasta el presente de una obra de Borges. Se trata del cuento El congreso, editado por Franco María Ricci, en la colección ‘I segni dell’uomo’. Es un volumen encuadernado en seda (35 por 24), con letras de oro, ilustrado con casi medio centenar de miniaturas de la cosmología Tantra a todo color y pegadas. Se imprimió en caracteres bodonianos sobre papel Fabriano, hecho a mano. Fueron tirados tres mil ejemplares numerados y firmados. El volumen tiene 141 páginas y se completa con una entrevista, una cronología y una bibliografía realizadas por la autora de este libro, especialmente para esa edición.” Pero el caso es que uno de los entrevistados por Juan Gasparini fue “Arturo Eiras, un librero ambulante que se ufana de guardar en su archivo 700 entrevistas de prensa a Jorge Luis Borges”; lo que también evidencia que no todo lo que se lee en los periódicos “se lee para el olvido”. Más aún si en las efímeras páginas de La Nación o de la revista The New Yorker se leía, por primera vez, un poema de Borges, un ensayo de él, su Autobiographical essay o un cuento suyo, inéditos hasta entonces.

Borges, Adolfo Bioy Casares y Alberto Casares en la librería de éste
Buenos Aires, noviembre 27 de 1985
  Fani (Epifanía Uveda de Robledo), la célebre sirvienta del escritor y su madre desde 1947, cuenta en El señor Borges (Edhasa, 2004) —libro urdido a través de Alejandro Vaccaro—, que su patrón no toleraba los periódicos ni su tufillo: “sentía el olor de los diarios” y “los tiraba por el balcón”. “A la señora Leonor, en cambio, le encantaba leer las noticias, estaba siempre muy actualizada de todo. Ella tenía en su habitación un caramelero de cristal y debajo ponía el diario. Una vez, mientras la señora estaba medio dormida en la cama, él entró despacio y quiso sacarlo, pero tropezó con el caramelero y lo rompió. Ella le gritó: ‘¿Adónde va, ladrón de diarios?’. Desde entonces nunca más al señor se le ocurrió volver a tocarlos.”

Borges en su departamento de Maipú 994
  Borges, por prohibición médica, en 1955 dejó de leer y escribir con su puño y letra, año en fue nombrado director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires (lo fue hasta 1973); sin embargo, con auxilio de sus sucesivos secretarios y amanuenses (empezando por su madre) no dejó de leer y escribir y de publicar libros, por lo que a lo largo de los años en su porteño y minúsculo departamento B del sexto piso de la calle Maipú 994 no dejaron de arribar sus propios títulos en español y en otras lenguas y los libros ajenos que solían regalarle con desenfreno y en abundancia. No obstante la biblioteca de su casa era limitada y elegida por su omnisciente dedo flamígero; es decir, él solía regalar a sus amigos (y a ciertos visitantes) buena parte de los libros que le llegaban: los suyos y los libros de los otros, por lo que hay quienes se precian de coleccionar varios libros de Borges en diferentes idiomas que tal vez ignoren (Roy Bartholomew, por ejemplo); o simplemente, le hacían un bultito con ellos o los metía en una bolsa para abandonarla por allí, misión que también le tocó desempeñar a Fani, según lo cuenta en El señor Borges: “En una ocasión salió con otro paquete —un paquete grande— para la Biblioteca Nacional y paró para tomar algo en un café al paso que estaba en Tucumán y Florida y dejó los libros olvidados como al descuido, debajo de la silla. Como los mozos ya lo conocían, a media tarde vino al departamento uno con el paquete de libros para devolverlo creyendo que él se los había olvidado. Era el método que usaba para deshacerse de ellos.”

Fani, la criada de Borges, en el departamento de Maipú 994
  Sin embargo, pese a su ceguera y a tal jocoso desprendimiento, Borges gozaba de la amistosa gravitación de los libros, según lo dice en otro pasaje de la primera conferencia de Borges oral: “Yo sigo jugando a no ser ciego, yo sigo comprando libros, yo sigo llenando mi casa de libros. Los otros días me regalaron una edición del año 1966 de la Enciclopedia de Brokhause. Yo sentí la presencia de ese libro en mi casa, la sentí como una suerte de felicidad. Ahí estaban los veintitantos volúmenes con una letra gótica que no puedo leer, con los mapas y grabados que no puedo ver; y sin embargo, el libro estaba ahí. Yo sentía como una gravitación amistosa del libro. Pienso que el libro es una de las posibilidades de felicidad que tenemos los hombres.” 

