domingo, 9 de noviembre de 2014

Ella, Drácula



Érase una lamia tolerada por Dios

El español Javier García Sánchez (Barcelona, abril 7 de 1955) ha escrito una novela en cuyo largo título utiliza como cedazo el popular nombre del vampiro dado a conocer, en 1897, por el británico Bram Stoker (1847-1912), fundido a la lejana y legendaria impronta de la asesina múltiple más famosa de la historia húngara: Ella, Drácula (Vida y crímenes de Erzsébet Báthory, la Condesa Sangrienta). Hungría 1560-1614 (Planeta, 2005), personaje que (en menor medida que el vampiro de Bram Stoker) también ha suscitado, en toda la aldea global, una cauda de leyendas, narraciones, artículos, ensayos, cuadros y películas. Pero también, como se advierte, el rótulo del autor recoge el mote con que fue conocida, ya utilizado por la francesa Valentine Penrose (1898-1978) en su exploración documental y biográfica: La Comtesse sanglante (Mercure de France, 1962), con quien el novelista guarda su mayor deuda, de ahí que las dos partes en que divide los dieciséis capítulos de su obra estén signados por dos epígrafes transcritos del libro de Penrose y que desde luego figure en la bibliografía que cierra la novela, pero cita la versión en español (traducida por María Teresa Gallego y María Isabel Reverte) reimpresa por la madrileña Siruela, en 1996, en la serie Bolsillo, la cual no incluye la valiosa e ilustrativa iconografía del libro francés.
Javier García Sánchez
Además de que el listado bibliográfico implica que Javier García Sánchez públicamente reconoce sus abrevaderos, todo sugiere que bien pudo prescindir de ello, pues su libro no es un riguroso ensayo ni una novela histórica (donde cada fecha, nombre, suceso y conjetura tienen que estar respaldados por fuentes documentales, fehacientes). Es una novela que no excluye los ingredientes fantásticos, míticos, legendarios y supersticiosos; sin embargo, descuella que en medio de sus anécdotas, fechas y citas históricas, de las que también echó mano en abundancia, incurra en varios notables y elementales yerros.
Por ejemplo, Erzsébet Báthory tenía 17 años en 1577; así, en la página 199 se dice que a tal edad supo de “la ejecución de María Estuardo de Inglaterra”, pero ésta ocurrió diez años después, en febrero de 1587.
En la portada: Erzsébet Báthory
(Planeta, 2da. edición, Planeta, 2005)
En Ella, Drácula, Javier García Sánchez imagina a un decrépito sacerdote quien en 1663, en la buhardilla de la parroquia de la aldea de Lupka-Ratowickze, enfermo y sintiendo que el fin de su días terrenales está cerca, se dispone a escribir y escribe (a lo largo de casi toda la novela) los sucesos de la historia que lo ha conmocionado, trastocado y perseguido desde la niñez y que no es otra que la vida y el comportamiento brujeril, sádico y sanguinario de la condesa Erzsébet Báthory (torturó y asesinó alrededor de 700 muchachas, se calcula aquí). Es decir, el cura János Frantizek Pirgist, de 63 años, de niño subsistió en los habitáculos de los subterráneos lavaderos del castillo de Csejthe (pues era hijo de Vargha Balintné, una de las lavanderas), sitio que la condesa prefería entre los numerosos y dispersos castillos de su propiedad, y donde en 1611, dados sus espeluznantes crímenes, fue emparedada en su recámara, donde en medio de inmundicias y de la oscuridad total, habría de morir el 21 de agosto de 1614, según se dio fe. Es decir, por su linaje y por intereses políticos, no fue ejecutada ni llevada a la hoguera, como sí ocurrió con sus tres principales colaboradores: las fortachonas Jó Ilona y Dorkó, y el enano y deforme Ficzkó.
A los hechos que vivió en su infancia (incluidos sus secretos más secretos) y que ineludiblemente incidieron en su conversión en sacerdote, se añade el que János Frantizek Pirgist, por más de 50 años, para comprender los actos y la mentalidad de la condesa, ha investigado todo lo que ha podido sobre ella y su entorno medieval y cognoscitivo, incluso experimentó con bebedizos alucinógenos que ella ingirió, según colige. Y si de muchachita dice que se hacía oír una leyenda (contada por una tía) sobre el sanguinario Empalador, el príncipe valaco Vlad Tepes (1431-1476), por otra parte expone y medita paralelos y diferencias entre ella y los crímenes, el sadismo y el trágico destino de otro célebre, novelesco y peliculesco torturador, violador y asesino múltiple de niños y jovencitos registrado por la leyenda, por la historia, por la literatura y por el cine: el francés Gilles de Rais (1404-1440), Barba Azul, compañero de armas de Juana de Arco (1412-1431), la Doncella de Orleáns, heroína y Santa cuya belicosa y bestial huella también ha originado una serie de leyendas, narraciones, ensayos y filmes.  
El sacerdote es una especie de alter ego del narrador y por ende la novela no es únicamente un esbozo de la vida y crímenes de Erzsébet Báthory, es también la historia de cómo János Frantizek Pirgist logra poner en letra manuscrita toda esa carga largamente postergada (matizada por sus secretos más íntimos), cuyo último episodio, después de colocar el punto del término, lo constituye una visita a las ruinas del castillo de Csejthe, donde en la forma de un solitario pájaro negro que ahuyenta a las demás aves le parece ver la reencarnación de ella e incluso su risa en los graznidos.
Ahora que si el lenguaje de la novela de Javier García Sánchez está salpimentado con un rico vocabulario y tiende a ser muy retórico (o ampuloso) y a poetizar, e incluso le canta a Erzsébet Báthory una elegía en verso libre, abunda en circunloquios, descripciones y reiteraciones (que salen sobrando, pero que pueden gustar a otros), amén de que carece de suspense, casi de giros sorpresivos y de conflicto, pues el conflicto moral del sacerdote es personal e íntimo, y sólo le sirve al narrador para dosificar el meollo e intríngulis de la obra, que es lo que corresponde a la siniestra y cruenta historia de la condesa, su castigo y muerte.
Erzsébet Báthory
En este sentido, ciertos momentos climáticos o álgidos lo conforman los relatos de las torturas y de los asesinatos de las jovencitas vírgenes, cuyo fin último, según narran el sacerdote y la voz narrativa, era que Erzsébet Báthory se bañara literalmente en sangre para así obtener la belleza eterna y la inmortalidad. 
Pero también descuellan los pasajes en que el cura János Frantizek Pirgist, ante tanto crimen y desolación, reflexiona en torno al Mal y frente a la inescrutable indiferencia o silencio del todopoderoso, omnisciente y ubicuo Dios (desde la noche de los tiempos).
Por ejemplo, en el penúltimo capítulo el viejo sacerdote recuerda un fragmento del filósofo Epicuro: “O Dios quiere abolir el Mal y no puede, o bien puede, pero no quiere o no puede y no quiere. Si quiere pero no puede, es impotente. Si puede pero no quiere, es malvado. Pero si Dios puede y quiere abolir el Mal, entonces ¿por qué hay Mal en el mundo?”
Pero antes de que el viejo religioso desgrane sus secretos más secretos, casi a la mitad de la novela, la omnisciente y ubicua voz narrativa dice en una de las recapitulaciones sobre lo que ha signado los días del sacerdote, pero también los días de toda la humanidad que ha pisado el ahora recalentado globo terráqueo, perspectiva aún en ebullición: 
“Pirgist había leído libros de Historia. Conocía el terreno. Guerras, rapiña, usura, envidia, una interminable serie de crímenes, muchos de ellos cometidos en nombres de la fe, de cualquier fe. Eso era la Historia. ¿Por qué entonces, siendo el más perfeccionado e inteligente de los seres terrestres, pues poseemos un espíritu que nos hace ser conscientes de la singularidad e importancia de todo lo vivo, ya que en mucho apreciamos nuestra propia vida, somos precisamente nosotros, las personas, quienes llevamos a nuestra espalda el insoportable peso del Mal? Acaso por tener espíritu. Pero y esto, así se lo había preguntado desde muy joven sin obtener respuesta alguna que le satisficiese, ¿por qué lo permite el Creador, por qué?
“Él mejor que nadie, porque nadie en absoluto siquiera lo sospechó nunca, sabe que abrazó la fe para dar con respuestas que calmasen tales dudas, pero ahí siguen, cual abiertas llagas por las que supura el pus. Infectadas.”


