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jueves, 7 de enero de 2016

Juan Rulfo: Oaxaca



El lugar donde anida la tristeza
                                    
I de II
Con un diseño de José Luis Lugo y coeditado por la Fundación Juan Rulfo y Editorial RM, el libro-catálogo (español-inglés) Juan Rulfo: Oaxaca (22.02 x 14.01 cm) se imprimió en China, en “mayo de 2009”, con un tiraje de “mil quinientos ejemplares encuadernados en pasta dura; cien de ellos numerados y con una impresión (plata sobre gelatina) de una fotografía original de Juan Rulfo”, los cuales, además, cuentan con una caja-estuche de color rojo, el color de los filos de las hojas.  
Juan Rulfo (1917-1986)
Juan Rulfo: Oaxaca es una escueta antología de las fotos “oaxaqueñas” concebidas por el escritor y fotógrafo Juan Rulfo (1917-1986), cuyo legado fotográfico resguarda la Fundación Juan Rulfo (fundada en 1996 y desde 1998 dirigida por el arquitecto Víctor Jiménez), cuyo monto total se estima en “alrededor de 7000 negativos” (“aproximadamente la mitad” “de edificaciones”), más hojas de contactos e impresiones vintage.
En su prólogo, Víctor Jiménez (además de apuntar que “Luvina” también es el “nombre de un poblado oaxaqueño del municipio de Abejones, en la Sierra Juárez”), dice que la idea de la selección de las fotos comenzó a pergeñarse en “diciembre de 2006” cuando él y Juan Francisco Rulfo, el segundo de los cuatro hijos del autor de El llano en llamas (FCE, 1953) y de Pedro Páramo (FCE, 1955), en medio de la descomposición social (en el estado oaxaqueño y en el país) visitaron Oaxaca y charlaron con el pintor Francisco Toledo. Entre lo que se dijo se planeó una muestra, con su libro-catálogo, de las fotos tomadas por Juan Rulfo en territorio oaxaqueño, la cual sería exhibida en el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo (ubicado en Bravo 116 esquina con García Vigil, en el Centro Histórico de Oaxaca). 
Dadas las dimensiones de tal edificio, la antología de las imágenes debería ser breve. Por lo que dice, se deduce que Víctor Jiménez hizo una primera elección de 350 fotos. Y luego se sucedieron “dos etapas”: una “en 2007, en Londres”, donde “Andrew Dempsey, uno de los pocos investigadores que conocen completo el archivo fotográfico de Juan Rulfo”, eligió, de las susodichas, “un poco más de un centenar”. Después, “A lo largo de 2008 y a principios de 2009 Toledo realizó la curaduría final: cincuenta imágenes que partían básicamente de la selección de Dempsey, incorporando algunas de las restantes.”
Apunta Víctor Jiménez que “Predominan en la selección aquí reunida las fotografías de campesinos (hombres y mujeres) oaxaqueños desempeñando diversas actividades, de trabajo y esparcimiento; hay también fotografías de la arquitectura zapoteca de Mitla y Monte Albán, así como de la arquitectura popular y no pocas de paisaje (entre ellas dos a color), pero curiosamente prefirió omitir Toledo las dedicadas a la arquitectura colonial, y esto es significativo si se ve esta decisión desde la historia de Oaxaca.” Sin embargo, sí hay una imagen de arquitectura colonial o por lo menos influida por ella: es la quinta que figura en el libro-catálogo, cuyo pie, en la “Lista de imágenes”, reza: “Iglesia de Cotzocón, 1956”.
Iglesia de Cotzocón (1956)
Foto: Juan Rulfo
48 de las 50 fotos antologadas en Juan Rulfo: Oaxaca están fechadas en 1956, entre ellas el par a color: “Cactáceas” y “Paisaje desértico”; y las dos restantes son las más remotas: “Órgano, ca. 1950” y “Madre e hijo en casa, década de 1940”. Si bien la impresión de las 50 fotos en papel mate puede calificarse de óptima, las dimensiones de esta bellísima imagen: 8 x 8.04 cm —medidas que son el promedio de la mayoría y que se colige fueron captadas por Rulfo con su legendaria Rolleiflex 6 x 6 cm— implican las muchas minucias que se pierden en su pequeño formato, si la comparamos con su más amplia reproducción (14.07 x 16 cm) en el volumen México: Juan Rulfo, fotógrafo (Lunwerg, 2001), en cuya p. 79 se rotula sin fecha: “Madre e hijo en la sierra de Oaxaca”, imagen donde en medio de la paisajística vista una mujer y un pequeño niño (ambos vestidos de blanco y quizá en un día que no es el Día de las Madres) caminan de espaldas rumbo a un solitario jacal de tablas y techo de tejas, tal vez su humilde y solitario hogar en medio del descampado de un cerro, cuyo fondo son las montañas de la sierra y el inescrutable cielo.