    Entre lo que Borges cita y argumenta en “La inmortalidad” —la segunda conferencia de Borges oral—, expresa su rechazo y escepticismo ante la idea de la vida más allá de la muerte que pregonan y repiten ciertas religiones, ciertas teologías y ciertas cosmogonías; incluso desde una perspectiva neurótica, individual y existencialista: “Tenemos muchos anhelos, entre ellos el de la vida, el de ser para siempre, pero también el de cesar, además del temor y su reverso: la esperanza. Todas esas cosas pueden cumplirse sin inmortalidad personal, no precisamos de ella. Yo, personalmente, no la deseo y la temo; para mí sería espantoso saber que voy a continuar, sería espantoso pensar que voy a seguir siendo Borges. Estoy harto de mí mismo, de mi nombre y de mi fama y quiero liberarme de todo eso.” Mazazo que ya había dicho antes: “yo no quiero seguir siendo Jorge Luis Borges, yo quiero ser otra persona. Espero que mi muerte sea total, espero morir en cuerpo y alma”. Lo cual evoca un recurrente fragmento que se lee (y escucha) en “Borges y yo”: “Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere se piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy”.
Pero también —después de un breve y arbitrario repaso sobre ciertos conceptos filosóficos, teológicos y literarios que abordan la inmortalidad—, impregnado de un aura de vidente y de una especie de agnosticismo, alude su creencia en una “inmortalidad”, en una suerte de metempsicosis y por ende inescrutable, cuasi panteísta e infinitesimal: “Seguiremos siendo inmortales; más allá de nuestra muerte corporal queda nuestra memoria, y más allá de nuestra memoria quedan nuestros actos, nuestros hechos, nuestras actitudes, toda esa maravillosa parte de la historia universal, aunque no lo sepamos y es mejor que no lo sepamos.” Y esa insondable “inmortalidad” se logra y se vive (cuasi efímeros y evanescentes médiums de huitlacoche) a través de la escritura de obras trascendentales para la humanidad y de la alteridad del lector al producir la comunión y el instante de la vivencia estética: “Cada vez que repetimos un verso de Dante o de Shakespeare, somos, de algún modo, aquel instante en que Shakespeare o Dante crearon ese verso. En fin, la inmortalidad está en la memoria de los otros y en la obra que dejamos. ¿Qué puede importar que esa obra sea olvidada?” Planteamiento que repite y varía: “Cada uno de nosotros es, de algún modo, todos los hombres que han muerto antes. No sólo los de nuestra sangre.”   
Emanuel Swedenborg
(1688-1772)
  Las minucias que Borges resume en su conferencia sobre Emanuel Swedenborg (1688-1772) repiten y varían buena parte de lo que escribió, con mayor contenido y precisión, en su prefacio a Mystical Works (s.f.), libro de Swedenborg impreso en Nueva York por la New Jerusalem Church, ensayo compilado por el autor en Prólogos con un prólogo de prólogos (Torres Agüero, 1975), libro que compila 39 prólogos escritos entre 1923 y 1974, reunido, también, en el citado póstumo tomo IV de sus Obras Completas (y por igual en el susodicho tomo 4). Lo que Borges narra en su conferencia parece extraído de un cuento fantástico, ya por lo que refiere de las futuristas indagaciones y sobre el fantaseo de Swedenborg en las ciencias aplicadas, por su habilidad artesanal e incluso política; pero sobre todo por lo que concierne a su vida mística, pues se supone que Jesús lo visitó encarnado en un desconocido, quien le dijo “que él tenía el deber de renovar la Iglesia creando una tercera iglesia, la de Jerusalén”. Empeño al que se entregó los últimos 30 años de su vida; primero estudiando durante dos años la lengua hebrea con tal de leer los textos originales y luego escribiendo en latín su voluminosa obra, mientras hacía viajes al más allá: iba a los cielos y a los infiernos y conversaba con los ángeles y con los demonios. Todo ello destinado a cumplir su misión divina, de elegido por el todopoderoso, omnisciente y ubicuo dedo flamígero: fundar la Nueva Jerusalén, la “nueva iglesia que sería al cristianismo lo que la iglesia protestante fue a la Iglesia de Roma”; y más aún: renovaría las iglesias en todos los sitios del orbe. 

No fue así, claro está. Y sobre sus vestigios Borges dice: “Creo que en algún lugar de Estados Unidos hay una catedral de cristal”. Lo que quizá es tan asombroso como el hecho de que tal Iglesia tenga “algunos millares de discípulos en Estados Unidos, en Inglaterra (sobre todo en Manchester), en Suecia y en Alemania”, al parecer seducidos por el pensamiento de Swedenborg, lo que comprende, se infiere, la fe en el relato de sus viajes a las regiones del más allá, su visión de éstas y el supuesto y necesario equilibro que implican, y las éticas prerrogativas para salvarse, merecer los cielos y una espléndida inmortalidad personal: mediante un comportamiento signado por la justicia, la virtud y la inteligencia, a lo que hay que añadir el “ser un artista”, según Blake. Pero todo esto semeja un efluvio, un nanopedúnculo umbelífero, una visión evanescente e inasible, de ahí que no sea difícil pensar, con Borges, que todo ello “pertenece a ese destino escandinavo que es como un sueño”, donde “parece que todas las cosas sucedieran como en un sueño y en una esfera de cristal”. 
Borges en la tumba de Edgar Allan Poe
(Baltimore, 1983)
  En “El cuento policial”, la cuarta conferencia de Borges oral, el expositor argumenta —con avizor ojo cáustico e irónico— lo que muchas veces dijo y varió en torno a la obra poética y narrativa de Edgar Allan Poe (1808-1849), iniciador del género policíaco de índole intelectual, clásico, en el orbe occidental. En este sentido, bosqueja y cuestiona la composición de su poema “El cuervo” y las presuntas pretensiones intelectualistas de Poe. Y reseña las principales pautas de la narración policial inaugurada por él, y ciertas coincidencias y diferencias con otros practicantes del género, entre ellos Conan Doyle, Chesterton y Wilkie Collins.

Portada de la primera serie
(Emecé, Buenos Aires, 1943)
Portada de la segunda serie
(Emecé, Buenos Aires, 1952)
  Georgie y Adolfito, es decir, el dúo dinámico de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, como se sabe, fueron hedonistas y entusiastas lectores y traductores del género policíaco, de ahí que ambos hayan urdido la legendaria antología Los mejores cuentos policiales, cuya primera serie fue editada en 1943 por Emecé, en Buenos Aires, e incluyó “La muerte y la brújula”, cuento de Borges —vale apuntar que entre las páginas 340-341 de Borges. Una biografía intelectual (FCE, 1987), Emir Rodríguez Monegal la reseña; y en la segunda serie, editada en 1952 por Emecé, los antólogos eligieron “Las doce figuras del mundo”, cuento firmado por ambos, que había aparecido en Seis problemas para don Isidro Parodi (Sur, 1942), libro atribuido al fantasmal H. Bustos Domecq. Pero a la postre tales colecciones modificaron la selección de cuentos y su orden, de modo que la segunda serie pasó a ser el libro 1 y la primera serie, con notorios cambios, pasó a ser el libro 2, que es el coeditado en Madrid, en 1983, por Emecé y Alianza Editorial, con un prólogo firmado por los antólogos en “Buenos Aires, 19 octubre de 1981”, y que resume el ideario de Borges sobre la narración policíaca y su génesis. En este sentido, Borges y Bioy colaboraron a cuatro manos en la confección de la narrativa policial del susodicho H. Bustos Domecq y de B. Suárez Lynch, sus lúdicos seudónimos. Y dirigieron El Séptimo Círculo (“título sugerido por el Infierno de Dante”), la legendaria colección de novelas policíacas editadas en Argentina por Emecé, donde el 8 de agosto de 1946 dieron cabida a Los que aman, odian, la única novela que Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares escribieron juntos, y que en sí es una exploración narrativa que, como un juego de la inteligencia, recurre a los preceptos clásicos del género policial que bosqueja Borges en su conferencia y en el susodicho prólogo que firmó con Bioy. 