Javier García Sánchez, Ella, Drácula (Vida y crímenes de Erzsébet Báthory, la Condesa Sangrienta). Hungría 1560-1614. Editorial Planeta. Barcelona, 2005. 392 pp.

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Enlace a video documental sobre Erzébet Báthory:
 http://www.youtube.com/watch?v=aeYEDQffbw4

Enlace a la leyenda de Erzébet Báthory, la Condesa Sangrienta: http://www.youtube.com/watch?v=DPEctHCRg30


Los vampiritos y el profesor



Erase que se era una gata furiosa en un tejado

En la serie de libros infantiles para leer y mirar: EnCuento, coeditada por el CIDCLI y el CONACULTA, apareció, en 1998 y con tres mil ejemplares, Los vampiritos y el profesor, narración fantástica de Francisco Serrano (México, junio 27 de 1949), ilustrada con dibujos en color de Claudia Legnazzi, cuya confluencia, bajo el diseño gráfico de Rogelio Rangel y la reproducción fotográfica de Rafael Miranda, sin duda resulta seductora para el pequeño lector. 

(CIDCLI/CONACULTA, México, 1998)
¿Cómo olvidar las virtudes mágicas que Jaime Sabines canta y receta en “La luna”?, poema que incluso varias veces ha sido editado e ilustrado en libros para niños. Pero ante lo que narra Francisco Serrano (con los dibujos de Claudia Legnazzi), por una inconsciente y caprichosa evocación auditiva (tal licantropía de huitlacoche) se puede cantar y oír aquello de que “la luna había aparecido/ como una gata furiosa en un tejado”, versos de “El ahorcado del Café Bonaparte”, poema de Los puentes (1962), del cubano Fayad Jamás (1930-1988), cuyo título alude los bajos fondos del Sena plagados de clochards, cuyos textos el poeta escribió en la miseria europea y parisina, entre 1956 y 1957, después de cruzar el océano desde La Habana en calidad de polizón y náufrago en un barco carguero; (el poema aludido, que buena parte es el monólogo post mortem de un vagabundo solitario y suicida, comprime esa atmósfera desolada y miserable que vivió el autor durante esos fríos y duros años).
Lo dicho no quiere decir que Los vampiritos y el profesor es un modelo de melancolía, abandono o acedia, “ese mal del espíritu descrito por los teólogos y los médicos medievales y renacentistas”, “la enfermedad de los contemplativos y religiosos”, para decirlo con las palabras que Octavio Paz (1914-1998) emplea al reflexionar en torno Nostalgia de la muerte (1938) de Xavier Villaurrutia (1903-1950). Todo lo contrario. Es un modelo de felicidad infantil; de esa que de acuerdo con la milenaria tradición, aún cultivan ciertos privilegiados y elitistas chavalines cada vez que la voz de alguno de sus padres(o algún semejante por el estilo) les dice o les lee un cuento antes de extraviarse en los sueños, sugerido esto en el chiste preliminar de que Francisco Serrano “con Los vampiritos y el profesor quiso escribir un cuento para no dormir a los niños”.

El profesor Persiles Tarantado y los vampiritos Lop y Kiria
Ilustración: Claudia Legnazzi

La Luna Llena, la Diosa Blanca, es protagonista del presente relato. Pero los personajes principales son el profesor Persiles Tarantado y Lop (más o menos de seis años) y Kiria (más o menos de cinco), un par de vampiritos que el profesor recibe por correo desde Rumania, el país de la Europa Oriental donde se hallan las remotas, legendarias y peliculescas tierras de Transilvania. Así, el cuento de Francisco Serrano es una infantil variante que desciende de la antigua estirpe de los mitos, leyendas y relatos de vampiros que en encauzara el irlandés Bram Stoker (1847-1908) con Drácula (1897), novela que no lo hizo millonario, pero sí célebre e inmortal en todos los idiomas (un auténtico muerto no muerto) y que tantas veces ha sido adaptada, variada o parafraseada en la pantalla grande (F.W. Murnau, Werner Herzog, Francis Ford Coppola, Roman Polanski y otros, incluidos directores de infumables churros de horror). 

El laboratorio secreto del profesor Persiles Tarantado
Ilustración: Claudia Legnazzi

     Persiles Tarantado, clisé de científico loco, distraído y noble, vive en la ciudad de México (época actual) en un edificio de departamentos y trabaja en un laboratorio de análisis clínicos, la fuente que utiliza para alimentar el laboratorio secreto que ha instalado en el baño de su departamento, donde investiga la sangre (estructura, composición, funciones) con el objetivo “de descubrir una sustancia maravillosa que mezclada con el plasma sanguíneo lo vigorizaría de tal manera que casi no sería necesario comer”; es decir, busca acabar “para siempre con el hambre”. Esto hizo que los pequeños vámpir (“palabra que significa espectro bebesangre”) fueran enviados al profesor dentro de un par de antiguos féretros, pero también porque los mayores de los pequeños consideraron a México como un lugar “muy apropiado para criar a los vampiritos porque desde el tiempo de los aztecas a este país le ha gustado la sangre”. Así, según el canon que sigue y varía Francisco Serrano, los pequeños duermen en sus ataúdes durante el día, viven de noche, pueden volar y aparecer donde les plazca, necesitan sangre humana para alimentarse, su imagen no se refleja en los espejos, y sus mordeduras en la yugular de la víctimas contagian a éstas, es decir, propagan la peste de la colmilluda e infame turba de nocturnas aves, dado que las transforman en vampiros. 

