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lunes, 7 de noviembre de 2022

Barba Azul



La curiosidad no siempre mata al gato


(París, enero 12 de 1628-París, mayo 16 de 1703)

Normalmente los pequeños lectores del ámbito del habla española (y quizá de otros idiomas) tienen noticia de los cuentos del francés Charles Perrault (1628-1703) a través de las adaptaciones de toda laya que, de forma dispersa y masiva y por lo regular muy arbitraria, no dejan de proliferar (fílmicas, caricaturescas, en libros con ilustraciones, etcétera). Es decir, sin tomar en cuenta el nombre y la identidad del autor aprenden una pizca o las legendarias menudencias de “La bella durmiente”, de “Caperucita Roja”, de “Barba Azul”, de “El gato con botas”, de la “Cenicienta”, de “Pulgarcito”, que son 6 de las 8 narraciones de Charles Perrault aparecidas en 1697, en París y en francés, en el libro: Historias o cuentos de antaño. Con moralejas, otrora popularmente conocido como Cuentos de mi madre la Oca o Cuentos de mamá Oca, debido a una imagen que alguna vez en lengua gala tuvo en la portada y “que es toda una deliciosa estampa evocadora de un viejo romance”, según dice María Edmée Álvarez en Cuentos de Perrault (Porrúa, México, 1974), “en que esa Mamá Oca de la fábula, convoca a sus patitos para relatarles aleccionadoras historias y prevenirlos contra las asechanzas de la vida”. A ello se añade la confusión sobre la primigenia autoría escrita que, sobre varios relatos, suscita o puede suscitar el hecho de que también abundan las variantes generadas a partir de las homónimas versiones (o más o menos homónimas) que en el ámbito del alemán compilaron los Hermanos Grimm: Jacob (1785-1863) y Wilhelm (1786-1859), cuya última edición (la séptima) impresa en Berlín, con 201 cuentos infantiles y 10 leyendas religiosas para niños, data de 1857. Y más aún: junto a los 8 cuentos del citado libro de Perrault hay ediciones en las que se incluye una anónima versión en prosa de “Piel de asno” (data de 1781), cuento en verso que el autor —anotan Joëlle Eyheramonno y Emilio Pascual en Cuentos completos de Charles Perrault (Anaya, Madrid, 1997)— publicó en un libro, en 1694, junto con sus otros dos cuentos en cuentos en verso: “Grisélidis” (1691) y “Los deseos ridículos” (1693), y que fue la versión que en 1862 ilustró el francés Gustave Doré (1832-1883); pero no sólo se trata de una arbitraria traslación del verso a la prosa, sino que además se modifica el cuento en minucias sustanciales; por ejemplo, además de que las alusiones a la mitología grecolatina fueron eliminadas, la presencia del casuista dispuesto a presidir el prohibitivo e incestuoso casorio (el rey está empeñado en casarse con su única hija) es cambiada por un druida; y, entre otros pormenores, la princesa, al ir en busca de su hada protectora, se marcha “en un bello cabriolé dirigido por un carnero que conocía todos los caminos del reino”, detalle que, pese a la ilustración de Gustave Doré, no está en la versión original. 

Ilustración de Gustave Doré
        Dentro de esa constante avalancha destinada al lector infantil figura la versión de Barba Azul publicada en México, “en febrero de 2012”, por el Fondo de Cultura Económica, dentro de la serie Clásicos del Fondo. Se trata de un libro de pastas duras (21.3 x 15.7 cm) con ilustraciones en blanco y negro de Christoph Wischniowski. 

Clásicos del Fondo, FCE
México, febrero de 2012
       Traducido del francés por Mariana Mendía, en la portada se anuncia que se trata de una “Adaptación del texto de Charles Perrault”, con lo cual se cura en salud en el sentido de que se advierte al lector que no es el texto tal cual y por ende no tienen que desconcertar las variantes ni las minucias ni el hecho de que se hayan omitido el par de moralejas que figuran al término del cuento original.
Fuera del nombre de Charles Perrault, al niño no se le brinda ningún dato biográfico ni bibliográfico sobre él, ni tampoco se le dice una sola palabra sobre el ilustrador Christoph Wischniowski (no se apunta que es un alemán nacido en Dresden, en 1974, y que ha ilustrado otros libros infantiles).
Resulta razonable y persuasiva la oscuridad que predomina en los oscuros y caricaturescos dibujos de Christoph Wischniowski, cuyo clímax ilustran dos terribles episodios del relato: los colgantes cuerpos, desnudos y sin cabeza, de las esposas que Barba Azul ha asesinado y que colecciona y oculta en el cuarto prohibido de su casona; y el instante en que el par de intrépidos y veloces hermanos de su última esposa ya han matado, atravesándolo con sus espadas, al machista, misógino y asesino serial de Barba Azul.