(Emecé, Buenos Aires, 1946)
Asimismo, ante la avanzada de la novela negra —repleta o desbordante de violencia, sangre y sexo—, Borges expresa su nostalgia por las virtudes clásicas e intelectuales de relato policial (un ingenioso e imaginativo juguetito para armar y raciocinar: con su principio, su medio y su fin, todo ello aderezado con los consabidos giros sorpresivos, vueltas de tuerca y el imprescindible final inesperado o asombroso). Y en el mismo sentido, frente a los devaneos de ciertos vanguardismos y pseudovanguardismos trasnochados, dice que la novela policial “está salvando el orden en una época de desorden”.
  En cuanto a su conferencia “El tiempo”, la quinta y última de Borges oral, baste reproducir las ondinas de un incesante fragmento donde el lector puede entreverse o reconocerse: “En nuestra experiencia, el tiempo corresponde siempre al río de Heráclito, siempre seguimos con esa antigua parábola. Es como si no se hubiera adelantado en tantos siglos. Somos siempre Heráclito viéndose reflejado en el río porque han cambiado las aguas, y pensando que él no es Heráclito porque él ha sido otras personas entre la última vez que vio el río y ésta. Es decir, somos algo cambiante y algo permanente. Somos algo esencialmente misterioso.” 
Jorge Luis Borges
(1899-1986)
  Reflexión que recuerda y coincide con un fragmento dicho en “El libro”, la primera conferencia: “Heráclito dijo (lo he repetido demasiadas veces) que nadie baja dos veces al mismo río. Nadie baja dos veces al mismo río porque las aguas cambian, pero lo más terrible es que nosotros somos no menos fluidos que el río. Cada vez que leemos un libro, el libro ha cambiado, la connotación de las palabras es otra. Además, los libros están cargados de pasado.”



Jorge Luis Borges, Borges oral. Prólogo de Avelino José Porto. Postrera nota de Martín Müller. Emecé Editores/Editorial de Belgrano. 5ª impresión. Buenos Aires, 1997. 142 pp.