La antigua estirpe de los vampiritos
Ilustración: Claudia Legnazzi

Cierto es que en un principio el profesor Tarantado acepta cuidar a los vampiritos persuadido por la simpatía de éstos, pero también por el jugoso chequezote de un millón de dólares que le sirven para aligerar su apretado y modesto modus vivendi, que le envió, junto a los féretros y a una carta escrita en caracteres góticos y en un áspero y pseudoantiguo castellano (en realidad una lúdica y divertida parodia), nada menos que el Conde Desmodus van Rolacy, Gran Maestro de la Orden del Laberinto, distinguido pariente de los pequeños vampiros, que le da noticia de una catástrofe reciente: la destrucción por un terremoto del Bolgana, el majestuoso castillo en lo alto de las escarpadas latitudes de Transilvania que durante cinco siglos habitó el rancio abolengo familiar. 
El castillo transilvano
Ilustración: Claudia Legnazzi

Y si mediante sus brillantes pesquisas fisicoquímicas el profesor logra “neutralizar los alcances letales de la luz solar sobre el ser de los vampiros” y así pueden “estar despiertos y activos durante el día”, no deja de preocuparle el hecho de que siguen siendo un par de vampiros que necesitan sangre; es decir, no comen pasteles, ni dulces, ni helados, ni palomitas de maíz, ni nada por el estilo, sólo beben sangre. Y el profesor, por su empleo en el laboratorio de análisis clínicos, cada día los abastece en casa con “dos litros de sangre fresca, que los vampiritos bebían gustosos en sendos biberones de porcelana, decorados con pinturas de lobos, castillos y luna llena brillando sobre el bosque”.
   En este sentido, la naturaleza de los pequeños vampiros cobra efervescencia bajo el influjo de la Diosa Blanca, la Luna Llena. “No estaba seguro don Persiles [dice la voz narrativa], pero tenía la sospecha de que en la oscuridad los niños podían volverse peligrosos, sobre todo, porque pudo constatar que en las noches de luna llena se hacía inquieto el sueño de los vampiritos, que sudaban y se agitaban pronunciando palabras en un idioma incomprensible.” 
   Estos síntomas recuerdan un pasaje que se lee en el ensayo donde Martha Robles se ocupa de “La Diosa Blanca”, compilado en Memoria de la Antigüedad (CONACULTA, 1994): “Bella, esbelta, con la piel tan blanca como la lepra y los ojos intensamente azules, Keats, Coleridge o Graves la vinculan a la pesadilla Vida-en-Muerte que fascina y desespera porque súbitamente puede transformarse en marrana, yegua, perra, zorra, bruja, comadreja, serpiente, lechuza, loba, tigresa, sibila o sirena magnífica. Su versatilidad explica por qué, bajo su influjo al escribir un poema, se crispan los nervios, se erizan la piel y los cabellos, saltan los ojos llorosos como expulsados desde dentro y un horripilante sudor atraviesa el alma hasta humedecer cada poro concentrado en escribir o en leer un verdadero poema, ése que, al decir de Robert Graves, resulta por necesidad ‘una invocación de la Musa, de la Diosa Blanca, Madre de Todo Ser Viviente, portadora del antiguo poder del miedo y la lujuria, la araña hembra y la abeja reina cuyo abrazo es la muerte’.”
       Así, los pequeños vampiros, a escondidas del profesor, como inconscientes posesos, celebran su ancestral, atávico, congénito y milenario rito: “varias veces, sobre todo en las tardes en que la luna llena como un farol se alzaba en el horizonte, Kiria y Lop aprovechaban sus salidas para chuparse a algún paseante solitario. Cuando descubrían a la víctima, se acercaban con disimulo fingiendo estar perdidos, la acorralaban, le ponían una zancadilla y, dando terroríficos gritos que paralizaban a cualquiera: -¡Jsh-kik!, -¡Jsh-kik! La empujaban, haciéndola caer y se ponían a sorberle placenteramente la sangre de la vena yugular, prendidos, una del lado del corazón y otro del lado de la cabeza.” 

Los vampiritos dándose vida
Ilustración: Claudia Legnazzi
Se puede decir, entonces, que los poemas que escriben con sangre este par de pequeños elegidos por la Diosa Blanca (poemas sonoros de resonancias primitivas compuestos por un estridente y rítmico percutir de chasquidos, gritos, aleteos, succiones, pujiditos, ¡aaahs! de satisfacción y deleite, algún eructo y quizá algún pedo o ráfaga de pedos), no son una serie de muertes que puedan contemplarse como una irrefutable celebración del asesinato considerado como una de las bellas artes (Thomas de Quincey dixit), sino el preámbulo de “la más temible invasión de vampiros” de que se tenga memoria en la multitudinaria Chilangolandia, pese a que el más antiguo de sus antepasados que originó la diáspora de la especie: el Anciano de la Montaña, que vivía en el Alamut (“que quiere decir ‘Nido de Aguila’”), “un castillo situado al sur del Mar Caspio”, haya cimentado su leyenda y castigo sobre la base de un sinnúmero de horripilantes asesinatos. 

Lop y Kiria recorriendo las calles de Chilangolandia
Ilustración: Claudia Legnazzi
     Es decir, los pequeños dejan vivitos y coleando a sus víctimas, que ineludiblemente se transforman en vampiros propagadores de la peste. Cuando el profesor descubre sus andanzas al oír la noticia de que un vampiro chupó a su novia en terrenos de la Universidad, empieza a ser consumido por una creciente depresión que lo arroja a la cama. Así, cuando los pequeños organizan su fiesta de cumpleaños (“caía a la mitad de octubre, justo el día de luna llena”) e invitan a sus compañeros de escuela, el profesor Tarantado supone lo que ocurrirá entre sus planes que, para el caso, sucede durante el juego de las escondidas con la luz apagada. Después de haber chupado a sus todos sus cuates del colegio (“lo hicieron suavemente, sin lastimarlos”) y ya han encendido la luz para devorar el pastel (pese a que a los vampiros sólo beben sangre humana), el profesor despierta súbitamente en su cuarto y ve por la ventana “cómo una gigantesca nube negra cubría la luna, mientras un aullido terrorífico resonaba en la noche.”


