Mostrando entradas con la etiqueta Infantil. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Infantil. Mostrar todas las entradas

jueves, 20 de marzo de 2014

El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica



La pastilla del cine hace feliz

Es célebre la afición roquera del otrora joven Juan Villoro (México, septiembre 24 de 1956). Entre sus haberes relacionados con esa gama fónica puede citarse su legendario programa en Radio Educación: El lado oscuro de la luna (1977-1981); su coautoría en El rock del silencio; ciertas crónicas imaginarias de Tiempo transcurrido (1986); “Los días del futuro pasado”, artículo impreso en Entremés, revista de periodismo cultural, cuyo número 4 (mayo-junio de 1992) se ocupó del rock; y una entrevista que le hizo a su Satanísima Majestad: Mick Jagger, publicada en la revista El País Semanal (noviembre 4 de 2001), suplemento del diario español El País. Y además de sus traducciones, de sus artículos y de sus libros para adultos, en la vertiente de los relatos infantiles es autor de Las golosinas secretas (1985), de El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica (1992) y de Baterista numeroso (1997).

(CONACULTA/Alfaguara, México, 1992)
       Con El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica, excelente relato o novela corta para niños y adolescentes de 8 a 99 años, Juan Villoro celebra, al unísono, “el rock pesado” y la milenaria tradición de contar fábulas y narraciones infantiles. Se trata de un divertimento (ilustrado con dibujos y viñetas del Fisgón) que hace migas con el bien, tan lúdico, tierno y sentimental, como caricaturesco e hilarante. Juan Villoro demuestra sus virtudes narrativas y su facilidad para el chiste y la fantasía. Al armar su modelo acudió a un puñado de estereotipos reconocibles, sin dificultad, en la mitología roquera, en caricaturas televisivas y cinematográficas, en cómics y en narraciones de ascendencia oral y clásica.

El profesor Cremallerus
Ilustración: El Fisgón
       El profesor Cremallerus es el malo de la película. Destroza entre sus dientes galletas de animalitos, su alimento preferido. Desciende de brujos, magos y alquimistas. Es un científico e inventor cuyo mayor gozo es hacer el mal. En su laboratorio burbujean constantemente los tubos de ensayo. Y en las estanterías hay frascos con etiquetas que advierten: Cápsulas de rencor, Furia en polvo, Hojuelas vengativas, Mortadela salvaje. Su antípoda es el profesor Zíper, especie de Ciro Peraloca, autor de numerosos y estrafalarios inventos, entre los que se halla una cuerda de sol para guitarra eléctrica. El malvado Cremallerus odia al buenazo de Zíper, a quien envidia y considera su más peligroso competidor. Pero como es un hipocondríaco, tan paranoico como calvo, berrinchudo y fanático del rock, no puede tolerar el éxito del grupo Nube Líquida (se sabe de memoria todas sus canciones), sobre todo al guitarrista Ricky Coyote, puesto que además de ser el cerebro y el corazón del grupo, es él quien hace cimbrar la cuerda de sol inventada por el profesor Zíper. Nadie más en el mundo puede tocarla, dado que por las conjunciones cósmicas y los secretos que domina el científico, tiene en ella impresas las huellas digitales de Ricky Coyote.



Juan Villoro
        Zíper vive retirado en el pueblito de Mich., Mich. (Michigan, Michoacán). Su casa, construida con la arquitectura quecosaédrica inventada por él, se halla en medio de un sembradío de brócoli. Es tan distraído, infantil y benevolente, como aficionado al fútbol, al cine y al rock pesado. Su principal anhelo es crear la pastilla para ver películas. No se trata de un ácido lisérgico o de un alcaloide por el estilo, sino de una pastilla con sabor a palomita de maíz, en cuya médula se encuentran sintetizadas todas las películas filmadas en todos los lugares y tiempos. El que ingiere una de tales pastillas debe ver la película que desee; sin embargo, algo falla, porque el que toma la pastilla ve la película favorita de otro y no la suya. 