Borges y México




Entre negligencias, elogios y frijoles en la sopa


I de III
En el contexto de las múltiples celebraciones mundiales del centenario del nacimiento de Jorges Luis Borges (1899-1986), el veracruzano Miguel Capistrán (fallecido a los 73 años el miércoles 26 de septiembre de 2012) publicó, en noviembre de 1999 y a través de Plaza & Janés, la antología Borges y México. En julio de 2012 se terminó de imprimir la “Nueva edición”, pero con el sello de Lumen; y cobró notoriedad porque el martes 31 del mismo mes, a las 19 horas, iba a ser presentada en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, en cuya Sala Internacional se inauguró la muestra Borges en México: crónica visual y literaria, conformada con retratos, dibujos, y fragmentos del escritor, que documentan las tres visitas que hizo al país mexicano (en 1973, en 1978 y en 1981); pero no se presentó porque María Kodama, la viuda de Borges y heredera universal de sus derechos de autor, señaló un celebérrimo poema, atribuido a Borges, en la colaboración de Elena Poniatowska. A raíz de esto, Random House Mondadori, dueña de Lumen, anunció que retiraría el libro de las librerías para reeditarlo sin el texto de Elena. Pero no fue así. Es cierto que tras el mediático señalamiento se suspendió la venta y el libro se tornó inencontrable. Y fue hasta el siguiente 24 de agosto (día del aniversario de Borges) cuando el reseñista pudo adquirirlo por Internet y el ejemplar que le llegó a Xalapa contiene la malhadada entrevista con el falso poema.
Primera edición en Lumen
México, julio de 2012
       Tal frijolote en la sopa de letras implica negligencia y chambismo por partida triple: entrevistadora, editor y editorial. “Un agnóstico que habla de Dios”, la crónica-entrevista de Elena Poniatowska antologada en Borges y México, originalmente fue hecha en torno al relevante hecho de que Borges, el 7 de diciembre de 1973, recibió, en la Capilla Alfonsina, el primer Premio Internacional Alfonso Reyes. La hizo ex profeso para publicarla por entregas en el periódico Novedades. Miguel Capistrán, en su papel de editor, no hurgó en ningún archivo hemerográfico, sino que se limitó a tomarla del tomo 1 de Todo México (Diana, México, 1990) —por fortuna sin los torpes subtítulos—, compilación de Elena, donde aparece con el rótulo “Jorge Luis Borges”, aderezada con fotos y, al final, con pasajes de la 
“Cronología de Jorge Luis Borges. Ficcionario. Una antología de sus textos (FCE, México, 1985), anotado compendio de Emir Rodríguez Monegal. Pero la autora no data los números del diario donde se publicó, además de que, sin decir por qué, la fecha en “Diciembre de 1976”. Al parecer, tal fecha obedece a que en cierto momento posterior a diciembre de 1973 insertó el texto apócrifo, más el poema de Borges “El remordimiento”, del que ella no cita el título ni el libro donde figura: La moneda de hierro (Emecé, Buenos Aires, 1976), que según anota Nicolás Helft en Jorge Luis Borges. Bibliografía completa (FCE, Buenos Aires, 1997), primero apareció en La Nación, en Buenos Aires, el 21 de septiembre de 1975.
Sobre la nefanda leyenda negra que persigue y rodea al susodicho poema atribuido a Borges (sumamente simplote y ajeno a él), María Kodama apunta en su prólogo al libro Borges en Revista Multicolor. Obras, reseñas y traducciones inéditas de Jorge Luis Borges (Editorial Atlántida, Buenos Aires, 1995), que es el acopio que la investigadora Irma Zangara hizo de las “Colaboraciones de Jorge Luis Borges en la Revista Multicolor de los Sábados del diario Crítica, 1933-1934”: 
Primera edición en Atlándida
Buenos Aires, agosto de 1995
     “Lo más notable es comprobar que esa misma gente que no aprueba la publicación de las tres obras mencionadas [se refiere a los tres libros de ensayos juveniles proscritos por Borges a lo largo de su vida adulta: Inquisiciones (Proa, 1925), El tamaño de mi esperanza (Proa, 1926) y El idioma de los argentinos (Gleizer, 1928), reeditados por ella a través de Seix Barral, respectivamente en ‘marzo de 1994’, ‘noviembre de 1993’ y ‘noviembre de 1994’], frente al poema ‘Instantes’ o ‘Momentos’ de la escritora norteamericana Nadine Stair [seudónimo, al parecer, del caricaturista norteamericano Don Herold (1888-1966)], atribuido falsamente —quiero creer que por ignorancia— a Borges, esa gente, repito, nada dijo ni del estilo ni del contenido de esos versos. Aunque resulte infantil el lenguaje empleado y totalmente contradictorio el mensaje transmitido por el poema, con respecto a los principios que Borges sustentó hasta el final de su vida.
“Se llegó al horror de leer y enseñar en instituciones oficiales, y atribuyéndolo siempre a Borges, ese poema sin valor literario. Pienso que esto constituiría la mejor demostración de que es mejor que ‘el lector medio’ lea directamente, por sí mismo, las obras de juventud de Borges, donde puede sentir su genio y sus ideas, aunque el estilo sea criticable.
“Insisto en este tema porque, durante siete años, luché prácticamente sola para poner en claro esta ridícula situación.”
Borges y Miguel Capistrán en México
En su “A manera de prólogo”, Capistrán bosqueja sus estancias y sus vivencias en Buenos Aires y su papel de promotor para que Borges viajara a México por primera vez en diciembre de 1973 para recibir el Premio Alfonso Reyes y para que participara en el programa Encuentro de Televisa. Del segundo viaje a México, sucedido en “noviembre de 1978”, apunta: fue “producto de una invitación a participar en una serie de programas televisivos en que dialogó Juan José Arreola, tuve directa intervención, ya que fui organizador y productor de los mismos para la que entonces era la televisión oficial mexicana.” 
En la tercera, “la ocurrida en abril de 1981”, Capistrán ya no jugó ningún papel, pero apunta: “se debió a la concesión que el gobierno mexicano hizo a Borges del Premio Ollin Yolliztli, así como a su participación en un encuentro de poesía que tuvo lugar paralelamente. Su anfitrión esa vez fue el gobierno federal. En el segundo y tercer viaje fue acompañado por María Kodama.” Y en el primero por Claude Hornos de Acevedo desde Argentina, pero Capistrán también lo hizo en los dos primeros. 
Borges, José Emilio Pacheco y Claude Hornos de Acevedo
México, diciembre de 1973
  Dado que en Borges y México, el antólogo y editor dice ser un viejo y entusiasta borgesiano y el promotor en primera línea del primero y del segundo viaje que Borges hizo a las latitudes mexicanas, señala y objeta: “prácticamente en todas las biografías y en varios trabajos sobre el escritor se registra un presunto viaje a nuestro país en 1976. Véase por ejemplo: Borges. Una biografía literaria de Emir Rodríguez Monegal; Borges. Esplendor y derrota de María Esther Vázquez, y La vida de Jorge Luis Borges de James Woodall; por mencionar apenas estos tres libros en los que se da como hecha la visita.”
Pero además Miguel Capistrán menciona ese supuesto viaje a México en 1976 porque, según dice, él lo había gestionado para otro programa televisivo, en su calidad de “asesor de asuntos culturales de la Vicepresidencia Ejecutiva de Televisa, a cargo de Miguel Alemán Velasco”. Viaje que se acordó y, apunta, Borges anunció públicamente, luego de anunciar que “sería condecorado en la embajada chilena en Buenos Aires, junto con el científico argentino Luis Federico Leloir, con la Orden Bernardo O’Higgins concedida por el gobierno de Augusto Pinochet”; y que después iría “a Chile para recibir el doctorado honoris causa de la Universidad de Santiago, como ocurrió, además de ser recibido por el dictador.” Vale puntualizar que la entrega de la Gran Cruz de la Orden del Mérito Bernardo O’Higgins ocurrió, en la embajada de Chile en Buenos Aires,  “el 21 de julio de 1976”, según precisa Edwin Williamson en las páginas 466-467 de su Borges, una vida (Seix Barral, 2006). Y para recibir el sonoro “doctorado honoris causa de la Universidad de Santiago, viajó a Chile el 15 de septiembre de 1976 y pasó allí una semana “aclamado y festejado por las autoridades” golpistas. “Un  general de las fuerzas armadas”, “rector de la Universidad de Chile”, fue quien le entregó su flamante doctorado honoris causa. Luego, en la Academia Chilena —donde lo homenajearon y nombraron Miembro de Honor, Borges invocando a Leopoldo Lugones (“en su período fascista, nada menos”), pronunció un discurso “llamando a las fuerzas armadas a crear una 'patria fuerte' que garantizara el orden en un continente bárbaro.” Y “Para culminar, aceptó una invitación a una cena privada con el presidente de la junta militar, general Augusto Pinochet, que le otorgó la Gran Cruz de la Orden Bernardo O'Higgins, el libertador de Chile.
Primera edición en Seix Barral
Buenos Aires, 2006
  “Esto dio lugar a una situación conflictiva”, apunta el antólogo Miguel Capistrán sin brindar fechas, que derivó en la cancelación del programa televisivo, “porque México había roto relaciones con Chile a raíz del golpe de Estado de Pinochet. Aquí se encontraban como refugiados numerosos chilenos, entre ellos la viuda del asesinado presidente Salvador Allende, y Luis Echeverría, que recibió y homenajeó al escritor en 1973 y se había convertido en uno de los campeones del asilo político por las medidas adoptadas con respecto a ese país conosureño, consecuentes con el apoyo que siempre otorgó al régimen allendista”. No obstante, habría que recordarle a Capistrán, sino hubiera muerto, que si bien cuando murió Allende el 11 de septiembre de 1973, día que se sucedió el golpe de Pinochet y la toma del Palacio de la Moneda, se pensó y corrió el mediático rumor de que el presidente había sido asesinado por los militares golpistas, con el paso del tiempo fue ganando la tesis del suicidio, no sin largas y enredadas controversias. La última exhumación ocurrió el 23 de mayo de 2011; y el siguiente 19 de julio, bajo la observación de familiares y de la prensa, el grupo de policías y forenses, chilenos y extranjeros, dirigidos por el Dr. Patricio Bustos, director del Servio Médico Legal de Chile, confirmó el suicidio del Salvador Allende durante el bombardeo al Palacio de la Moneda.
Con el mismo rasero con que objeta el supuesto viaje a México en 1976, Capistrán, editor de la antología y presunto borgesiano de larga data, debió objetar el poema atribuido a Borges en la colaboración de Elena Poniatowska. Según declaró ella a distintos medios luego de que estalló el escándalo, su descuido no es grave. Pero sí lo es. Es una ofensa a la obra y a la memoria de Borges y un insulto a la inteligencia de los viejos y nuevos lectores. Y además de que a nadie le gusta el ninguneo ni que le vendan gato por liebre, transluce que después de tantos años no tuvo la curiosidad de leer la obra poética de su entrevistado y descubrir por sí misma que “Instantes” no es un poema de Borges y públicamente enmendar su error expuesto, en 1990, en el tomo 1 de Todo México, reiterado en la “Nueva edición” de Borges y México.