Francisco Serrano, Los vampiritos y el profesor. Láminas en color de Claudia Legnazzi. Serie EnCuento. CIDCLI/CONACULTA. México, 1998. 36 pp.



martes, 28 de octubre de 2014

El sueño eterno


País podrido, infestado de delincuentes

Con traducción del inglés al español de José Luis López Muñoz y Juan Manuel Ibeas e impresa en México en mayo de 2014 por Debolsillo, El sueño eterno (1939) —la primera novela negra del norteamericano Raymond Chandler (1888-1959) protagonizada por el detective privado Philip Marlowe—, incluye una postrera sección “Extra” que compila “los dos relatos pulp, publicados en la revista Black Mask, que Chandler canibalizó” para escribirla: “Asesino bajo la lluvia” (1935) y “El telón” (1936), cuya previa lectura permite observar y comparar las anécdotas, las frases, los nombres y las características de los personajes que el narrador transcribió, reescribió o varió en la trama de El sueño eterno (novela adaptada al cine en una homónima película de 1946 dirigida por Howard Hawks, con guión de William Faulkner y Leigh Brackett, protagonizada por Humphrey Bogart t Lauren Bacall). Pero también permite ver que la delineación de la identidad y personalidad del novelesco y peliculesco Philip Marlowe —detective privado que vive y se mueve en los ámbitos geográficos, sociales, culturales y políticos de un Hollywood y de un Los Ángeles, California, de los años 30 del siglo XX, donde aún son visibles los ecos y vestigios de la corrupción social generada en torno a la Ley Seca (enero 17 de 1920-diciembre 5 de 1933) y a la Gran Depresión (suscitada con la caída de la bolsa el 29 de octubre de 1929)—, Chandler la estaba gestando y acuñando con los detectives privados que protagonizan sus cuentos anteriores a El sueño eterno, cuyas características son muy parecidas o casi idénticas entre sí y a las de Philip Marlowe. En este sentido, el detective sin nombre que protagoniza “Asesino bajo la lluvia” podría llamarse John Dalmas, protagonista del cuento “El jade del mandarín” (1937), puesto que ambos son amigos de Violets M’Gee, “un poli de Homicidios de la oficina del sheriff”, cuyo apodo se debe a que suele “mascar un par de caramelos contra el mal aliento con aroma de violetas”; y el detective Carmady, protagonista de “El telón”, que también lo es en los cuentos “El hombre que amaba a los perros” (1936) y “Busquen a la chica” (1937), los cuales, con “El jade del mandarín”, son “los tres relatos pulp, publicados en las revistas Black Mask y Dime Detective, que Chandler canibalizó para escribir” Adiós, muñeca (1940), su segunda novela, repleta de mordacidad y humor cáustico, protagonizada por el detective privado Philip Marlowe.  
(Debolsillo, México, mayo de 2014)
  Dividida en 32 capítulos, la intriga, el enredo y los sucesos de la trama de El sueño eterno ocurren durante cinco días de mediados de octubre. El detective privado Philip Marlowe, con 33 años de edad, fue investigador de Taggart Wilde, el actual fiscal del distrito de Los Ángeles. Bernie Ohls, su investigador jefe, fue quien puso en contacto a Marlowe con el general Guy Sternwood, un cadavérico y decrépito anciano en silla de ruedas, cuya mansión en West Hollywood desborda indicios de la miliunanochesca fortuna acumulada con la explotación de pozos petroleros, ya inútiles, cuyos abandonados y contaminantes restos no están muy lejos de los límites territoriales de tal residencia. 

       
Philip Marlowe y Vivian
(Humphrey Bogart y Lauren Bacall)
Fotograma de El sueño eterno (1946)
         El general Sternwood, pese a su avanzada edad y magra salud, tiene dos hijas veinteañeras y atractivas: Carmen, la menor, bajita, locuaz, viciosa y rubia; y Vivian, alta, de cabello negro, aficionada a la ruleta y casada con Rutsy Reagan, un ex contrabandista de licor durante la Prohibición de origen irlandés, desaparecido a mediados de septiembre (hace un mes), lo cual preocupa e inquieta al general, pues Rutsy había hecho entrañables migas con él y le hacía compañía. No obstante, pese a que el general Sternwood estima a Rutsy Reagan, al principio no contrata a Marlowe para que indague su paradero, sino para que despeje el intríngulis que implica un sobre enviado a él por un tal Arthur Gwynn Geiger, cuya tarjeta anuncia que su negocio son los libros raros y las ediciones de lujo, pero que sin embargo le solicita el pago de tres pagarés, cada uno por mil dólares, firmados por su hija Carmen, dizque por deudas de juego.

(Contraportada)
  La indagatoria que inicia Philip Marlowe lo lleva, ese primer día marcado por la pertinaz lluvia, a la librería de Geiger en Hollywood Boulevard y no tarda en descubrir que es un escaparte, “a plena luz de día”, cuyo verdadero negocio es la renta prohibida y clandestina de libros pornográficos. Resguardado en su deportivo y con su proclividad al trago de whisky, Marlowe observa la llegada de Geiger en un “cupé color crema”. Y cuando sale de la librería y de nuevo aborda el cupé, lo sigue hasta su casa en Laverne Terrace, “una calle muy empinada que salía del Laurel Canyon Boulevard”. Sigiloso, con sus tragos de whisky y encapsulado en su auto, Marlowe observa y espera no muy lejos de tal casa. Pasadas las seis de la tarde, ve que llega un coche y que de él sale una mujer, “pequeña y esbelta”, con “un sombrero de ala ancha y un impermeable transparente”; toca el timbre y entra en la casa. Marlowe sale de su carro y con su linterna observa que es “un Packard descapotable, granate o marrón oscuro”, cuyo permiso de circulación indica que pertenece a Carmen Sternwood. “A las siete y veinte un único fogonazo de violenta luz blanca salió de casa de Geiger como un relámpago veraniego” y luego “resonó un grito agudo, tintineante, que se perdió entre los árboles empapados por la lluvia”. En el instante en que Marlowe está a punto de tocar el llamador de la puerta, estallan “en la casa tres disparos. Se oyó después algo que podría haber sido un largo suspiro áspero y, a continuación, el golpe poco preciso de un objeto blando al caer. Finalmente pasos rápidos dentro de la casa; pasos que se alejaban” y que enseguida salen corriendo por la puerta trasera, bajan la escalera y se oye el ruido de un coche que arranca y se distancia a toda máquina.

Raymond Chandler
(Chicago, julio 22 de 1888-La Joya, California, marzo 26  de 1959)
  Luego de que Marlowe logra entrar en la casa por una ventana cuyo cristal quiebra, observa los detalles de la escena del crimen. El cuerpo asesinado de Geiger, con un ojo de cristal y su “bigote estilo Charlie Chan” (popular detective chino creado en 1925 por Earl Derr Biggers), al pie de una especie de tótem que oculta una cámara fotográfica recién disparada con la “bombilla de flash ennegrecida” a un lado y de la cual fue extraído el bastidor con el negativo de cristal. La causa: el objetivo de la cámara apunta a un sillón de madera donde está sentada Carmen Sternwood, desnuda y semiinconsciente, debido al consumo de éter, al parecer mezclado con láudano. Marlowe examina la casa y en el escritorio halla una “una libreta encuadernada en piel azul con un índice y muchas cosas escritas en clave”, cuya “letra inclinada era la misma de la nota enviada al general Sternwood”. Marlowe se la guarda; viste a Carmen, que ignora lo que ocurre, y en el Packard de ella la lleva a su residencia en West Hollywood, donde la deja sin que el general se entere. Luego regresa a la casa de Geiger caminando bajo la lluvia más de media hora y descubre que el cadáver ha desparecido, junto a “un par de tiras de seda bordada” que había en la pared. Ya en su departamento en el edificio Hobart Arms, antes de dormir y sumergirse en pesadillescos sueños, bebe ponches calientes mezclados con whisky, mientras trata de descifrar las claves de la libreta de Geiger, pero sólo saca en claro que es “una lista de nombres y direcciones, clientes suyos probablemente.” Que “Había más de cuatrocientos.” Y que “Eso lo convertía en un tinglado muy productivo, sin mencionar las posibilidades del chantaje, que probablemente existían.”