Madre e hijo en casa, década de 1940
Foto: Juan Rulfo
Se ignora la razón por la cual Rulfo tomó tal foto y en qué contexto (Jiménez supone que “Quizá visitó por primera vez el estado en la década de 1940”). Pero al parecer, por la datación “1956”, la mayoría de las tomas tienen un origen viajero y documental vinculado al período en que el escritor, proclive al excursionismo, trabajó en la zona de la Cuenca del Papaloapan haciendo investigaciones de tipo antropológico, sociológico y fotográfico en vías de organizar una revista, de la que sería director, cuyo proyecto en ciernes se truncó con el trágico fallecimiento, el 13 de noviembre de 1956, del ingeniero Raúl Sandoval Landázuri, quien desde 1953 era el principal motor y catalizador de la Comisión del Papaloapan desde su puesto de Vocal Ejecutivo. 
De tal etapa da visos el curador británico Andrew Dempsey en su ensayo “La discreción de Juan Rulfo. Reflexiones sobre una fotografía: Mujeres de Oaxaca recogiendo café”, urdido ex profeso para el presente libro-catálogo, donde además de que resulta mucho más lúcido y congruente que en su prólogo que preludia el librito Juan Rulfo, fotógrafo (CNCA, 2005) y que en sus cinco prefacios que se leen en el volumen 100 fotografías de Juan Rulfo (FJR/RM, 2010), revela ser un aplicado y ferviente discípulo: “Estoy inmensamente agradecido con Víctor Jiménez, director de la Fundación Juan Rulfo, así como arquitecto y escritor, quien me ha dado buena parte de la información en la cual se basa este ensayo. No sorprende que uno de sus correos electrónicos incluyera una guía completa del proceso de cultivo del café y que otro explicara detalladamente la técnica de construcción vernácula conocida como bajareque (esto en respuesta a una pregunta sobre la estructura que aparece detrás de las dos mujeres en la fotografía). He llegado a pensar que puedo acudir a él a propósito de casi todo y casi siento que su nombre debería aparecer como coautor de este ensayo. La información es suya, aunque quizá no esté de acuerdo con las opiniones aquí expresadas.”
Vale la pena transcribir el inicio de su reflexión, análisis e información en torno a la foto “Mujeres de Oaxaca recogiendo café”, pues además de que da luces al neófito y al lego, implica que cada imagen de las compiladas en Juan Rulfo: Oaxaca merece una reflexiva y analítica nota: 
Mujeres de Oaxaca recogiendo café (1956)
Foto: Juan Rulfo
“Las dos mujeres de esta fotografía están pasando granos de café del petate doblado que sostiene una de ellas al costal que la otra mantiene abierto. Los granos se habrían puesto a secar en el petate (hay uno más en el piso, detrás de la figura que está a la derecha) como parte del largo proceso de la producción de café —cultivo, cosecha, lavado, secado, pelado—, en este caso en la región montañosa del noreste del estado de Oaxaca.
“Detrás de ambas mujeres hay una construcción baja con un techo de hojas de palma o paja, (lo más probable es que se trate de las primeras), con las paredes de carga hechas de ramas delgadas con un aplanado de barro. Se trata muy probablemente de una vivienda que se usa al mismo tiempo como depósito. Las mujeres usan huipiles largos como túnicas de trabajo y la manera en que se recogen el cabello para mantenerlo en su lugar (entretejiéndolo con cintas de lana) sería la envida de muchos salones de belleza de la capital. Ambas mujeres usan aretes y la de la izquierda lleva un pesado collar. Son realmente hermosas.