Ilustración de Christoph Wischniowski
Ilustración de Christoph Wischniowski
          Todo indica que el machismo que denota y despotrica el inhumano ogro que casi al término de su correspondiente cuento logra vencer el avispado Pulgarcito, era un atavismo muy arraigado en la Europa de fines del siglo XVII y no sólo en la Francia del Rey Sol, cuando la mujer, casi un cero a la izquierda, tenía que obedecer, a ciegas y fielmente, las órdenes y caprichos del marido. La derrota que le inflinge Pulgarcito implica, además, la exacerbación de la sangrienta crueldad que lo distingue y caracteriza, semejante a la crueldad del parlanchín lobo que en un santiamén devora a la abuela y luego a Caperucita; pues Pulgarcito, para huir de la casa del ogro con sus 6 hermanos y evitar así que se los coma en un banquete con sus amigotes (comilona que tendría que preparar la obediente, insultada y temerosa esposa del monstruo), mientras éste duerme (se pasó de tragos) intercambia los gorros de él y sus 6 hermanos con las coronas de oro de las 7 pequeñas hijas del ogro, quienes duermen en una cama contigua y no se despiertan durante el quita y pone; de modo que cuando el gigantón ogro hace un paréntesis en el sueño para degollar a los 7 chiquillos que se comerán (él y sus amigotes) tras ser cocinados por su cónyuge y que supone duermen en una cama inmediata a la cama donde duermen sus 7 pequeñas ogresas, sin advertirlo, degüella “sin vacilar”, con un filoso cuchillo, a sus colmilludas ogresas y las deja “nadando en su propia sangre”.

Ilustración de Gustave Doré
         No menos misógino, sanguinario, brutal y cruel es Barba Azul. Todo indica que tal ricachón, desagradable y feo para las mujeres por el color de su barba, no busca casarse con una doncella hermosa o con la dama de sus sueños y vivir feliz y enamorado en medio de sus casonas y posesiones y tener hijos y nietos y hacer viajes por el mundo, sino tender un repetido cedazo en el que previsiblemente cae una nueva fémina que destinará a su colección de cuerpos sangrantes que cuelga en el cuarto prohibido de su fortín. Y así como un encantamiento es el que hace que a la pequeña llave que abre tal habitación no se le pueda quitar la sangre después de ser usada por la respectiva víctima que cae en la trampa (la sangre desaparece y reaparece al ser restregada), también hay un tácito e implícito hechizo en el cuarto de las muertas sin cabeza, pues además de que la sangre de todas ellas está coagulada, los cuerpos, que son los de sus anteriores esposas, no están en descomposición y por ende ningún olor fétido e intolerante le advirtió de lo que se ocultaba allí: 
“Al principio no vio nada porque las cortinas estaban cerradas, pero al cabo de unos instantes empezó a ver que el suelo estaba completamente cubierto de sangre coagulada y que en la sangre se reflejaban los cuerpos de varias mujeres muertas, sujetadas a las paredes. Eran las jóvenes a las que Barba Azul había desposado y que había degollado una tras otra. Creyó morir de miedo, y la llave del gabinete se le cayó de la mano.

Ilustración de Christoph Wischniowski
     “Después de haber recobrado el aliento, recogió la llave, cerró la puerta y subió a su habitación para calmarse un poco; pero estaba tan perturbada que no lo logró.
“Entonces vio que la llave del gabinete estaba manchada de sangre y, aunque la limpió muchas veces, la sangre no desaparecía. Por más que la lavó y la frotó, la mancha continuaba ahí, pues la llave estaba hechizada y no había forma de limpiarla: cuando quitaba la sangre de un lado, reaparecía en el otro.”

Ilustración de Christoph Wischniowski
       Apenas un mes después de la apresurada boda, Barba Azul le anuncia a su esposa que hará un viaje y que tardará “al menos seis semanas en volver” (casi sobra decir que regresa ese mismo día y la sorprende prácticamente con las manos en la masa y si su par de hermanos no hubieran llegado en el instante decisivo, le hubiera cortado el cuello y hubiera pasado a ser un ejemplar más de su colección de cuerpos colgantes y sin cabeza). Antes de partir, Barba Azul le da todas las llaves y le indica que puede entrar y salir por donde se le antoje y escudriñar todos los armarios, baúles, bargueños y recovecos, incluso con sus amigas; pero de ninguna manera debe hacerlo en el cuarto cerrado y prohibido, cuya llave más pequeña también le entrega. Tal tentadora prohibición excita la curiosidad de la esposa, la cual, según la lógica del cuento, caracteriza a todas las mujeres habidas y por haber, meollo que Charles Perrault subraya en la “Moraleja”: 
           Es la curiosidad una manía
           que, pese a su atractivo y apetencia,
           cuesta muchos disgustos con frecuencia,
           y de ello hay mil ejemplos cada día.
           Es, pese a las mujeres, un placer
           ligero y harto avaro,
           que en probándolo ya deja de ser,
           y siempre cuesta demasiado caro.
     No obstante, en la “Otra moraleja” atenúa tal prejuicio y la carga misógina de la narración: 
            Por poco hombre sensato que uno sea
            y del mundo conozca un poco el paño,
            es muy lógico que en seguida vea
            que esta historia sólo es cuento de antaño.
            Ya no queda esposo tan terrible,
            ni tampoco que pida lo imposible,
            por celoso que sea y esquinado.
            Cerca de su mujer hila delgado,
            y, sea como quiera
            el color de su barba, yo proclamo
            que apenas hay manera
            de ver quién de los dos allí es el amo.