A la mañana siguiente, tras ingerir café mientras hojea y ve que en los periódicos no se dice nada del asesinato de Geiger, recibe una llamada telefónica de Bernie Ohls, quien le informa que en el “muelle pesquero de Lido” (a unos 50 kilómetros desde el Palacio de Justicia de Los Ángeles) sacaron de las aguas “un bonito Buick sedán muy nuevo” que pertenece a la familia del general Sternwood y dentro está el cadáver de un joven. Ya allí, Bernie Ohls y Philip Marlowe observan que es el chofer de los Sternwood, un tal Owen Taylor (al parecer “le dieron con una cachiporra en la cabeza” antes de morir), quien hace un año tuvo un amorío con Carmen al fugarse a Yuma con ella (“una infracción de la ley Mann”), pero Vivian los trajo de regreso y lo hizo encerrar por la policía, para que casi enseguida lo soltaran y siguiera trabajando con ellos e incluso vivía encima del garaje de la residencia de los Sternwood. 
El caso es que Philip Marlowe, al investigar el entorno de Geiger con visos de recuperar la placa fotográfica de Carmen desnuda y sin decirle nada a Bernie Ohls del asesinato y desaparición del cadáver de Geiger, primero descubre que Joe o Joseph Brody (a quien el general Sternwood otrora pagó cinco mil dólares para que dejara en paz a su hija Carmen) ha trasladado, en una camioneta, los libros pornográficos de Geiger a su departamento ubicado en el cuarto piso de un edificio. Luego regresa a la casa de Geiger, donde casualmente coincide con Carmen en busca de su reproducible y comprometedora imagen; y poco después a ambos los sorprende la súbita llegada de Eddie Mars, el cual abre la puerta con su propia llave y dice ser el propietario de la casa. El tal Eddie Mars es un mafioso atildado con la fina elegancia de un gánster de película, que fue contrabandista durante la Prohibición y ahora es dueño de un antro nocturno a las afueras donde se juega a la ruleta. Llega con dos matones apostados en su coche; y quien a lo largo de los entresijos y giros de la novela se va revelando como la más pestilente hez de la canalla, cuyos sucios visos y red de corrupción policíaca y política en ese momento empieza a entreverse cuando Philip Marlowe le receta a quema ropa la negra famita que lo precede: “Le conozco, señor Mars. El club Cypress en Las Olindas. Juego llamativo para personas ostentosas [de hecho ahí se apuesta fuerte y los comensales visten de etiqueta]. Tiene a la policía local en el bolsillo y una comunicación con Los Ángeles que funciona como la seda. En pocas palabras, protección. Geiger estaba metido en un tinglado en el que también se necesita. Quizá le echaba usted una mano de cuando en cuando, dado que era su inquilino.” 
Vivian y Philip Marlowe
(Lauren Bacall y Humphrey Bogart)
Fotograma de El sueño eterno (1946)
Vale subrayar que la serie de asesinatos, intentos de homicidios, chantajes y extorsiones en ciernes en los que Philip Marlowe se ve envuelto durante esos cinco días de octubre en los que trabaja para el general Guy Sternwood, si bien son crímenes de orden común (incluido el oscuro trasfondo consanguíneo y psicótico que implica el misterio de la desaparición del ex contrabandista Rutsy Reagan), lo que descuella es la corrupción social, policíaca, política y periodística que hace posible y permisible que el nombre de personas adineras e influyentes, como son el general Sternwood y sus hijas, no salgan a luz pública, y que gracias a los tejemanejes y complicidades del fiscal del distrito de Los Ángeles y de la policía de Hollywood, en la prensa se ventilen historias que ocultan y tergiversan el meollo de lo que ocurre, y que el mafioso Eddie Mars pueda moverse y capitalizarse airoso, impune y aparentemente con las manos limpias, y que sucios y jugosos negocios como su antro de juego y el de los libros pornográficos de Geiger se orquesten con la anuencia, el apoyo y la protección del poder y de las fuerzas orden, dispuestas a ocultar, a hacerse de la vista gorda y a no investigar un crimen o una serie de actos delictivos. 

Raymond Chandler
  Philip Marlowe, por su parte, pese a que al cadavérico general Guy Sternwood le declara: “No soy Sherlock Holmes ni Philo Vance” (detectives creados el primero en 1887 por Arthur Conan Doyle y el segundo en 1920 por S.S. Van Dine, seudónimo de Willard Huntington Wright), tiene su propio código de honor detectivesco y una romántica integridad moral alejada de ambiciones pecuniarias. Pese a ser un solitario, resulta galán e irresistible ante las féminas. Aunado a su continua mordacidad y lúdica socarronería, se mueve con astucia y agilidad pugilística a la hora de empuñar los puños o el revólver y no duda en exponerse en medio del peligro y en jugarse la vida y, como todo un héroe a la agente 007 (el detective y espía internacional creado en 1952 por Ian Fleming), se sale con la suya, no obstante los golpes y porrazos. Planea o improvisa sus estrategias defensivas y el modo y el rumbo de sus indagaciones. Y ante todo posee el olfato y la suspicacia e intuición de un sabueso rastreador, y la consubstancial virtud de un detective que ata cabos y lee los indicios visibles e invisibles, y que al raciocinar en voz alta sus hipótesis y conjeturas arma y desarma el mecanismo y las pulsiones ocultas de un crimen o de una serie de crímenes. 