“Cuando mostré esta imagen a un historiador de la fotografía [‘Mark Haworth-Booth, ex curador de Fotografía en el Victoria and Albert Museum, en Londres’], de inmediato observó el talón alzado de la figura de la derecha y la manera en que la imagen parece estar totalmente compuesta. El equilibrio de las figuras, una de las cuales ve al frente mientras la otra gira hacia ella, resulta sumamente formal. En efecto, casi tiene la formalidad de la pintura clásica. Esto no debería sorprendernos tratándose de Rulfo. Era autodidacta, pero visualmente muy complejo. Mirar era algo que en verdad le interesaba. Quizá estos dos elementos, la composición y el incidente, son lo que hace que esta imagen fotográfica sea memorable. La composición estabiliza mientras el pequeño incidente —el talón que se eleva, en este ejemplo— introduce tal tensión que la fotografía fija parece contener tanto el momento anterior como el siguiente. Además hay aquí un juego con el claro y el oscuro, con el blanco de los huipiles, el negro del cabello y los tonos más claros del entorno.
“La fotografía fue descubierta en 2007 en una carpeta marcada como ‘Oaxaca’. El negativo no ha aparecido, por lo que sólo tenemos esta impresión, de buena calidad, que mide 14 x 13.5 cm. Tiene un ligero énfasis vertical, en consonancia con sus dos figuras de pie. La historia ‘accidental’ de esta imagen no es inusual tratándose de Rulfo. Él era, al mismo tiempo, cuidadoso y despreocupado con sus fotografías. Por un lado, guardaba todo: unos 7 mil negativos e impresiones de contacto; por el otro, mandaba revelar fotografías al laboratorio y uno sospecha que no siempre verificaba que le devolvieran juntos negativos e impresiones.” 

               
II de II
Tiene razón el británico Andrew Dempsey al decir que “Las protagonistas de casi la mitad de las imágenes de esta exposición son mujeres”, niñas incluidas, quienes figuran en diversas labores del campo, del mercado, del acarreo del agua, de la maternidad, de las celebraciones y del ocio. Entre ellas destaca “Niña mixe, 1956”, la única foto del libro-catálogo Juan Rulfo: Oaxaca que encuadra a una solitaria chiquilla, cuya mirada hacia un lado y su índole paupérrima, si bien evocan al desharrapado y descalzo chamaquito que se observa en “Niño y grupo” —foto rotulada así en la p. 97 del volumen México: Juan Rulfo, fotógrafo (Lunwerg, 2001)—, su pose, el muro de piedra donde se recarga y su único pie descalzo que asoma de su vestido con patitos bordados, recuerdan a la celebérrima escuincla mendiga (Alice Liddell) con los pies desnudos y en harapos que el reverendo Charles Lutwidge Dodgson (Lewis Carroll) en circunstancias antagónicas (puesto que montó la escena y su modelo era una niña rica disfrazada) fotografió el verano de 1856 en el Deanery Garden del colegio Christ Chrurch, en Oxford, Inglaterra. 
Niño y grupo (s/f)
Foto: Juan Rulfo
Niña mixe (1956)
Foto: Juan Rulfo
Alice Liddell de mendiga
Deanery Garden, Christ Chrurch, Oxford
Verano de 1858
Foto: Lewis Carroll
        El lector que observe las 50 minúsculas reproducciones fotográficas reunidas en Juan Rulfo: Oaxaca puede darse por satisfecho o por insatisfecho, pues sólo son un mínimo bosquejo de lo que aún es el inédito conjunto de las imágenes “oaxaqueñas” que obran en el archivo de la Fundación Juan Rulfo, A.C. Y lo mismo puede ocurrir en torno a la escueta y vaga información que Andrew Dempsey esboza sobre el período de Juan Rulfo en la Comisión del Papaloapan, entre 1955 y 1956, de cuya estancia en la Cuenca —que comprende latitudes del estado de Oaxaca, del estado de Veracruz (Rulfo vivió en Ciudad Alemán) y del estado de Puebla— y proyecto en ciernes (la conformación de una revista que él dirigiría) al parecer provienen la mayoría de las fotos antologadas. Y si bien Dempsey se muestra moderado y preciso en algunos de sus datos, no por ello tal etapa de la biografía de Rulfo deja de ser muy nebulosa para los lectores no especialistas (que son la mayoría) que buscan informarse sobre ella. Amén de que en “marzo de 1955” se publicó Pedro Páramo con el número 19 de la serie letras mexicanas del FCE, ese año también trabajó, en la ex Hacienda Soltepec, en Tlaxcala, de “asesor en el área de la verosimilitud” durante el rodaje de La escondida (1956), película de Roberto Gavaldón basada en la novela homónima de Miguel N. Lira, donde “aprovechó esa visita para hacer algunas docenas de fotografías con actores descansando o posando (como Pedro Armendáriz, María Félix, Jorge Martínez de Hoyos y extras), vendedores que se acercaban por el lugar, edificios...”, algunas de cuales se pueden apreciar en el citado volumen México: Juan Rulfo, fotógrafo y en el número 24 de la revista Luna Córnea (CI/CNCA/CENART, 2002).