Barba Azul y su esposa
Ilustración de Gustave Doré
        En fin, se trata de una edificante historia de sangre macerada con un asesinato y con final feliz, muy útil para dormir a los niños: la viuda de Barba Azul hereda su fortuna, que le sirve para casar a su hermana “con un joven que la amaba desde hacía tiempo”, para casarse ella misma “con un hombre honesto” y para comprar “el grado de capitán para sus hermanos”, pues “uno era dragón y el otro era mosquetero”.
Ahora que si tras oír el cuento y quedarse dormidos, los traviesos chiquillos tienen alharaquientas pesadillas en las que se ven encerrados en el cruento gabinete prohibido de Barba Azul o perseguidos por éste blandiendo su filoso cuchillo rebana cogotes, la solución, para despertarlos en un santiamén, se halla en el citado cuento de Pulgarcito, pues allí, cuando la esposa del ogro “vio a sus siete hijas degolladas y nadando en sangre”, “Empezó por desmayarse (pues es éste el primer recurso que encuentran casi todas las mujeres en tales situaciones)”, comenta la docta y misógina voz narrativa; y el ogro, para despertarla y enmendar el agravio, le “Echó en seguida un jarro de agua en las narices de su mujer y, habiéndola hecho volver en sí, le dijo:
“—Dame rápidamente las botas de siete leguas para ir a atraparlos.”

Ilustración de Wischniowski



Charles Perrault, Barba Azul. Traducción del francés al español de Mariana Mendía. Ilustraciones en blanco y negro de Christoph Wischniowski. Serie Clásicos del Fondo, FCE. México, febrero de 2012. 46 pp.