Raymond Chandler, El sueño eterno. Seguida de los cuentos “Asesino bajo la lluvia” y “El telón”. Traducción del inglés al español de José Luis López Muñoz y Juan Manuel Ibeas. Serie Contemporánea, Debolsillo/Random House. México, mayo de 2014. 368 pp.

jueves, 9 de octubre de 2014

Yo soy Malala


Sólo quiero que todas las niñas podamos ir a la escuela



A mi hermano Aris González
                                                      
La primera edición del best-seller Yo soy Malala apareció en inglés, en 2013, editado en Nueva York por Little, Brown and Company. Y ese mismo año Alianza Editorial lo publicó en español, en Madrid y en la Ciudad de México, traducido por Julia Fernández. Es decir, hizo boom cuando ante los ojos y los oídos de la aldea global la pequeña paquistaní Malala Yousafzai —Premio Nobel de la Paz 2014 ya había leído en inglés su célebre y elocuente discurso ante el seno de la ONU (lo hizo el viernes 12 de julio de 2013, día que cumplió 16 años) y estaba nominada al Premio Nobel de la Paz 2013 —“la candidata más joven de la historia”— (que finalmente obtuvo la Organización, de los Países Bajos, para la Prohibición de Armas Químicas), meses antes de que el miércoles 20 de noviembre de 2013, en Estrasburgo, recibiera el Premio Sájarov para la Libertad de Conciencia, otorgado por el Parlamento Europeo.  
(Alianza Editorial, México, octubre de 2013)
  Nacida el 12 de julio de 1997 en Mingora, una pequeña ciudad del valle de Swat, al noroeste de Pakistán, Malala, más allá de las fronteras de su país, comenzó a volverse celebérrima, a través de los mass media y de la web, cuando el martes 9 de octubre de 2012 un mozalbete talibán, Ataullah Khan, ¡graduado en Física en el Jehanzeb Collage!, le disparó a la cabeza con un revólver Colt 45 en el momento en que regresaba del Colegio Khushal a su casa dentro de una camioneta repleta de quinceañeras y niñas y por ende otras dos adolescentes también resultaron heridas. Tal acto hubiera quedado circunscrito a los miles de crímenes, atentados y asesinatos cometidos por los talibanes desde que infestaron el valle de Swat y otros ámbitos de Pakistán. Pero Malala, pese a su corta edad, a través de la radio, de la televisión, de documentales y en distintos foros del valle de Swat y de Pakistán (e incluso a través de la página web en urdu de la BBC con el pseudónimo de Gul Makai), ya era conocida por hablar y abogar por “el derecho de todas las niñas a ir a la escuela” —a fines de 2009 fue elegida portavoz de la Asamblea de Niños del Distrito de Swat (creada por el “Unicef y la Fundación Khpal Kor (Mi Hogar) para huérfanos”— y por su “campaña por la paz en el valle de Swat” y por ello en “octubre de 2011”, propuesta por el arzobispo Desmond Tutu de Sudáfrica, había sido “uno de los cinco candidatos al Premio de la Paz Internacional de KidsRights, un grupo de defensa de la infancia con sede en Ámsterdam”. Y “el 20 de diciembre de 2011”, en Islamabad —la capital de Pakistán—, había recibido “el primer Premio Nacional de la Paz, recién instituido”. “Para entonces ya estaba acostumbrada a tratar con políticos” —dice Malala en el presente libro—, quien tras recibir el certificado y el cheque de medio millón de rupias, le dijo al “primer ministro Gilani” que “queríamos que nuestras escuelas [de niñas] fueran reconstruidas [habían sido derrumbadas con explosivos por los talibanes] y que hubiera una universidad femenina en Swat. Yo sabía que él no se tomaría mis peticiones muy en serio, por lo que no presioné demasiado. Pensé Un día me dedicaré a la política y haré estas cosas yo misma.” De hecho, dice, ya desde pequeña soñaba con ser política o “inventora y hacer una máquina antitalibanes que acabara con ellos y destruyera sus armas”. Pero con el dinero del premio, dice:

   
Leyendo una redacción:
“No es oro todo lo que reluce”
       “Yo quería crear una fundación para la educación. Tenía esa idea en mente desde que vi a los niños trabajando en la montaña de basura [no lejos de su casa]. No podía olvidar la imagen de las ratas negras que había visto allí, y la niña de pelo mugriento clasificando basura [entonces quiso que su padre le diera una beca en el Colegio Khushal, escuela privada fundada por él antes de que ella naciera]. Veintiuna niñas nos reunimos e hicimos nuestra prioridad la educación de cada niña de Swat, especialmente los que trabajaban o estaban en la calle.


     
Alumnas del Colegio Khushal
      “Cuando cruzamos el paso de Malakand vi una niña pequeña vendiendo naranjas. Con un lápiz estaba haciendo rayas en un trozo de papel para llevar la cuenta de las naranjas que había vendido, pues no sabía leer ni escribir. Le hice una foto y prometí que haría todo lo que estuviera en mi mano para que las niñas como ella pudieran recibir una educación. Ésa era la guerra que iba a librar.”

Malala Yousafzai
  Luego del Premio Nacional de la Paz, en enero de 2012 ella y su familia viajaron a Karachi (invitados por Geo TV y por primera vez en avión) porque “el gobierno de Sindh” anunció que una secundaria femenina iba llevar su hombre en su honor (obviamente Malala habló en el acto). Y entre las actividades que hicieron allí, visitaron a unos parientes y el mausoleo de Mohammad Ali Jinnah, el fundador de Pakistán el 14 de agosto de 1947, y el contiguo museo que lo recuerda. Pero lo más inquietante fue que en el hostal donde se hospedaron los visitó Shehla Anjum, “una periodista pakistaní que vive en Alaska” y quería entrevistarla, quien había visto el documental que “el periodista estadounidense Adam Ellick en Peshawar” había subido en la página web del New York Times (lo había rodado en la casa familiar de Mingora el periodista pakistaní Irfan Ashraf cuando e1 14 de enero de 2009 cerró el Colegio Khushal porque fue la fecha que los talibanes del maulana Fazlullah, a través de Mulá FM, determinaron para el cierre de todas las escuelas de niñas del valle de Swat). Shehla Anjum les dijo y les enseñó que en la web los talibanes habían amenazado de muerte a Malala y a “Sha Begur, una activista de Dir”. En la tarde de ese día una llamada telefónica le informó al profesor Ziuaddin Yousafzai, el padre de Malala, que la policía había ido a su casa en Mingora para indagar si habían recibido amenazas. Y cuando regresaron de Karachi, la policía le mostró un dossier sobre Malala. “Le dijeron que a causa de mi perfil nacional e internacional [dice ella] había atraído la atención y las amenazas de los talibanes y que necesitaba protección. Nos ofrecieron policías, pero mi padre no estaba muy convencido [...]”; no confiaba en la policía y no aceptaron la custodia policíaca. 