Por ejemplo, Alberto Vital, uno de los últimos expertos en la vida y obra de Juan Rulfo más recurrentes, en su breve capítulo “Comisión del Papaloapan, 1954-1957” que se lee en la p. 158 de Noticias sobre Juan Rulfo (UNAM/RM, 2003), además de no ahondar en lo que Rulfo hizo y no hizo allí, incluye flagrantes yerros que el lego repetiría o tomaría como una verdad documentada y fehaciente: “Al recapitular las actividades laborales, recordemos que Rulfo había renunciado a la Compañía Hulera Euzkadi en 1952 para dedicarse de lleno a la beca del Centro Mexicano de Escritores [fue becario en dos ciclos: 1952-1953 y 1953-1954; en el primero para autores con obra aún no publicada, pues El llano en llamas apareció hasta “septiembre de 1953” con el número 11 de la serie letras mexicanas del FCE]. Al terminar ésta en 1954, el ingeniero Raúl Sandoval, que lo admiraba tanto como Rulfo a él, lo invitó a dar asesoría y realizar investigaciones de campo sobre los habitantes y sus tradiciones en el contexto de la organización de los sistemas de riego en la región sur del estado de Veracruz, como parte de la Comisión del Papaloapan. Raúl Sandoval fue asesinado cuando investigaba negocios turbios en torno a la obra; el número 409 de México en la Cultura, del 20 de enero de 1957, rindió homenaje al heroico ‘domador de ríos’. El director era Fernando Benítez; el diseñador, Vicente Rojo. El número incluyó fotos y un texto de Rulfo.”
Dempsey, por su parte, no le señala el error ni el infundio a Vital; pero al referir “la muerte de Sandoval” (que fue “un revés personal para Rulfo”) alude, sin precisar, “un accidente aéreo” ocurrido en “noviembre de 1956” y cita un fragmento del susodicho texto de Rulfo publicado en México en la Cultura, el cual fue reproducido el domingo 12 de noviembre de 2006 en el número 616 del suplemento La Jornada Semanal. Ejemplar que además del texto in memoriam escrito por Rulfo sobre el ingeniero y de varias fotografías tomadas por él, incluye dos textos más que aparecieron en ese número de México en la Cultura, escritos por dos contemporáneos del ingeniero Raúl Sandoval Landázuri (1916-1956): Fernando Hiriart Balderrama (1914-2005) y el ex rector de la UNAM Javier Barros Sierra (1915-1971); más un artículo de Rolando Cordera Campos sobre la obra de Sandoval (quien además le extirpa el segundo apellido a Hiriart y le implanta el de “Urdanivia”); y dos breves notas de Víctor Jiménez, director de la Fundación Juan Rulfo y estudioso de su vida y obra, más dos artículos de un par de rulfistas no menos avezados: “Raúl Sandoval y Juan Rulfo”, de Víctor Jiménez; y “Rulfo en el Papaloapan: algunos documentos”, de Jorge Zepeda. No obstante, los prietitos en la sopa de letras y los antagonismos no están ausentes. Víctor Jiménez apunta como fecha de edición del citado número de México en la Cultura no el “20” sino el “30 de enero de 1957”; certifica la muerte de Sandoval “en un accidente aéreo en noviembre de 1956”; pero de Vocal Ejecutivo lo eleva a “director de la Comisión del Papaloapan”, pese a que Fernando Hiriart y Barros Sierra testimonian que era Vocal Ejecutivo desde su nombramiento en 1953; y rebautiza como “Músicos de Tlahuitoltepec” la foto “Músicos mixes” (que acompañó el texto necrológico de Rulfo), rotulada así en la p. 110 del volumen México: Juan Rulfo, fotógrafo y en el librito Juan Rulfo, fotógrafo (CNCA, 2005), donde Andrew Dempsey la dató en “1956”; pero Paulina Millán Vargas, en “La difusión inicial de las fotografías de Juan Rulfo (1949-1964)” —ensayo antologado por Jorge Zepeda en Nuevos indicios sobre Juan Rulfo: genealogía, estudios, testimonios (FJR/Juan Pablos Editor, 2010)—, le enmienda la página reportando que tal imagen había aparecido un año antes: el “2 de octubre de 1955” en el número 341 de México en la Cultura, junto con otras seis fotos de Rulfo (todas sin títulos ni créditos), ilustrando “El mundo indígena de los pueblos del Papaloapan”, artículo del antropólogo Alfonso Villa-Rojas. No extraña, entonces, que en el volumen 100 fotografías de Juan Rulfo (FJR/RM, 2010) se halla retitulado así: “Músicos con tambor y tuba en Tlahuitoltepec, 1955”.