viernes, 2 de enero de 2015

Hansel y Gretel




Ojo por ojo, diente por diente

Nadie de la tribu de la aldea global ignora que “Hansel y Gretel” es uno de los relatos más célebres, de anónimo origen oral, compilados por los Hermanos Grimm en el ámbito del habla alemana (y de ciertas variantes idiomáticas y dialectales): Jacob (1785-1863) y Wilhelm (1786-1859), cuya última edición, la séptima, titulada: Kinder- und Hausmärchen, o sea: Cuentos de niños y del hogar, apareció en Berlín, en 1857, con 201 narraciones y 10 leyendas religiosas.
(FCE, México, 2004)
Entre las mil y una ediciones de “Hansel y Gretel” figura la publicada en México, en “abril de 2004”, por el Fondo de Cultura Económica dentro de la serie Clásicos. Se trata de un libro de pastas duras (28.3 x 19.4 cm), con ilustraciones a color de Anthony Browne (Inglaterra, septiembre 11 de 1946), cuya traducción al español de Miriam Martínez —autora del visualmente espléndido cuento infantil De cómo nació la memoria de El Bosque (FCE, 2007)— no se hizo del alemán, sino del inglés, precisamente de un libro publicado en Londres, en 1981, por Walter Books Ltd. Sin embargo, con sus lógicas variantes, ni duda cabe que se trata del famoso cuento de los Hermanos Grimm.
Ineludiblemente, varios detalles de “Hansel y Gretel” evocan ciertas características de “Pulgarcito”, uno de los ocho cuentos del francés Charles Perrault (1628-1703), aparecidos en 1697, en París, en lengua gala, en su libro Historias o cuentos de antaño. Con moralejas, lo cual indica que provienen de un mismo fondo tradicional y narrativo. 
En “Pulgarcito” un pobrísimo matrimonio de leñadores tienen siete hijos, de entre diez y siete años. Una hambruna los inducen a deshacerse de sus vástagos abandonándolos en el bosque a merced de los lobos y de las inclemencias del tiempo (lo cual equivale a un intento de asesinato sin ensangrentarse las manos y sin ver la escena de la atroz muerte). El más pequeño de los niños, Pulgarcito, oye en la noche que sus progenitores cuchichean que los perderán con tal de no verlos morir de hambre. Cuando todos duermen, sale de la casa y recoge piedrecillas blancas que oculta en sus bolsillos y que irá distribuyendo en el trayecto y que les indicarán el camino de regreso. La estrategia es un éxito; pero no después del asedio de la segunda hambruna, pues Pulgarcito tiene que restringirse a un trozo de pan cuyas migajas irá dejando en el recorrido, dado que cuando quiere salir a la intemperie para hacerse de las piedrecillas, la puerta está cerrada con doble llave. En el momento en que en medio del bosque y de la oscuridad de la noche, los siete chiquillos se disponen a regresar, descubren que las aves se comieron las migajas.  
Ilustración de Anthony Browne
Algo parecido sucede en “Hansel y Gretel”, no obstante las coincidencias albergan sus diferencias. El pobrísimo matrimonio de leñadores lo constituyen un padre y una madrastra; atacados por el hambre, aquí es ella la que sonsaca al pusilánime de su marido con la treta de perder a los niños en medio de la oscuridad y de los peligros del bosque; mientras que en “Pulgarcito” es el progenitor el que tiene la maligna ocurrencia y la expone a su mujer, quien, pese a sus airadas protestas y remordimientos, acepta y conviene la diabólica idea. En “Hansel y Gretel” ambos oyen, en la noche y desde su cama, lo que planean los mayores y es el niño el que sale de la casa mientras éstos duermen y se llena los bolsillos de piedrecillas blancas que, a la luz de la luna, les indican el camino de regreso. De nuevo por el hambre, para la segunda partida, Hansel quiere hacer lo mismo, pero la puerta está cerrada con llave y tiene que limitarse a un trozo de pan, cuyas migajas se comen los pájaros y por ende no pueden regresar y se pierden.
Ilustración de Anthony Browne
En el cuento de Charles Perrault, Pulgarcito, muy listo y temerario, es el héroe que toma todas las iniciativas para guiar y salvar a sus seis hermanos y, al término, para enriquecer y beneficiar al grupo familiar. Cuando por segunda vez los siete niños se hallan extraviados en la oscuridad del bosque, Pulgarcito se sube a un árbol y ve una lejana luz que empiezan a seguir y que finalmente los lleva a una casa donde vive un feroz ogro, con su esposa y sus siete pequeñas ogresas. 
En “Hansel y Gretel”, si bien es el niño el que toma la iniciativa de llevar piedrecillas escondidas en los bolsillos y luego de ir dejando en el camino migajas del trozo de pan, la heroicidad de salvarse de los peligros del bosque y de regresar vivos y ricos la comparten ambos. Por segunda vez perdidos en la arboleda, al tercer día Hansel y Gretel ven un hermoso pájaro blanco, de extraordinario canto, que los guía y lleva hasta una solitaria casita, que en este caso es “de galleta, ¡y las ventanas de azúcar claro y brillante!”
Ilustración de Anthony Browne
En “Pulgarcito”, el ogro, que suele comerse los niños que cocina su insultada y temerosa mujer, tiene un olfato agudo y animal y por ende descubre a los siete chiquillos escondidos bajo una cama. En “Hansel y Gretel” la dizque amable viejecilla que les da cobijo resulta ser una bruja con la vista muy corta y el olfato muy sensible y por ende olió su presencia en el bosque. La bruja encierra a Hansel en una jaula, donde empieza a alimentarlo para que engorde y luego, cuando ya esté en su punto, lo cocinará y lo devorará. Gretel, a quien vuelve su criada y alimenta con las sobras, es quien día a día le da de comer a su hermano. Dado que la bruja es cegatona, Hansel, cuando ésta le pide que saque el dedo para tocárselo y ver si ya engordó, saca un hueso de pollo en vez del dedo y así logra engañarla hasta que un mes después la vieja se desespera y decide darse el gran banquete. Gretel es quien acarrea el agua para preparar el caldero y quien enciende el fuego. La bruja decide que primero hornearán hogazas de pan. Luego le ordena a la niña que se asome al horno y verifique si ya está caliente para introducir la masa; dado que finge no saber cómo se hace, la vieja decide enseñarle el modo: mete “la cabeza en el horno” y “Entonces Gretel la empujó con todas sus fuerzas, cerró la tapa de hierro y echo el cerrojo.