Rezando por la vida de Malala
    Tal era su fama que luego del atentado, en torno al Hospital Central de Swat a donde fue llevada en la misma camioneta, se congregó una multitud, entre ella “fotógrafos y cámaras de televisión”. Y algo más o menos semejante, pero in crescendo, ocurrió tras su traslado en helicóptero al Hospital Militar Combinado, en Peshawar, donde la intervinieron dos neurocirujanos: el coronel Junaid y el doctor Mumtaz. “Todos los canales mostraban imágenes mías acompañadas de plegarias y poemas emotivos, como si hubiera muerto”, dice. Por observaciones clínicas y la mediación de dos médicos británicos: el doctor Javid Kayani y la doctora Fiona Reynolds —“que pertenecían a hospitales de Birmingham y se encontraban en Pakistán asesorando al ejército sobre cómo organizar el primer programa de trasplante de hígado del país”—, del hospital de Peshawar la trasladaron en helicóptero al Instituto de Cardiología de las Fuerzas Armadas, en Rawalpindi, donde le brindaron mejores cuidados intensivos postoperatorios y gracias a favores y a apoyos médicos, políticos, económicos, diplomáticos y logísticos (que la voz de Malala reseña) se pergeñó su traslado al Queen Elizabeth Hospital de Birmingham, en Gran Bretaña. Según dice:


Malala por un Pakistán pacífico
     “El lunes 15 de octubre [de 2012] a las cinco de la mañana me sacaron del hospital con una escolta armada. Las carreteras que conducían al aeropuerto estaban cortadas y había francotiradores en las azoteas de los edificios a lo largo del camino. El avión de los Emiratos Árabes estaba esperando. Me han contado que es el colmo del lujo, con una blanda cama doble, dieciséis asientos de primera clase y un pequeño hospital en la parte de atrás, con enfermeras europeas y un médico alemán a cargo. Siento no haber estado despierta para disfrutarlo. El avión fue primero a Abu Dhabi para repostar y después se dirigió a Birmingham, donde aterrizó a primera hora de la tarde.”
Christina Lamb
  Narrado en primera persona por la omnisciente y ubicua voz narrativa de Malala Yousafzai, pero espléndidamente urdido por la periodista británica Christina Lamb (Londres, mayo 15 de 1966), el best seller Yo soy Malala, subtitulado La joven que defendió el derecho a la educación y fue tiroteada por los talibanes, comprende un preliminar 
“Mapa de Swat, Pakistán y zonas limítrofes”, un “Prólogo”, 24 capítulos distribuidos en cinco partes, un “Epílogo”, un “Glosario” de palabras, una breve “Cronología de acontecimientos importantes en Pakistán y Swat”, dos notas de “Agradecimientos” y otra sobre la Fundación Malala, más una separata con 33 fotografías a color; en la primera imagen se ve a Malala “cuando era un bebé” y en la última posa con sus padres y sus dos hermanos en el jardín de su “nuevo hogar en Birmingham”. 
Malala en el jardín de su “nuevo hogar en Birmingham”
con su padre Ziauddin Yousafzai y su madre Tor Pekai
y sus hermanos Khushal y Atal
Foto: Antonio Olmos
  Vale recordar, por otro lado, que el 28 de enero de 2014 en la Universidad de Peshawar fue censurada la presentación del libro Yo soy Malala y que el 10 de noviembre de 2013 fue prohibido por la Asociación de Escuelas Privadas de Pakistán, pese a que Ziuaddin Yousafzai, en diciembre de 2012, había sido nombrado agregado de educación del Alto Comisionado de Pakistán en Londres por Asif Zardari, controvertido presidente de Pakistán y viudo de Benazir Bhutto, y a que en el momento en que dejó su país en contra de su voluntad (diez días después de que Malala voló a Birmingham) era presidente de la Asociación de Colegios Privados de Swat, director del Colegio Khushal, presidente del Consejo para la Paz Mundial y portavoz de la Qaumi Jirga (el consejo de ancianos del valle de Swat enfrentado a la intolerancia, a la violencia y al terrorismo de los talibanes). No asombra, entonces, que en Pakistán —pese a que la ONU anunció “que iban a designar el 10 de noviembre [de 2012], un mes y un día después del atentado, el Día de Malala”— hubiera gente musulmana que no creía que los talibanes le hubieran disparado, que pensaran que todo era una mentira de ella y su padre para salir del país y llevar “una vida lujo en el extranjero”; o que era “títere de Estados Unidos” e incluso “agente de la CIA”. Según dice Hidayatullah —el amigo de su padre con quien de la nada y préstamos fundó el Colegio Khushal hace más de veinte años y que en el momento del cierre del libro “tiene tres edificios con 1.100 alumnos y setenta maestros”—, “Los talibanes no son una fuerza organizada como imaginamos.” “Son una mentalidad, y esta mentalidad está por doquier en Pakistán. Alguien que está contra Estados Unidos, contra el establishment pakistaní, contra la ley inglesa, se ha contagiado de los talibanes.”


     
Malala y su padre Ziauddin Yousafzai en Birmingham
         En Yo soy Malala, la voz cantante de la protagonista —que mucho tiene de testimonio, de memoria histórica, geográfica, mitológica y religiosa, de autobiografía y conciencia crítica y política— bosqueja meollos clave de su itinerario familiar, tradicional y personal, y de su idiosincrasia musulmana y femenina, inextricable al contexto social, cultural, económico y político de una Mingora, de un valle de Swat y de un Pakistán asediados por la violencia, la intolerancia y el cruento y destructivo terrorismo de los talibanes, por la corrupción política y policíaca, por la incompetencia del ejército (Fazlullah, el líder talibán en el valle de Swat, aún seguía y sigue libre, pese a la virulenta campaña militar de 2009 y a los puestos de control), por la pobreza, el analfabetismo y la contaminación, y por los prejuicios y ancestrales atavismos que restringen, reprimen y coartan los derechos y las libertades de las mujeres. Pero también bosqueja, con visos de su particular adolescencia y juventud, su personalidad precoz y competitiva (desde pequeña siempre quiere ser la primera de la clase, sobresalir y figurar en la cima del cuadro de honor), su gusto por la lectura, el estudio y el conocimiento, su facilidad para los idiomas y para hablar en público, y su ideario e ideales concernientes al derecho a la educación de las niñas y adolescentes y de la mujer en sí, cuyo modelo encarna Benazir Bhutto, “la primera mujer que ocupó el cargo de Primer Ministro de un país musulmán”. Pero también relata y resume los pormenores que sucedieron y comenzaron a gestarse cuando ese martes 9 de octubre de 2012 fue baleada por el terrorista talibán que quería matarla y amedrentar y silenciar a su padre, activista en varias trincheras antitalibanes y en pro de la educación de las niñas y adolescentes; las incertidumbres y angustias que vivieron sus progenitores y los auxilios personales, monetarios, médicos, políticos y diplomáticos que ella concitó para salir de su país con celeridad y para que los costosos requerimientos quirúrgicos y terapéuticos fueran de lo mejor y llegaran a buen puerto en el Queen Elizabeth Hospital de Birmingham y por ende relata los escalofriantes pormenores de su estado crítico al borde de la muerte y de su paulatina y asombrosa recuperación. Según dice, fue allí donde tomó conciencia de la expectativa mediática y global que giraba en torno a ella:

Velando por la recuperación de Malala
  “Un día vino otra Fiona a verme, Fiona Alexander, que estaba a cargo de la oficina de prensa del hospital. A mí eso me parecía curioso. No me imaginaba que el Hospital Central de Swat tuviera una oficina de prensa. Hasta que llegó ella no fui consciente de todo el interés que había despertado. Cuando me trajeron de Pakistán se suponía que iba a haber un apagón informativo, pero se filtraron fotografías mías saliendo de Pakistán y los medios descubrieron que mi destino era Birmingham. No tardó en llegar un helicóptero de Sky News y se presentaron en el hospital hasta doscientos cincuenta periodistas de lugares tan lejanos como Australia y Japón. Fiona Alexander había ejercido de periodista durante veinte años y había sido directora del Birmingham Post, por lo que sabía exactamente qué información había que facilitares para que dejaran de intentar entrar. El hospital empezó a emitir partes médicos diarios sobre mi estado.