Músicos con tambor y tuba en Tlahuitoltepec (1955)
Foto: Juan Rulfo
      Alberto Vital, en su artículo “Raúl Sandoval y Juan Rulfo”, sufre amnesia ante lo que apuntó en Noticias (que más que biografía parece una cronología comentada y con ampulosas digresiones y citas que poco o nada tienen que ver con Rulfo) y sólo menciona “La repentina muerte de Raúl Sandoval el 13 de noviembre de 1956”, quien, dice, había contratado al escritor como “asesor e investigador de campo”. Según apunta, “Entre el verano de 1954 y noviembre de 1956, esto es, durante más de dos años, la vida de Juan Rulfo quedó marcada por la presencia y las actividades del ingeniero Raúl Sandoval Landázuri (1916-1956), vocal ejecutivo de la Comisión de Papaloapan desde 1953, al inicio del sexenio de Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958) [...]”
Jorge Zepeda, por su parte, en “Rulfo en el Papaloapan: algunos documentos”, también alude el “accidente” en que murió el ingeniero y reduce, de entrada, la etapa en que el escritor laboró en la Comisión: “El archivo de Rulfo conserva diversos documentos de su paso por la Comisión del Papaloapan que reflejan sus responsabilidades dentro de la misma. A pesar del lapso relativamente breve de su participación (del 1 de febrero de 1955 —fecha de su contrato— al 13 de noviembre de 1956 —fecha del deceso de Raúl Sandoval Landázuri) [...]”
Pero ¿quién fue ese “domador de ríos” y cuál fue su obra en la Comisión del Papaloapan? Javier Barros Sierra, en su “Elogio fúnebre”, apunta: “Desde 1933 y durante siete años, ocupamos en las mismas aulas de la universidad sillas contiguas: primero en la preparatoria, luego en la Escuela de Ingenieros; ya entonces sus compañeros admiramos en él su extraordinaria seguridad; su desdén por lo simplemente retórico, es decir por lo superfluo; su rebeldía creciente y a veces exagerada por lo convencional y lo momificado.” [...] “Fue, sin discusiones, el primero en aquella generación egresada en 1939; todos, profesores y alumnos, le reconocimos siempre ese lugar.” 
En este sentido, Hiriart bosqueja así su labor en la Comisión y esperemos que no yerre en todos sus datos y loas, pues en su previo resumen de la trayectoria de Sandoval le adjudica la edificación del CUPA (Centro Urbano Presiente Alemán), conocido como “el Multi” o “Multifamiliar Alemán”, ubicado en la esquina de Av. Coyoacán y Félix Cuevas en la Col. Del Valle de la Ciudad de México, que es una histórica obra del arquitecto Mario Pani Darqui (1911-1993), que además alberga el boceto de un mural exterior e inconcluso de José Clemente Orozco (1883-1949):
CUPA (Centro Urbano Presidente Alemán)
Ciudad de México, 1948
Foto: Guillermo Zamora
“En 1953 Raúl Sandoval fue nombrado vocal ejecutivo de la Comisión del Papaloapan. Durante los primeros meses de su gestión continuó en el plan de ingeniero y se ocupó de terminar la presa Miguel Alemán en un tiempo excepcionalmente corto. Durante seis meses se trabajó día y noche colocando 30 mil metros cúbicos diarios de tierra y roca. En esta forma se logró terminar la presa antes de la temporada de lluvias, evitando así la inundación de la zona del bajo Papaloapan. Después Sandoval se transformó; el problema de desarrollar la Cuenca no fue sólo de ingeniería ni de proyección y construcción de obras, sino el planeamiento del desarrollo armónico de una enorme región con gran variedad de climas, sin comunicaciones y con un millón de habitantes que, por el aislamiento en que habían vivido, prácticamente no sabían leer y muchos de ellos ni hablar español. Esta tarea que requería la dirección de un estadista más que la de un ingeniero, fue llevada a cabo con éxito completo por Raúl Sandoval.