“Sin perder un minuto, Gretel corrió a donde estaba su hermano, abrió la jaula y exclamó:
“—¡Hansel, estamos salvados! ¡La vieja bruja ha muerto!”
Ilustración de Anthony Browne
Los niños, exultantes, se besan y apapachan. Y antes de emprender el regreso a su casa, descubren que “en todos los rincones” de la casa de la bruja “había cofres de perlas y piedras preciosas”. Hansel y Gretel se roban todas las que pueden y luego son auxiliados por un pato blanco que, montados en su lomo (primero uno y luego el otro), los ayuda a cruzar el río y los deja en las cercanías de su vivienda. Cuando llegan a ésta los recibe su padre, repleto de remordimientos, y descubren que, por fortuna, “La madrastra ya había muerto. Hansel y Gretel vaciaron sus bolsillos y las piedras preciosas saltaron y rodaron por el suelo. Sus penas habían terminado. Vivieron juntos y felices para siempre.”
Vale decir que, según se lee en Cuentos completos de Charles Perrault (Anaya, Madrid, 1997), “Pulgarcito” es un relato mucho más rico en minucias y anécdotas. Luego de ser descubiertos bajo la cama, el ogro, al ver a los siete niños, quiere que su esposa los cocine enseguida. Pero la mujer logra que postergue la matanza y los siete escuincles son enviados a dormir en una cama contigua a la cama donde duermen las siete pequeñas ogresas del ogro, cada una con una corona de oro en la cabeza. Pulgarcito, previsible, cuando todos duermen, intercambia las coronas de oro por los gorros de él y sus hermanos. El ogro, pensando que no debe dilatar la tarea de matarife, deja su cama por un momento y, con un filoso cuchillo, degüella a sus siete ogresas suponiendo, por los gorros que toca en la oscuridad, que son los siete chiquillos.
Ilustración de Gustave Doré
A la mañana siguiente, el ogro descubre los cuerpos de sus hijas nadando en un charco de sangre. Arroja una jarra de agua en las narices de su mujer, quien yacía desmayada tras descubrir la sangrienta escena, y le ordena que le prepare sus botas de siete leguas porque saldrá veloz tras los chiquillos, quienes huyeron durante la noche. 
Con sus poderosas botas de siete leguas, que le permiten andar de prisa y saltar montañas y ríos, el ogro está apunto de alcanzar a los chamaquitos. Pero como tales botas agotan más de la cuenta, el ogro se sienta a descansar en una gran roca donde se queda dormido dando tremendos ronquidos. Da la casualidad que los siete niños se habían escondido en el hueco de tal piedrota. Pulgarcito les dice a sus seis hermanos mayores que regresen a la casa de sus padres y él le quita al ogro las botas de siete leguas y se las pone, las cuales, por un hechizo, se ajustan al tamaño de quien las usa. 
Ilustración de Gustave Doré
Con las botas de siete leguas, Pulgarcito, raudo, se dirige a la casa del ogro y para robarle sus bienes y en un tris enriquecer a su pobre familia, a la esposa de éste le expone una gran mentira:
“—Vuestro marido —le dijo Pulgarcito— corre mucho peligro, pues ha caído en manos de una banda de ladrones, que han jurado matarlo si no les da todo el oro y la plata que tenga. Cuando ya estaba con el puñal en el cuello, me vio y me rogó que viniera a avisaros de la situación en que se encuentra, y que os dijera que me dieseis todo lo que tiene de valor, sin dejar nada, porque de lo contrario lo matarán sin misericordia. Como la cosa urge, quiso que me pusiera sus botas de siete leguas, como podéis ver, para ir más de prisa, y también para que no creyerais que soy un impostor.
“La buena mujer, muy asustada, le dio en seguida todo lo que tenía, pues aquel ogro, aunque se comiera a los niños pequeños, no dejaba de ser un buen marido. Pulgarcito, cargado de todas las riquezas del ogro, volvió a casa de su padre, donde lo recibieron con mucha alegría.”
Vale apuntar que el cuento de Charles Perrault añade un final que torna legendario el robo de Pulgarcito y donde se asegura que, en la Corte, ofició de espía, correo, correveidile e influyente trepador:
Hay quienes “Aseguran que, cuando Pulgarcito se hubo calzado las botas del ogro, se fue a la Corte, donde se enteró de que estaban muy preocupados por un ejército que estaba a doscientas leguas de allí, y por el resultado de una batalla que se había librado. Dicen que fue a ver al Rey, y le dijo que, si quería, le traería noticias del ejército antes de acabar el día.
“El Rey le prometió una buena cantidad de dinero si lo conseguía. Pulgarcito trajo noticias aquella misma tarde, y, habiéndose dado a conocer por aquel primer encargo, ganaba todo lo que quería, pues el Rey pagaba perfectamente bien por llevar sus órdenes al ejército, y, un sinfín de damas le daban todo lo que quería por tener noticias de sus amantes, y de ahí sacó sus mejores ganancias. Había algunas mujeres que le encargaban cartas para sus maridos, pero le pagaban tan mal y suponían tan poco, que ni se dignaba tener en cuenta lo que ganaba por ese lado.
“Después de haber hecho durante algún tiempo el oficio de correo y de haber amasado una buena fortuna, volvió a casa de su padre, donde no es posible imaginar lo que se alegraron de volver a verlo. Acomodó a toda su familia. Compró cargos de nueva creación para su padre y para sus hermanos; y por ahí los fue colocando a todos, al mismo tiempo que se creaba una excelente posición en la Corte.”
Los Hermanos Grimm