        El profesor Cremallerus logra convertir en un roquero y bello durmiente a Ricky Coyote. Es entonces cuando salta a la escena, casi de manera infalible, el niño Pablo (alter ego de los lectores), hermano menor de Ricky. El chaval Pablo, para salvar al grupo Nube Líquida, se transforma en un pequeño caballero armado con una navaja suiza (una de sus hojas sirve para partir pizzas y otra para untar mostaza en las hamburguesas), rompe su cochinito, deja a su abuelita, y emprende la travesía. Después de tropezar con dédalos kafkiano-burocráticos: la Asociación Mundial de Genios y el Instituto de Científicos Pipiricuánticos, más dispuestos al soborno y a la venta de títulos que a otra cosa, el niño Pablo llega por fin frente al locuaz del profesor Zíper y, no podía ser de otro modo, deduce y le da al científico la clave para arreglar el acelerador de voluntades, que era lo que fallaba en el perfeccionamiento de la pastilla para ver películas.
       Como todo héroe bueno que lucha por acceder a los beneficios mágicos, el chiquillo Pablo pasa por una serie de pruebas y obstáculos. Entre éstos se cuenta el recorrido por el lado oscuro del bosque de brócoli. Allí, perdido en ese oscuro laberinto, atestado de ruidos, ecos y alimañas, logra vencer el miedo y se domina a sí mismo al mencionar “la palabra más corta y maravillosa que conocía”: rock. Entonces se produce el destello mágico: la cuerda de sol emite un resplandor. Y mientras Pablo la utiliza como lámpara y escudriña los secretos del lado oscuro del brócoli, sus huellas digitales son impresas en la cuerda; es decir, por esa serie de asociaciones astrales y benévolas (entre ellas el chocolate con aceite de castor que brinda seguridad y los rezos que el profesor Zíper le dedica a Santa Pantufla, patrona de Michigan, Mich.), sólo él, en toditito el mundo, podrá tocar esa cuerda de sol.
      El niño Pablo, convertido en un prodigioso guitarrista, salva de la ruina al grupo Nube Líquida; y el profesor Zíper, inducido por la belleza de Azul, la niña que Pablo se anda ligando y que “está como para chuparse los dedos de las manos y los pies”, alivia a Ricky de su sueño interminable al darle a probar una cucharadita de su propio chocolate: le acerca al oído un radio de transistores que transmite el concierto donde el escuincle Pablo interpreta “Labios de chocolate”, el éxito más popular del grupo.
      El bien triunfa sobre el mal. El profesor Zíper reta a un duelo de inventos al profesor Cremallerus; y sin que éste lo advierta, Zíper lo hace tragar una de sus pastillas con sabor a palomita de maíz. El profesor Cremallerus empieza a ver películas de terror: experimenta así una felicidad nunca antes conocida por él. La pastilla inventada por el profesor Zíper es, entonces, una especie de panacea catártica o de elixir del bienestar. Cremallerus, que era “el más científico entre los malvados y el más malvado entre los científicos”, renuncia a su villanía. Para ser feliz ya no tendrá que hacer de las suyas, le bastará con ver películas espantosas plagadas de murciélagos, de “momias contra fantasmas”. Sólo le pide a Zíper que las pastillas que le dé no sepan a palomita de maíz, sino a galleta de animalito.
     



Juan Villoro
      Dos podrían ser las candorosas moralejas implícitas en este divertimento que no se propuso articular ninguna enseñanza. La primera (que podría dirigirse a los melcochosos y ñoños) es que el rock pesado, además de negocio multimillonario, puede no ser una estridencia que enerve o haga volar la tapa de los sesos, sino algo que divierte y produce placer, desahogos, descanso, cofradías, declaraciones amorosas y la ilusión de estar unido al género humano y al universo; y la segunda: pese a que sea difícil conseguir un chocolate con aceite de castor batido a la velocidad de Neptuno, más vale templar el miedo y las fantasías provocadas por la falta de seguridad en uno mismo, si es que el ingenuo lector se ha propuesto conseguir cierto objetivo.



Juan Villoro, El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica. Dibujos y viñetas del Fisgón. Colección Botella al Mar, Alfaguara/CONACULTA. México, 1992. 96 pp. 





Enlace a Labios de chocolate, rola de Walo Walalo: http://www.youtube.com/watch?v=bG6aVafSuFM

Enlace a Chocolate, rola de Jessie y Joy: http://www.youtube.com/watch?v=0qC7EbjkxzU

Enlace a Labios de chocolate, asegún Big House: http://www.youtube.com/watch?v=EpJPN_9V7mI

Enlace a Labios de chocolate, rola de Mc Ozdo: http://www.youtube.com/watch?v=MRXeHwnG_G0

viernes, 26 de julio de 2013

La niñez... de Frida Kahlo




Viva en sus retratos

Idealmente y por antonomasia la lectura es una forma de felicidad (Borges dixit), un divertimento estético, un juego de la inteligencia y de la imaginación no muy distinto de los consabidos juegos de nunca acabar que a veces transmiten las abuelas o los abuelos o el callejero corro de alharaquientos escuincles, muy adecuados para torcerle el cogote al diocesillo Cronos; quizá el más conocido entre los mexicanos sea el que canturrea: 

         Este era un gato
         con su colita de trapo
          y sus ojos al revés.
         ¿Quieres que te lo cuente otra vez?
          
         Este era un gato...
       
        Felizmente, como se sabe, la cantaleta se repite hasta la locura o el hartazgo, variante antologada por Gabriel Zaíd en su Ómnibus de poesía mexicana (Siglo XXI, 1971), donde reunió textos populares y cultos, pergeñados entre el siglo XIV y el siglo XX.
 