“Con la cooperación de economistas, ingenieros, agrónomos, geólogos, biólogos, educadores y demás especialistas, estudió, planeó e inició el desarrollo integral de la Cuenca, construyendo caminos, escuelas, hospitales, saneando grandes regiones, desmontando zonas de cultivo, fomentando la minería, formando cooperativas agrícolas y, en resumen, tratando de aprovechar hasta lo último todos los recursos de la Cuenca para procurar el mejoramiento moral y económico de todos sus pobladores.”


Juan Rulfo: Oaxaca. 48 fotos en blanco y negro y 2 a color de Juan Rulfo. Un dibujo de Francisco Toledo. Textos en español e inglés de Víctor Jiménez y Andrew Dempsey. Traducciones de Sandra Luna y Mario Murgía. Fundación Juan Rulfo/Editorial RM. China, 2009. 80 pp.

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miércoles, 3 de diciembre de 2014

¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola?



Practicaba la mentira como una forma literaria

Vicente Leñero
(1933-2014)
Editado en Xalapa por la Universidad Veracruzana, ¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola? (Entrevista en un acto), libreto teatral de Vicente Leñero (Guadalajara, junio 9 de 1933-Ciudad de México, diciembre 3 de 2014), “se terminó de imprimir en agosto de 2002”. Es decir, casi un año después de que Juan José Arreola muriera en Guadalajara, aquejado de hidrocefalia, el 3 de diciembre de 2001. Esto no parece ser fortuito, pues el narrador jalisciense, nacido en Zapotlán el Grande el 21 de septiembre de 1918, no sale bien librado en el trazo dramatúrgico urdido por Vicente Leñero.
En su postrera página de “Aclaraciones”, el dramaturgo recuerda que “Juan Rulfo murió en la Ciudad de México la noche del 7 de enero de 1986, a consecuencia de un cáncer pulmonar”. Y que “La plática con Juan José Arreola que se traduce en esta entrevista teatral se realizó, con las personas y en las circunstancias que se indican, la tarde del jueves 23 de enero de 1986. La plática tenía fines periodísticos y como un monólogo —en transcripción realizada por Federico Campbell— se publicó en el semanario Proceso núm. 482 del 27 de enero de 1986, páginas 45 a 51: “Cuarenta años de amistad. ¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola?” Pero “Para la versión teatral de la plática se partió de otra transcripción textual de las cintas obtenidas por María de Jesús García”. De ahí, se colige, que en la obra haya dos grabadoras que registran la entrevista: una la opera Armando Ponce y la otra Federico Campbell, quien además arriba ya avanzada la charla. “La versión teatral [dice Leñero] intentó reproducir, con el mayor rigor documental, el contenido y la escenificación de la entrevista periodística. Las pocas licencias que el autor se tomó en la transcripción de la plática fueron ligeras supresiones de palabras o breves añadidos, con el objeto de clarificar o precisar algunas frases.” 
Vicente Leñero es célebre por su proclividad por el teatro documental (ya literario, periodístico o histórico-político) y por ende, con las susodichas puntualizaciones (más otras), indica que se reconstruye y escenifica una verdad testimonial que, no obstante, parece no rebasar los linderos de la leyenda y la evanescente impronta de una obvia egolatría acostumbrada a la fabulación, ya doméstica, ya grupal, ya mediática.
La tarde del “jueves 23 de enero de 1986, desde las 5:30 pm, en [la sala de estar de la] casa de Antonio Arreola, hermano de Juan José Arreola, situada en la calle Guadalquivir, colonia Cuauhtémoc de la Ciudad de México”, tres reporteros de Proceso: Vicente Leñero, Armando Ponce y el fotógrafo Juan Miranda, inician una entrevista con el autor de Varia invención (FCE, 1949) y Confabulario (FCE, 1952), cuyo meollo gira en torno a la obra y personalidad de Juan Rulfo, en relación a la obra y personalidad de Juan José Arreola. Está allí, de visita, el poeta Eduardo Lizalde, quien también departe, mete su cuchara y juega una intermitente partida de ajedrez con el entrevistado, quien en la vida real, en la legendaria serie Los presentes, le publicó su primer poemario: La mala hora, 500 ejemplares cuya edición se concluyó el “31 de mayo de 1956”, con “grabados y viñeta de Joel Marrokín”. 