Hermanos Grimm, Hansel y Gretel. Traducción del inglés al español de Miriam Martínez. Ilustraciones a color de Anthony Browne. Clásicos, FCE. México, 2004. S/n de p. 

sábado, 13 de diciembre de 2014

Los Cuentos de Charles Perrault




Érase una vez un libro de retoques y transformaciones

En “noviembre de 2003”, en Barcelona, en la serie Los libros del tesoro, Edhasa publicó el volumen Los Cuentos de Charles Perrault (29.2 x 21.7 cm), con ilustraciones (en blanco y negro) de Gustave Doré (1832-1883) en páginas completas. Con caja-estuche, pastas duras, viñetas en las guardas y listón-separador, es una edición atractiva desde el punto de vista visual (quizá más para los adultos que aprecian la dispersa obra del célebre ilustrador francés); no obstante, dados los bemoles editoriales no deja de ser un libro más que, arbitrariamente, traduce y antologa un conjunto de las celebérrimas narraciones infantiles que Charles Perrault (1628-1703) escribió en francés a fines del siglo XVII. 
Charles Perrault
       
(Edhasa, Barcelona, noviembre de 2003)
       
Gustave Doré
Fotografía de Felix Nadar
       Nadie ignora que en el mercado de los libros sucesivamente proliferan las mil y una ediciones ilustradas (muchas veces individuales) de los más populares cuentos de Charles Perrault (inscritos en el ancestral imaginario colectivo, es decir, muchísimo antes de que las adaptaciones y variaciones cinematográficas y de dibujos animados tomaran protagonismo en la imaginación, en los sueños y en las pesadillas de todos los niños de todas las épocas): “Caperucita”, “Pulgarcito”, “La Cenicienta”, “La bella durmiente”, “El gato con botas”, “Barba Azul”. Ediciones que, sin ningún tipo de información, por lo regular sólo rotulan tres nombres: autor, traductor e ilustrador. Detalles que el pequeño lector, entre menos edad tiene, más pasa por alto. 

Los hermanos Grimm
       A diferencia de los hermanos Grimm: Jacob (1785-1863) y Wilhelm (1786-1859), que en el ámbito del alemán compilaron 10 leyendas religiosas para niños y 201 cuentos infantiles (de 1857 data la edición definitiva), algunos de los cuales son consabidas variantes de los relatos urdidos por Perrault, la obra de éste, publicada por primera vez en francés y en París, es muy breve: tres cuentos en verso: “Grisélides” (1691), “Los deseos ridículos” (1693) y “Piel de asno” (1694); más ocho cuentos en prosa bajo el título Historias o cuentos de antaño. Con moralejas (1697): “La bella durmiente del bosque”, “Caperucita Roja”, “Barba Azul”, “Maese gato o el gato con botas”, “Las hadas”, “Cenicienta o el zapatito de cristal”, “Riquete el del copete” y “Pulgarcito”; libro, años ha, popularmente conocido como Cuentos de mi madre la Oca o Cuentos de mamá Oca, debido a una imagen que alguna vez en lengua gala tuvo en la portada y “que es toda una deliciosa estampa evocadora de un viejo romance”, según dice María Edmée Álvarez en Cuentos de Perrault (Porrúa, México, 1974), “en que esa Mamá Oca de la fábula, convoca a sus patitos para relatarles aleccionadoras historias y prevenirlos contra las asechanzas de la vida”.

La bella princesa (la futura Piel de Asno) , al ir en busca de su hada protectora,
viaja 
en un bello cabriolé dirigido por un carnero que conocía todos los caminos.
Ilustración de Gustave Doré.
 