Elena Poniatowska
En una contradictoria nota publicada en La Jornada el sábado 4 de agosto de 2012, Elena, que primero declaró no recordar por qué el poema atribuido estaba allí, dice que Rosa Nissan se lo mostró enmarcado en un cuadro y diciendo: “¡Mira qué maravilla, es de Borges!”; y ella, sin verificar la fuente ni la autenticidad (¡vaya periodista!) lo insertó en su texto para publicarlo en el tomo 1 de Todo México. Mas no lo hizo con un criterio periodístico, sino literario, porque inventó un diálogo con Borges donde ella le lee los poemas y él escucha sin decir ni mu ni pío. Pero además revela otro dato que tampoco registró en Todo México, libro editado, vale repetirlo, en diciembre de 1990: 
Primera edición en Diana
México, diciembre de 1990
     “También para el tomo I de la serie Todo México incluí un segundo encuentro con Borges en el hotel Camino Real, en 1979, en una entrevista de prensa a la que asistimos muchos periodistas y escogí otro poema, Remordimiento, ese sí de Borges escrito en 1975, después de la muerte de su madre [doña Leonor murió el 13 de julio de 1975].
“Mi descuido fue haber mezclado las dos entrevistas para la edición de Diana, guiada por la emoción del segundo encuentro en el hotel y no volver a revisar la entrevista como tampoco la revisaron los editores de Todo México y ahora los del libro Borges y México.
     Mas en tal supuesta aclaración y tardía revelación, omite que en esa arbitraria mezcla sólo menciona dos sitios donde entrevistó a Borges en torno a la recepción del Premio Alfonso Reyes (la cual ocurrió el 7 de diciembre de 1973 en la Capilla Alfonsina): de manera  colectiva en el “comedor del hotel Parque de los Príncipes, en la parte alta de Las Lomas”, y de un modo individual en su bungalow —donde le dizque leyó a Borges los versos de   “Instantes” y los de “El remordimiento—, y que fechó su trabajo en “Diciembre de 1976”; fecha imaginaria, que eligió quizá inducida por el repetido supuesto de que Borges viajó a México en 1976. Y vuelve a equivocarse cuando dice que el encuentro con Borges en el hotel Camino Real fue “en 1979”, pues el escritor tampoco estuvo en México en tal año, sino en “noviembre de 1978”.
Borges y Juan José Arreola
(México, noviembre de 1978)
Dibujo de Felipe Ehrenberg


II de III
Sin una mínima iconografía interior que ilustrara sobre las tres visitas que Borges hizo a México (en 1973, 1978 y 1981), la “Nueva edición” de la antología Borges y México (Lumen, 2012) se divide en tres partes: “Borges y Reyes”, “Autores mexicanos sobre Borges” y “Breve antología” de textos de Jorge Luis Borges, precedidas por tres preámbulos de Miguel Capistrán, el antólogo y editor: la “Advertencia”, el prefacio “A manera de prólogo” y una serie de “Reconocimientos”.