Juan José Arreola en 1973 
(foto: Kati Horna)
Con el pretexto del recién fallecimiento del autor de El llano en llamas (FCE, 1953) y de Pedro Páramo (FCE, 1955), el personaje Vicente Leñero es quien lleva la batuta de la entrevista y por ende quien hace preguntas capciosas orientadas a que el entrevistado suelte la lengua en torno a tópicos (algunos controvertidos) de los que había hablado en diversas ocasiones. Es decir, Leñero conoce con antelación el tipo de respuestas que Arreola dirá y con el objetivo de armar la fresca nota periodística (y el póstumo libreto teatral), lleva una flamante botella de vino chileno que degustan con entusiasmo (sobre todo el entrevistado) y le formula frases, palabras y preguntas muy matizadas por su criterio, las cuales parten de una premisa que algo tiene de falaz (y no sólo por el desarrollo y objetivo de la obra):
      “Lo que yo quiero decir
      “Más bien dicho, lo que quisiera plantear es que para entender bien la literatura tanto tuya como la de Juan Rulfo es necesario tener en cuenta, como una sola unidad, a las dos personas, a los dos escritores, a la dos corrientes literarias, a los dos amigos-enemigos...”
En el archipiélago de soledades que era (y es) la república de las letras mexicanas —con sus francotiradores (solitarios o no), grupos y caciques enfrentados entre sí— era consabida y notoria la personalidad teatral, declamativa e histriónica de Juan José Arreola (explotada en sus penúltimos años a través de la televisión) y uno de los méritos del presente libreto es que la calca, la reproduce con todo su drama y desparpajo y con cierta dosis bufa y bufonesca, por lo que un simple mortal, al verlo y oírlo reflejado en estas páginas, podría decir de él lo que él dice de Rulfo en torno a si éste era “mentiroso o imaginativo”: “Juan practicaba la mentira como una forma literaria”.


Juan José Arreola y Juan Rulfo
  Hay un sentido cronológico en el libreto, puesto que inicia tratando de esbozar y fijar la época en que se conocieron en Guadalajara a fines de 1943 y principios de 1944, antes de los primerizos cuentos de Rulfo publicados en la revista Pan; “Nos han dado la tierra” apareció en el número 2 (julio de 1945) y “Macario” en el número 6 (octubre de 1945). Y sin que se diga una sola palabra sobre el paso de ambos en el Centro Mexicano de Escritores (Arreola fue becario en los ciclos 1951-1952 y 1953-1954, y Rulfo en 1952-1953 y 1953-1954), casi concluye con el testimonio de Arreola en torno a que éste “nunca iba a buscarlo. Últimamente casi no era posible la comunicación. Yo estaba guardado, completamente, y a veces nos encontrábamos”. Como esa vez “en una mesa redonda, en el Centro Pompidou”, “en París”, cuando “de pronto se levanta Juan, así, y dice (Remedando a Rulfo): ‘¡Cómo que jóvenes!’, dice. ‘Este hombre... [el supuesto Rulfo señala a Arreola] este hombre’, dice, ‘no nomás nos enseñó a escribir’, dice: ‘primero nos enseñó a leer. Éste’.” Ante lo que Leñero acota: “Esa es la idea que yo tengo... Y eso es lo importante.” Y vaya que si lo es para el dramaturgo, porque el énfasis que busca el entrevistador, por encima de la germinal y entrañable amistad (“Las primeras fotografías que tengo de mi mujer y de mi primera hija son hechas por Juan Rulfo”), es el supuesto magisterio que, con su supuesta mayor cultura y más experiencia literaria, Arreola ejerció sobre Rulfo en sus inicios, tras bambalinas, como cuentista y novelista. Y Juan José, muy ególatra, acepta y proclama que también le enseñó a leer a Antonio Alatorre (1922-2010) y que él era “el brillante del grupo” de los tres.
Tal supremacía también se advierte cuando Arreola dice que Rulfo solía enseñarle sus textos en ciernes en busca de un comentario y que él nunca lo hizo ni lo buscaba. “He tenido la fortuna accidental e incidental de ser el primer lector de cuentos y manuscritos y de borradores de Juan Rulfo”, afirma casi al inicio. “Yo leí Pedro Páramo en puros originales, eso es lo más hermoso de todo. Yo no he leído Pedro Páramo impreso.” “Nunca”, dice casi al final. Y se torna patéticamente existencialista cuando se autocensura y cuando en dos distintos pasajes saca a relucir, del fondo oscuro de sí mismo y sin mediar pregunta, su implícita y neurasténica competencia ante el vertiginoso, arrollador, trascendental y deificado triunfo masivo de Rulfo: “Les voy a decir una cosa. Yo lo primero que sé reconocer es la grandeza ajena... (Ya olvidado nuevamente del juego.) Y a mí cuando me preguntaban si envidiaba yo a Juan Rulfo o a Carlos Fuentes, les digo: ‘Pues mejor me pongo a envidiar a Shakespeare’. Yo no envidio ni a Jorge Luis Borges, que tanto quiero... Me pongo a envidiar a Shakespeare y me cuesta lo mismo” [...] “yo en ningún momento, si no me siento inferior a Borges, no me voy a sentir inferior a Juan Rulfo ni a nadie. Yo me siento inferior a Shakespeare o inferior a Dante, ¡y eso vamos a ver!”