Sentado en la piedra, el druida, que en la presente versión en prosa de Piel de Asno,
podría casar al rey con su hija.
Ilustración de Gustave Doré.
        En este sentido, el título publicado por Edhasa: Los Cuentos de Charles Perrault resulta falaz, pues parece que anuncia el total de los trece relatos del autor francés, pero no es así. Sólo reúne nueve: los ocho Cuentos de antaño, pero sin sus correspondientes moralejas; más “Piel de asno”, pero no la versión en verso escrita por Perrault, sino una versión en prosa a la que además se le eliminaron las alusiones grecolatinas, la cual procede de una adaptación anónima publicada en 1781 y que fue, según apunta Emilio Pascual en el “Apéndice” de Cuentos completos de Charles Perrault (Anaya, Madrid, 1997), la que en el siglo XIX ilustró Doré (al parecer data de 1862). Entre sus observaciones críticas, Emilio Pascual señala un pasaje del texto apócrifo que no está en el original de Perrault y que ilustró Doré: cuando la princesa, al ir en busca de su hada protectora, se marcha “en un bello cabriolé dirigido por un carnero que conocía todos los caminos del reino”. Tal episodio figura, con la ilustración de Doré, en la versión que se lee en libro editado por Edhasa; y esto también ocurre con el detalle del druida que podría casar al rey con su bellísima hija y que en la versión de Perrault es un casuista. Pero lo que no está es el hecho de que en la versión apócrifa, dicen los susodichos, “se han suavizado ciertos detalles: El rey no quiere casarse por su propia voluntad, sino a petición del pueblo, que lo insta a casarse”; pues aquí, al igual que en la original versión en verso, donde hay más énfasis, es el propio rey, por sus motivos y sin que el pueblo se lo pida, el que está obsesionado con casarse con su bellísima y doncella hija y por ende le obsequia los tres rutilantes vestidos que ella le pide (siguiendo los consejos de su hada) y hasta mata a su valioso borrico (para regalarle la piel), la gallina de los huevos de oro de sus caballerizas, que en vez de boñigas, defecaba “montones de monedas oro”, se dice aquí, mientras que en los versos de Perrault se canta: 


          Tan limpio lo formó naturaleza,
          que nunca se ensuciaba,
          y en lugar de boñigos él soltaba
          buenos luises y escudos, pieza a pieza,
          que, en cuanto despertaba,
          cada mañana allí se recogía
          sobre la rubia cama en que dormía.

Vale añadir que en Los Cuentos de Charles Perrault editado por Edhasa, amén de ciertos elogios, no se brinda ninguna información sobre Gustave Doré ni se data la edición francesa donde aparecieron sus ilustraciones; sólo en la página legal, sin acreditar ningún anterior copyright, se lee: “Título original: Contes”, “Traducción: Leonardo Domingo”, “Ilustraciones de Gustavo Doré”, “Diseño de la sobrecubierta: Jordi Sàbat”, cuya estampa, coloreada, reproduce la ilustración de Doré donde el lobo, con el gorro de dormir de la abuela, está en la cama, junto a Caperucita, a punto de iniciar el célebre diálogo que precede a la gran comilona en un solo bocado. 
(Edhasa, Barcelona, noviembre de 2003)
Contraportada
         En la cuarta de forros del libro (y en la contraportada del estuche), a un lado del coloreado dibujo del Gato con botas trazado por Doré, figura una nota sin firma que reza al inicio: “Los cuentos de Charles Perrault (1628-1703) componen un paisaje dominado por la fantasía, la maravilla, las alegrías y la felicidad, poblado de hadas y de personajes tan entrañables como el Gato con Botas, Pulgarcito, Piel de Asno o la Cenicienta. Sin embargo, con el tiempo ese bello paisaje ha sido objeto de todo tipo de modificaciones, retoques y transformaciones, hasta el punto que se hace difícil reconocer la mano maestra de Perrault en algunas de las versiones de estos excelentes cuentos.”  Vale objetar que además del apócrifo “Piel de asno”, las presentes versiones en español de Los Cuentos de Charles Perrault no están exentas de múltiples “modificaciones, retoques y transformaciones” que sería largo enumerar. No obstante, en todos los casos (incluido el apócrifo), palabras más, palabras menos, se transluce “la mano maestra de Perrault”.