   Los estridentistas: Ramón Alva de la Canal, Germán List Arzubide,
     Manuel Maples Arce, Arqueles Vela y Lepoldo Méndez
(Xalapa, c. 1926)
      En la “Advertencia”, al referir el contacto entre el joven Borges, de filiación ultraísta, con los escritores mexicanos del movimiento estridentista, Capistrán apunta: “hubo bastante cercanía y comunicación entre ellos, lo que se demuestra con la reseña que Borges dedicó al libro Andamios interiores, de Manuel Maples Arce, en la bonaerense revista Proa en 1925”. Y para apuntalar tal equivocado aserto sobre el artículo que Borges escribió sobre Andamios interiores. Poemas radiográficos (Cvltvra, 1922), el primer poemario estridentista del papanteco Manuel Maples Arce (1900-1981), en la tercera parte aparece seleccionada tal reseña con el título “Sobre Andamios interiores” y un asterisco que remite a su pie de página: “En Luis Mario Shneider, El estridentismo, una literatura de la estrategia, INBA, México, D.F., 1970”. Obsérvese que el apellido de Luis Mario no es “Shneider”, sino Schneider, y que tal errata es una de las muchas erratas que pululan chambonamente en la flamante “Nueva edición” de Borges y México. Miguel Capistrán no lo dice, pero el título seleccionado por él es el título acuñado por el Consejo de redacción (Marco Tulio Aguilera y Luis Méndez) para cabecear tal reseña en el número 40 (Octubre-Diciembre de 1981) de La Palabra y el Hombre, revista de la Universidad Veracruzana, que esa vez estuvo dedicada por completo al movimiento estridentista. En el capítulo “1922” de El estridentismo. Una literatura de la estrategia (INBA, 1970), Luis Mario Schneider apunta: 
Andamios interiores (Cvltvra, 1922)
    “El 15 de julio [de 1922] aparece la primera muestra positiva del estridentismo a la vez que el primer libro de vanguardia escrito por un mexicano y publicado en México: Andamios interiores de Manuel Maples Arce”. Y más adelante añade: “Por entonces el único movimiento de vanguardia latinoamericano se desarrollaba en Buenos Aires, en donde, al regreso de Europa de Jorge Luis Borges, se publicó primeramente la revista Prisma [que fue mural] y más tarde Proa. En el número 2 (diciembre de 1922) de Proa, aparece una crítica del propio Borges sobre Andamios interiores, artículo que luego recogió en su libro Inquisiciones, obra de que ahora reniega.” Y luego del punto figura el numerito 11 que remite a la nota donde Schneider transcribió la reseña de Borges, pero no con el título “Sobre Andamios interiores”, sino precediéndola con una observación: “Por la importancia de la crítica y también por lo que con el tiempo ha llegado a tener la personalidad de Borges, lo copio íntegro”. Después, en la bibliografía, Schneider consigna el título con que Borges lo publicó en la revista Proa (no obstante omitió el número 2): “Borges, Jorge Luis: ‘Andamios interiores de Manuel Maples Arce’, Proa, Buenos Aires, diciembre, 1922, p. 120-123”. 
Inquisiciones (Proa, 1925)
Vale añadir que esa primera época de la revista Proa, encabezada por Borges, Macedonio Fernández y el grupo de Prisma, sólo hizo 3 números: el número 1 data de agosto de 1922 y el 3 de julio de 1923. Mientras que Inquisiciones, el primer libro de ensayos del joven Borges, fue editado por “Editorial Proa en abril de 1925”. Proscrito de manera individual y del tomo de sus Obras completas (Emecé, Buenos Aires, 1974), sólo póstumamente fue reeditado por María Kodama, en “marzo de 1994”, en Buenos Aires, a través de Seix Barral. Allí, en la sección “Acotaciones”, figura la citada reseña con el rótulo “Manuel Maples Arce, Andamios interiores, México, 1922”. Se advierten, además, minúsculas diferencias entre ambas transcripciones, que habría que cotejar con los textos originales.
Entre los textos antologados en “Borges y Reyes”, la primera parte de Borges y México, descuella “Misterio en la Argentina”, “el único ensayo que [Reyes] dedicó íntegramente a Borges”, originalmente publicado en Tiempo, el “30 de julio de 1943”. Pero también destaca “Una amistad literaria”, ensayo de Donald A. Yates, transcrito de “Más páginas sobre Alfonso Reyes, vol. 3, segunda parte, El Colegio Nacional, México, 1976, pp. 922-933”; esto porque bosqueja el consecutivo influjo que en la formación intelectual y literaria de Borges ejercieron su padre Jorge Guillermo Borges (1874-1938), Rafael Cansinos Assens (1882-1964), Macedonio Fernández (1874-1952) y Alfonso Reyes (1889-1959), con quien el joven Borges trabó amistad cuando el mexicano, entre 1927 y 1930, fue embajador en Argentina. Además de que Reyes en ese lapso le publicó a Borges su tercer poemario de 64 páginas: Cuaderno San Martín (Cuadernos del Plata núm. 2, Buenos Aires, 1929), incidió en que el argentino puliera su escritura y abandonara el rebuscado estilo acriollado que venía utilizando, incluso durante su postura ultraísta.
Alfonso Reyes con su perro Alí
(Buenos Aires,1927)
En tal primera parte de Borges y México, se lee el artículo de Eduardo Deschamps titulado “La entrega del Premio Alfonso Reyes”, cuyo pie puntualiza: “Crónica en Excélsior de la ceremonia en que Borges recibió la distinción en la Capilla Alfonsina, 8 de diciembre de 1973, p. 18”, que resulta útil porque da visos de lo ocurrido durante la entrega del Premio Alfonso Reyes a Borges, a lo cual se añaden los testimonios y datos que Capistrán vierte en su “A manera de prólogo”.
En la primera parte del libro, también figura una miscelánea y caprichosa sección de fragmentos denominada “Reyes según Borges”, con un asterisco que remite a un pie de página donde el antólogo dice:
“La razón enunciada en la nota editorial acerca de los derechos autorales ha impedido documentar debidamente en este apartado una relación amistosa de tanta relevancia como la de Borges-Reyes. La bibliografía incluida al final del volumen intenta subsanar esta involuntaria deficiencia. En varios textos allí registrados puede advertirse el constante reconocimiento que el escritor de Buenos Aires hizo al de Monterrey, al grado de que no vaciló en llamarlo ‘maestro’ en algunos de los comunicados epistolares que intercambió con él. Con las alusiones de uno a otro en sus respectivas obras aquí recogidas, más otros trabajos referentes a esa amistad, se intenta poner relieve su excepcionalidad. Es lamentable que un texto iluminador en este aspecto, el de José Emilio Pacheco, ‘Borges y Reyes: una correspondencia. Contribución a la historia de una amistad literaria’, no se incluyera en esta sección por causas autorales, pero no atribuibles a Pacheco, sino a Borges.” 
 
María Kodama
      Todo lo cual asombra y desconcierta. Primero porque en las páginas finales de Borges y México no hay ninguna bibliografía, quizá porque los editores de Lumen decidieron omitirla, sin consultarlo y sin acordarlo con Miguel Capistrán. En segundo lugar porque el primer apartado de tal sección, el número I, concluye con un pie entre paréntesis que acredita: “(José Emilio Pacheco, ‘Borges y Reyes: una correspondencia. Contribución a la historia de una amistad literaria’, Revista de la Universidad, núm. 4, diciembre de 1979, pp. 14-16)”. Y en tercer lugar porque según Miguel Capistrán no se antologó tal ensayo por razones “no atribuibles a Pacheco, sino a Borges”; es decir, a María Kodama, viuda de Borges y heredera universal de sus derechos de autor, quien figura acreditada como propietaria del copyright de los textos antologados en la “Breve antología” de Jorge Luis Borges, la tercera y última parte de la “Nueva edición” de Borges y México, quien viajó de Buenos Aires a la capital mexicana para ex profeso participar en la presentación de ésta en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, la cual se frustró, repito, porque ella descubrió el famoso poema “Instantes”, atribuido a Borges, en la crónica-entrevista de Elena Poniatowska. El que María Kodama previamente haya autorizado la selección de textos de su ex marido en la presente antología de Miguel Capistrán, hace suponer flexibilidad y diálogo para negociar y convenir con ella, y no la cerrazón que alude el antólogo y editor. 