Al bosquejar la recepción inicial de Pedro Páramo (parafraseando el sonoro título de la exhaustiva investigación, incluso iconográfica y documental, que Jorge Zepeda publicó en 2005 a través de la Fundación Juan Rulfo y Editorial RM) es moneda corriente referir, incluso de oídas, la temprana objeción de Alí Chumacero (1918-2010) ante la fragmentaria estructura de Pedro Páramo; su reseña, originalmente publicada en el número 8 de Revista de la Universidad (abril de 1955), se puede leer en Los momentos críticos (FCE, 1987), volumen con “selección, prólogo y bibliografía” de Miguel Ángel Flores. 
       No menos legendaria, o quizá más, es la supuesta colaboración de Juan José Arreola en la disposición final de los fragmentos de Pedro Páramo. En la p. 121 de Memoria y olvido. Vida de Juan José Arreola (1920-1947) contada a Fernando del Paso (CONACULTA, 2ª edición, corregida y aumentada, 1996), Arreola, por interpósita persona, declara: “Como Antonio Alatorre y yo trabajábamos en el Fondo, le pedimos a Juan sus cuentos, para publicarlos. Con los cuentos no hubo mucho problema, pero en cambio no se animaba nunca a entregarnos Pedro Páramo. Hasta cierto punto tenía razón, porque parecía un montón de escritos sin ton ni son, y Rulfo se empeñaba en darles un orden. Yo le dije que así como estaba la historia, en fragmentos, era muy buena, y lo ayudé a editar el material. Lo hicimos en tres días, viernes, sábado y domingo, y el lunes estaba ya el libro en el Fondo de Cultura Económica.”
  Viene a colación esto porque el punto climático del libreto de Vicente Leñero se sucede cuando Arreola reitera y pregona a los cuatro pestíferos vientos de la aldea global su colaboración en la estructura de Pedro Páramo:  “[...] Eso es lo que yo —no me atribuyo—, ¡eso es lo que me corresponde! Porque un sábado en la tarde decidí a Juan, y el domingo se terminó el asunto de acomodar las secciones de Pedro Páramo, y el lunes se fue a la imprenta del Fondo de Cultura Económica [...] Estábamos en Nazas, a cuadra y media del Fondo de Cultura... De sábado a lunes salió Pedro Páramo por fin, porque no iba a salir nunca. (Pausa.) Lo que yo me atribuyo, no me lo atribuyo: es la historia verdadera: cuando logré decidir a Juan de que Pedro Páramo se publicara como era, fragmentariamente. Y sobre una mesa enorme, entre los dos nos pusimos a acomodar los montones de cuartillas... Dios existe. Yo creo en Dios. ¡Esa tarde existió! Y yo no tengo más mérito que haberle dicho a un amigo: ‘Mira, ya no aplaces más. Pedro Páramo es así’.”
Sin embargo, según apunta Alberto Vital en la p. 139 de su biografía Noticias sobre Juan Rulfo (UNAM/RM, 2003), Arreola públicamente se desdijo: “tras uno de los actos dominicales en la sala Manuel M. Ponce, del Instituto Nacional de Bellas Artes, en junio de 1993, el propio Arreola reconoció ante varias personas que él no había intervenido en la organización de los fragmentos ni en ningún otro aspecto de la elaboración del libro; la frase [lapidaria] de Arreola fue ‘Yo no tuve nada que ver en eso’, mientras con la vista baja [a imagen y semejanza del chiquillo regañado y arrepentido de su larga travesura] alisaba el mantel blanco; estaban presentes Jorge Ruffinelli, Carlos Fuentes, Salvador Elizondo y Víctor Jiménez, entre otros”.

Vicente Leñero, ¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola?. Serie Ficción, Universidad Veracruzana. Xalapa, 2002. 64 pp.