Y lo que también resulta muy errado y fuera de foco es el inicio del segundo párrafo de tal nota, que a la letra yerra: “En la forma que originalmente diera Charles Perrault a estas fantásticas aventuras de origen ancestral e incierto”, pues es más que obvio que en ningún caso se trata de la forma original.
El lobo a punto de devorar a Caperucita
Ilustración de Gustave Doré
         El lector adulto o el niño que lea Los Cuentos de Charles Perrault editados por Edhasa va a encontrarse (palabras más, palabras menos) con las anécdotas de siempre: la abuela y la niña que terminan en la panza del lobo; el mínimo chiquillo que en medio de los peligros del bosque guía y dirige a sus seis hermanos, los salva del banquete del ogro y enriquece a su pobrísima familia de leñadores; la bella princesa, que tras dormir cien años en medio de un castillo encantado y de un tupido bosque no menos hechizado, es despertada por un príncipe azul con el que se casa y tiene una hija y un hijo que luego están a punto de ser devorados por su abuela, la ogresa que al final se hunde en una cuba de sapos, víboras y culebras y que en un santiamén la devoran; la sumisa, bondadosa y bella hijastra (“Culocenizón”) que, gracias a la protección de su hada, logra que una zapatilla de cristal la rescate del oprobio y de los mugrosos harapos; el astuto y embustero minino que torna rico y príncipe heredero a un humilde y tontorrón campesino; el feo y deforme engendro que, gracias a la inteligencia otorgada por un hada que signa su nacimiento y vaticina su futuro, seduce y torna inteligente a la más tonta y más bella princesa de que en ese reino se tenga noticia; la bellísima princesa que, debido a la protección y a los favores de un hada, puede eludir los deseos incestuosos de su padre y casarse con el príncipe más galán de la comarca; la hermosa y bondadosa hija, odiada y envilecida por su despreciable madre y por su despreciable hermana, que, dado el don que le brinda un hada (por cada palabra que dice de su boca brota una flor o un piedra preciosa), cautiva a un príncipe que aprecia su particular dote y belleza; y el ricachón asesino serial, afeado por el color de su barba, que colecciona, en un secreto y prohibido gabinete, los cuerpos colgantes de sus descabezadas víctimas. 

Barba Azul y su joven esposa
Ilustración de Gustave Doré
       En la vaga y breve “Introducción” sin firma que precede a las nueve narraciones antologadas por Edhasa en el volumen Los Cuentos de Charles Perrault no se menciona ni se dice nada de la dedicatoria que, en 1697, precedió la primera edición de los Cuentos de antaño

     
Pulgarcito oye que sus padres a él y  a sus hermanos los perderán en el bosque
Ilustración de Gustave Doré
        En el susodicho Cuentos completos de Charles Perrault editado por Anaya, además de que se afirma que en la primera edición de 1697 no se acreditó la autoría de Charles Perrault, sí figura la dedicatoria y la firma de “P. Darmancour” que la signó. Según los comentaristas Joëlle Eyheramonno y Emilio Pascual, “Se trata del hijo de Charles Perrault, Pierre Perrault Darmancour, nacido el 21 de marzo de 1678”, quien dedicó el libro “A Mademoiselle”. “Esta Mademoiselle”, anotan, “es Elisabeth-Charlotte d’Orléans (1676-1744), sobrina de Luis XIV, a quien llamaban ‘Mademoiselle’. Casada con el duque de Lorena en 1698, fue la abuela de la reina María Antonieta, la desgraciada esposa de Luis XVI, que murió con él en la guillotina durante la Revolución francesa.” En tal dedicatoria, Darmancour comienza diciendo: “A nadie le parecerá extraño que un niño se haya complacido en componer los cuentos de esta colección, pero sí sorprenderá que haya tenido la osadía de ofrecéroslo.” Puesto que “Los cuentos han sido publicados en enero de 1697”, apuntan, “El ‘niño’ Darmancour tiene, pues, diecinueve años no cumplidos.”

Es decir, tales datos y otros que esbozan los comentaristas, suscitaron la controversia en torno a quién había escrito los Cuentos. Por lo que anotan, cabe la posibilidad o hay quienes han pensado que Darmancour los escribió; pero, se dice, fue Charles Perrault quien pulió la escritura y les dio la coherencia final. Sea como haya sido el borroso proceso creativo y sus fuentes (orales y bibliográficas) los Cuentos de antaño perduran como obra indiscutible de Charles Perrault, tan indiscutible como figuran sus tres primeros cuentos en verso. Sin embargo, en la citada “Introducción” del presente volumen la autoría de Perrault casi se reduce al papel de rastreador, oidor y transcriptor, como fue el posterior y feliz caso de los Hermanos Grimm en el ámbito del alemán (y de ciertas variantes dialectales): “Pero, ¿de dónde proceden estos relatos, tan diversos y cautivadores? Sin duda, de los más remotos tiempos, pero hay que otorgar a Charles Perrault el mérito de haberlos recopilado y haberles dado la forma definitiva.”
Charles Perrault
       En el mismo tenor, líneas más abajo se reafirma: “Este hombre de talante original, vivo, independiente, tuvo la feliz ocurrencia de recopilar los relatos que la tradición, de padres a hijos, había transmitido hasta su tiempo. En un estilo claro, simple, eligiendo siempre las palabras que más seducen a la imaginación infantil, Perrault puso por escrito desventuras, proezas, toques de varita mágica, sentimientos apasionados, acciones colectivas, largas y tensas esperas, desenlaces rápidos y felices...”


Charles Perrault, Los Cuentos de Charles Perrault. Traducción del francés al español de Leonardo Domingo. Ilustraciones en blanco y negro de Gustave Doré. Los libros del tesoro, Edhasa. Barcelona, noviembre de 2003. 144 pp.