Borges y María Kodama en México
Abril de 1981
Foto: Paulina Lavista


III de III 
A la notoria falta de la bibliografía al término del libro que Miguel Capistrán anuncia en la página 96 de la “Nueva edición” de la antología  Borges y México (Lumen, 2012), se suman las numerosas erratas que la plagan, y el notorio hecho de que, cuando en los textos antologados se citan líneas y fragmentos en inglés y en francés, no se incluyó su elemental y necesaria traducción al español. Resulta tautológico replicarlo: estamos en un país mayoritariamente hispano y Borges y México es una antología con un cariz periodístico, cuyo lector promedio no es un ejemplar de la reducida estirpe de los políglotas ni de la elitista capilla de los eruditos borgesianos, quizá de cepa académica. 
Miguel Capistrán 
(1939-2012)
En un libro (sin iconografía mínima) que bosqueja y resalta las tres visitas que Borges hizo a México (en 1973, 1978 y 1981), más su amistad con escritores mexicanos (en particular con Alfonso Reyes) —que además escribieron sobre él—, y los intrínsecos vínculos entre la vida y obra del escritor argentino con el país mexicano, reflejados en pasajes y detalles de su obra poética, narrativa y ensayística e incluso en ciertas cartas, sorprende que Miguel Capistrán —el editor, antólogo, prologuista y anotador de la “Nueva edición” de Borges y México— en ninguna página cite, enumere o reseñe los libros que Borges, aún vivo y por primera vez en toda la aldea global, publicó en tierras mexicanas. Primero fue Antiguas literaturas germánicas (FCE, Col. Breviarios, núm. 53, 1951), escrito con la colaboración de Delia Ingenieros, del que más tarde, con María Esther Vázquez, “amplió y reescribió solamente la primera parte” y publicó con un nuevo prólogo y el rótulo Literaturas germánicas medievales (Falbo, Col. De las palabras, Buenos Aires, 1965). Luego vinieron los dos tomos de Poesía gauchesca (FCE, 1955), con “Edición, prólogo, notas y glosario de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares”, dentro de la colección Biblioteca Americana, “Proyectada por Pedro Henríquez Ureña y publicada en memoria suya”. Siguió el Manual de zoología fantástica (FCE, Col. Breviarios, núm. 125, 1957), escrito con el auxilio de Margarita Guerrero, el más célebre de sus libros publicados en México, cuya novena edición, de 2007, coincidió con su 50 aniversario; es decir, se ha seguido reeditando, pese a que fue aumentado y publicado con otro prólogo y un nuevo título igualmente célebre: El libro de los seres imaginarios (Kier, Buenos Aires, 1967). En 1968, con el número 13 de la Serie Voz Viva de América Latina, de la Dirección General de Difusión Cultural de la UNAM, se publicó un elepé con la voz de Borges, en cuyo cuaderno adjunto se reproducen los veinte poemas y prosas que el escritor recitó de memoria, junto con seis comentarios improvisados por él. Bagaje precedido por la “Presentación” de Salvador Elizondo (1932-2006), ensayo firmado en “Oberengadin, Suiza, 15 de febrero, 1968”. Nada relativo al elepé menciona Capistrán, pese a que se reeditó en agosto de 1982 y a que el ensayo de Salvador Elizondo —el mismo del long play, pero sin la fecha del final— está antologado en la segunda parte de Borges y México con el título “El poeta”, en cuyo pie se dice: “Título original: ‘La poesía de Borges’, en Obras, t. I, El Colegio Nacional, 1994, pp. 39-48.”

Borges, Octavio Paz y Salvador Elizondo en el Palacio de Minería
Abril de 1981
Foto: Paulina Lavista
Doce años después de la primera edición del elepé, apareció Siete noches (FCE, Col. Tierra Firme, 1980), conferencias con transcripción y epílogo de Roy Bartholomew, que Borges dictó en 1977 en el Teatro Coliseo de Buenos Aires. Siguió Borges el memorioso, que si bien fue publicado por el mexicano FCE en la colección Tierra Firme, su primera edición, de 1982, fue impresa en Argentina, mientras que la segunda, corregida (pero con erratas), fue impresa en México, en 1983. Se trata de la transcripción y edición de una serie de charlas radiofónicas con Antonio Carrizo, en algunas de las cuales también participa Roy Bartholomew, transmitidas en 1979, con motivo del 80 aniversario del entrevistado, en el programa La vida y el canto, de Radio Rivadavia, en Buenos Aires. 
No se puede omitir el citado Ficcionario (FCE, Col. Tierra Firme, México, 1985), la antología de textos de Borges, con edición, introducción, prólogos, notas y cronología del crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal (1921-1985), cuyo origen es un antología de Borges en inglés que en 1981 publicó en Estados Unidos “con la amistosa colaboración del poeta Alastair Reid ; ni su póstumo libro biográfico: Borges. Una biografía literaria (FCE, Col. Tierra Firme, México, 1987), originalmente escrito en inglés y publicado en Nueva York, en 1978, por E.P. Dutton, y cuya traducción al español de Homero Alsina Thevenet comprende ex profesas modificaciones del autor. 
Edición de Siglo XXI terminada de imprimir en México
el 29 de septiembre de 2000 sin el copyright de María Kodama
  Vale mencionar la Nueva antología personal de Borges, sucesivamente reeditada en México por Siglo XXI, de la que según apunta Elena Poniatowska casi al inicio de su citada crónica-entrevista en torno a la estancia de Borges en México en diciembre de 1973, “va en la quinta edición”. Pero la Nueva antología personal, que inicia con un prólogo del autor firmado en “Buenos Aires, 13 de junio de 1968”, fue publicada por primera vez, no en México, sino en la capital argentina, y no por Siglo XXI, sino por Emecé, en 1968. Se trata de la reelaboración que Borges hizo de su Antología personal (Sur, Buenos Aires, 1961), en cuyos textos dispuso modificaciones dispersas, publicada por Victoria Ocampo en el contexto del 30 aniversario de la revista Sur. Siglo XXI Editores, además, no ha procurado consignar las sucesivas reediciones (por algo será). Yo, el reseñista y autor de la presente nota, poseo un ejemplar de la edición concluida “el día 29 de septiembre de 2000” —“de 8000 ejemplares más sobrantes para reposición”, se dice en el colofón—; y como si fuera un tiraje pirata, no acredita el correspondiente copyright de María Kodama, heredera universal de los derechos de autor de Borges, ni registra nada de la edición original ni de las subsiguientes reediciones. 