“Había gente que simplemente se presentaba allí para veme: ministros, diplomáticos, políticos e incluso un enviado del arzobispo de Canterbury. La mayoría traía ramos de flores, algunos preciosos. Un día Fiona Alexander me mostró una bolsa llena de tarjetas, juguetes y dibujos. Era Eid ul-Azha, el ‘Gran Eid’, nuestra fiesta religiosa [‘la Fiesta del Cordero, que conmemora cuando Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a su primogénito a Dios’], y yo creía que quizá los habían enviado musulmanes. Entonces vi que las fechas en los matasellos eran bastante anteriores, del 10 o el 11 de octubre [de 2012], y me di cuenta de que no tenían nada que ver con Eid. Eran de personas de todo el mundo, niños en muchos casos, que me deseaban una rápida recuperación. Me quedé asombrada y Fiona se echó a reír. ‘Pues todavía no has visto nada’. Me dijo que había sacos y sacos, más de ocho mil tarjetas en total, muchas dirigidas simplemente a ‘Malala, Hospital de Birmingham’. Una incluso iba dirigida a ‘la niña a la que han disparado en la cabeza, Birmingham’, y había llegado. Había ofrecimientos para adoptarme, como si no tuviera familia, e incluso una oferta de matrimonio.

   
Malala en el Queen Elizabeth Hospital de Birmingham.
Lee El mago de Oz, regalo de Gordon Brown.
        “Rehanna [‘la capellada musulmana’ del hospital] me dijo que miles y millones de personas y niños en todo el mundo habían mostrado su apoyo y habían rezado por mí. Entonces me di cuenta de que me había salvado la vida la gente. Seguía viva por una razón. También habían enviado otros regalos. Había cajas y más cajas de bombones y ositos de peluche de todas las formas y tamaños. Quizá lo más precioso de todo fue el paquete de los hijos de Benazir Bhutto, Bilawal y Bakhtawar. Contenía dos velos que habían pertenecido a su difunta madre [fue asesinada en Rawalpindi el 27 de diciembre de 2007 cuando era candidata a la presidencia de Pakistán: un terrorista suicida detonó sus explosivos junto al Toyota Land Crusier blindado cuando ella asomó la cabeza para saludar a la multitud]. Hundí el rostro en ellos para intentar oler su perfume. Más tarde encontré un largo cabello negro en uno de ellos, lo que le hizo aún más especial [quizá fue el velo que llevó puesto sobre su ‘shalwar kamiz rosa favorito’ el día que cumplió 16 años y habló en el pleno de la ONU y ante los ojos y oídos de todo el mundo].


     
Malala entre su hermano Atal y Ban Ki-moon.
Es el 12 de julio de 2013, día que Malala cumplió 16 años y habló en la ONU.
Viste su shalwar kamiz rosa favorito y un velo blanco que fue de Benazir Bhutto.
        “Me di cuenta de que los talibanes habían conseguido hacer mi campaña global. Mientras estaba en la cama esperando a dar mis primeros pasos en un nuevo mundo, Gordon Brown, enviado especial de la ONU para la educación y ex primer ministro de Gran Bretaña, había lanzado una petición con el lema ‘Yo soy Malala’ para exigir que en 2015 no quedara ningún niño sin escolarizar. Había mensajes de jefes de estado y ministros y estrellas de cine, y uno de la nieta de sir Olaf Caroe, el último gobernador británico de nuestra provincia. Decía que le avergonzaba no saber pashtún, aunque su abuelo lo leía y hablaba con fluidez. Beyoncé me escribió una postal y subió una foto de la tarjeta a Facebook, Selena Gómez había retuiteado sobre mí y Madonna me dedicó una canción. Incluso había un mensaje de una de mis actrices favoritas y activista social, Angelina Jolie... estaba impaciente por contárselo a Moniba [su mejor amiga de Mingora y del Colegio Khushal].

        “No me daba cuenta entonces de que no iba a regresar a casa.”

       
En el Colegio Khushal sus compañeras
le “reservan una silla (a la derecha)”
      Es así que Yo soy Malala también bosqueja algo de lo que ha sido su recuperación y su nueva vida en Birmingham (con una placa de titanio atornillada en el cráneo y un dispositivo electrónico en el oído izquierdo), de sus premios y viajes por el mundo, de su pensamiento y de sus objetivos personales y de la Fundación Malala (“me salvé por una razón: dedicar mi vida a ayudar a los demás”). No obstante lo terrible, y muy terrible, no deja de asomar la cola en Pakistán:
Malala, activista por la educación y la paz
  “Siguen matando a niñas y volando escuelas. En marzo [de 2013] se produjo un atentado en una escuela de niñas que habíamos visitado en Karachi [enero de 2012]. Lanzaron una bomba y una granada al patio del colegio justo cuando iba a comenzar una ceremonia de entrega de premios. El director, Abdur Rasheed, murió y ocho niñas de entre cinco y diez años resultaron heridas. Una niña de ocho años quedó mutilada. Al oír la noticia, mi madre lloró y lloró. ‘Cuando nuestros hijos duermen ni siquiera les rozamos el pelo para no molestarlos —dijo—, pero hay gente que tiene armas y les dispara o arroja bombas. No les preocupa que sus víctimas sean niños’. El atentado más espantoso se produjo en junio en la ciudad de Quetta, cuando un terrorista suicida hizo volar un autobús que llevaba cuarenta niñas al colegio. Murieron catorce. Entonces los atacantes siguieron a las niñas heridas al hospital y dispararon a varias enfermeras.

“No sólo matan niños los talibanes. Otras veces son ataques de drones, las guerras o el hambre. Y a veces es su propia familia. En junio dos niñas de mi edad fueron asesinadas en Gilit, al norte de Swat, por subir un vídeo online en el que se las veía bailando en la lluvia con trajes tradicionales y la cabeza cubierta. Al parecer, fue su propio hermanastro el que las mató.”  
Malala ríe entre las niñas


Christina Lamb, Yo soy Malala. La joven que defendió el derecho a la educación y fue tiroteada por los talibanes. Traducción del inglés al español de Julia Fernández. Iconografía a color. Alianza Editorial. México, octubre de 2013. 360 pp. 

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