Borges en la Capilla Alfonsina
Diciembre de 1973
Foto: Rogelio Cuéllar
Mucho o poco podría reseñarse y discutirse de cada uno de los textos de los 22 autores mexicanos que escribieron sobre Borges, antologados en la segunda parte de Borges y México. En este sentido, vale limitarse a otro comentario marginal. Con el rótulo “Ironías” se lee un ensayo de Carlos Monsiváis (1938-2010), del que se apunta fue publicado “En El Universal, 29 de agosto de 1999, pp. 1-30”. El cual, Monsiváis reelaboró, con notas y el título: “‘Me bastaría ser inmortal’ (ironía y sátira en Borges)”, y está incluido en In memoriam Jorge Luis Borges (El Colegio de México, 2008), compilación editada por Rafael Olea Franco, resultado del homónimo Coloquio Internacional sucedido en El Colegio de México “el 18 y 19 de septiembre de 2006”, urdido para conmemorar el 20 aniversario de la muerte de Jorge Luis Borges. 
Carlos Monsiváis y Jorge Luis Borges
México, diciembre de 1973
  En la “Breve antología”, la tercera y última parte del libro, se leen doce textos de Borges que aluden a México y a sus escritores, en cuyos pies de página, cada vez que pueden, los editores de Lumen remiten, por criterios de autopublicidad, al par de libros con obras reunidas de Borges, publicadas en tal sello por Random House Mondadori: Cuentos completos (2011) y Poesía completa (2011); pero dadas las fodongas erratas que pululan en Borges y México, más vale acudir a otras ediciones. Uno: “La escritura del dios”, cuento de El Aleph (Losada, Buenos Aires, 1949). Dos: “El asesino desinteresado Bill Harrigan”, cuento de Historia universal de la infamia (Tor, Col. Megáfono núm. 3, Buenos Aires, 1935). Tres: “México”, poema de La moneda de hierro (Emecé, Buenos Aires, 1976). Cuatro: “In memoriam A.R.”, poema de El hacedor (Emecé, Buenos Aires, 1960). Cinco: “Juan Rulfo: Pedro Páramo
”, el prólogo para tal novela publicada por Hyspamérica en la Colección Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges, núm. 10, Madrid, 1985. Seis: “Juan José Arreola, Cuentos fantásticos, el prólogo para la antología homónima publicada por Hyspamérica en la Colección Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges, núm. 56, Madrid, 1986, que es el mismo prólogo incluido en una edición de Confabulario (FCE, México, 1985) con ilustraciones de José Luis Cuevas. Siete: “Crucero”, reseña del poemario homónimo que el casi olvidado Genaro Estrada (1887-1937) publicó en Cvltvra (México, 1928), “Con una litografía al offset y cinco grabados de Gabriel García Maroto”, cuyo nombre propio escribió con jota, transcrita de Textos recobrados 1919-1929 (Emecé, Barcelona, 1997), volumen póstumo de Borges, con “Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril”, en donde se dice que apareció en Síntesis, Buenos Aires, Año 2, No. 18, noviembre de 1928”. Ocho: “Alfonso Reyes”, texto escrito en torno a la muerte del polígrafo regiomontano, sucedida en México el 27 de diciembre de 1959, tomado de Borges en Sur 1931-1980 (Emecé, Buenos Aires, 1999), antología con “Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Socchi”, donde se anota que apareció en el número 264 de la revista Sur (mayo-junio de 1960). Nueve: “Sobre Andamios interiores”, la citada reseña que Borges escribió sobre Andamios interiores. Poemas radiográficos (Cvltvra, México, 1922) de Manuel Maples Arce (1900-1981), que Borges publicó en el número 2 de la revista Proa (Buenos Aires, diciembre de 1922), luego incluida en Inquisiciones (Proa, Buenos Aires, 1925), su primer libro de ensayos. Diez: “Juárez y Maximiliano”, prólogo escrito por Borges para el homónimo libreto del dramaturgo checo Franz Werfel (1890-1945) —esto lo omite Capistrán—, reunido en Textos recobrados 1931-1955 (Emecé, Bogotá, 2001), volumen póstumo de Borges, con “Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Socchi”, quienes anotan que el libro de Franz Werfel fue editado en Buenos Aires, por Emecé, “el 10 de julio de 1946”. Once: “Cómo conocí a Alfonso Reyes”, texto impreso, dice el pie, en el Boletín de la Capilla Alfonsina, núm. 28, abril-diciembre de 1973”, del que vagamente, Capistrán, en la p. 90, dice que es “una alocución radiofónica a la muerte de Reyes posteriormente transcrita”, mientras que en la p. 26 dice que tal Boletín es el “núm. 8”. Doce: “Palabras sobre Amado Nervo”, discurso que Borges dijo “el 24 de mayo de 1969 en el Teatro Nacional Cervantes de Buenos Aires, Argentina, para conmemorar el cincuentenario de la muerte de Amado Nervo”, transcrito del semanario Cultura [sic], núm. 1190, 23 de agosto de 1999”, que entonces, se anota, era un “Texto inédito en México”.

Jorge Luis Borges en Teotihuacan
Diciembre de 1973
Foto: Paulina Lavista
Sin duda la “Breve antología” de Borges sería más rica si Miguel Capistrán hubiera añadido tres textos. Uno: “La recoleta”, el primer poema que Borges publicó en México, precisamente en el núm. 40-41 de la revista Contemporáneos (septiembre-octubre de 1931), donde no se dice que pertenece a Cuaderno San Martín (Cuadernos del Plata, núm. 2, Buenos Aires, 1929), su tercer poemario de 64 páginas, publicado a instancias de Alfonso Reyes, cuando éste, entre 1927 y 1930, fue embajador en Argentina. Dos: la reseña que Borges hizo sobre Pausa (Soc. génér. d’impr. et d’édit, París, 1926), el segundo poemario de Alfonso Reyes, publicada en la revista VariacionesLa Plata, Tomo IV, No. 11, enero de 1927”, antologada en el citado Textos recobrados 1919-1929, que es la primera recensión escrita por Borges sobre un libro del regiomontano. Tres: la reseña que Borges hizo de Reloj de sol (Tipografía artística, Madrid, 1926), miscelánea de Alfonso Reyes; segunda nota sobre un libro de éste, publicada en el núm. 1 de la revista Síntesis (junio de 1927), luego incluida en El idioma de los argentinos (Gleizer, Buenos Aires, 1928), su proscrito tercer libro de ensayos, cuya póstuma segunda edición María Kodama publicó en Argentina, en “noviembre de 1994”, a través de Seix Barral.

Miguel Capistrán, Borges y México. 1ª edición en Lumen. México, julio de 2012. 408 pp.