(Siglo XXI, 8va. ed., México, 1980)
        Los lectores adultos saben muy bien que hay montañas de libros de literatura infantil que explícitamente implican (en los procesos de enseñanza-aprendizaje) la
praxis de la lectura como un juego cognitivo, del lenguaje, de la memoria y de la imaginación. 
(Montena/CONACULTA, México, 1991)
       
(FCE, México, 2004)
     
(FCE, México, 2003)
        Puede ser el caso de El libro de los trabalenguas  (Montena/CONACULTA, 1991), con antología y prefacio de Carmen Bravo-Villasante; o Adivina divino adivinador (FCE, 2004), donde además de las ilustraciones en color, imbricadas al lúdico diseño a la trampantojo y bajo la coordinación de Miriam Martínez y Juana Inés Dehesa, enfatiza su ascendencia colectiva y oral con una nota preliminar que declara a los cuatro pestíferos vientos terrenales y más allá de las ondas hertzianas: “Este libro se realizó en respuesta al entusiasmo que los niños mostraron durante dos años al jugar en el programa Monitor aportando sus adivinanzas”; o Animalario universal del profesor Revillod (FCE, 2003), “Miscelánea de curiosidades para disfrutar aprendiendo”, con textos e instrucciones de Miguel Murugarren y laboriosas láminas en blanco y negro de Javier Sáez, cuya mayor parte de hojas, cada una divida en tres segmentos móviles, implican que el pequeño lector elabore, lea y observe una serie de intercambiables nombres de fabulosos animales, intercambiables frases que los describen e intercambiables estampas que los ilustran.


       

         Pero también hay libros más complejos y elaborados que convocan a niños o adolescentes que ya son lectores cabales e insaciables. Por ejemplo, Jugar con Borges (Dipon/Gato Azul, 2003), de Jaime Poniachik, donde además de una lúdica, supuesta y pedagógica entrevista con el poeta ciego de Buenos Aires, de los anecdóticos visos sobre su vida y obra, implica que el muchachito o la muchachita (e incluso el adulto), al informarse y leer una serie de fragmentos del célebre escritor, juegue a la colaboración con él, a las metáforas, a las rimas, a las adivinanzas, a la consulta del diccionario y demás libros, entre otras paradojas y perplejidades de los resabios de los tiempos cuadernícolas infestados por la irrupción de la web y de los artilugios digitales.

(Dipon/Gato Azul, Colombia, 2003)
        Pero si Jugar con Borges sólo incluye como ilustraciones un puñado de viñetas y caricaturas en blanco y negro de Dany Duel donde Borges es el modelo principal (el gato que se ve en varias quizá sea Beppo, pero ya encarrerado el gato podría ser el rabínico gato de Gershom Scholem), hay libros —página por página— profusa y magnéticamente diseñados e ilustrados en color, donde el sentido anecdótico, pedagógico y visual es inextricable. Es el caso de El nombre del juego es Cervantes (FC, 2005), con textos de Miguel Ángel Mendo e ilustraciones de Maricarmen Miranda; y el caso de El nombre del juego es Posada (FCE, 2005), con textos de Hugo Hiriart y Selva Hernández, e ilustraciones de José Guadalupe Posada y Joel Rendón.

(FCE, México, 2005)
       
(FCE, México, 2005)
     
(IVEC/CONACULTA, México, 2000)
        En una categoría parecida se puede ubicar ¿Y quién es ese señor? Antología ilustrada de un grillito fabulista y cantador (IVEC/CONACULTA, 2000), donde amén de los prefacios de Susana Ríos Szalay, Esther Hernández Palacios y Emilio Carballido, del “Palabrario”, del “Índice de canciones” y de la nota biográfica sobre el compositor orizabeño Francisco Gabilondo Soler (1907-1990) firmada por Tiburcio Gabilondo Gallegos, bajo la guía y batuta de Elisa Ramírez permite al joven o al viejo lector acceder a las letras de una serie de canciones de Cri-Cri, cuyas viñetas y láminas en color fueron creadas ex profeso por un conjunto de pintores y diseñadores gráficos.

Carmen Leñero en la contraportada de su disco compacto La tierra mía (2002),
donde en solitario toca la guitarra y canta canciones de origen popular
 
(Callis Editora, São Paulo, 2003)
         
Autorretrato con mono (1940)
Óleo sobre masonite (55 x 43.5 cm) de Frida Kahalo
       
Autorretrato con pelo cortado (1940)
Óleo sobre tela (40 x 28 cm) de Frida Kahlo
   
Las dos Fridas (1939)
Óleo sobre tela (173.5 x 173) de Frida Kahlo
Frida y Diego (1931)
Óleo sobre tela (110 x 79 cm) de Frida Kahlo
   
El camión (1929)
Óleo sobre tela (26 x 55.5 cm) de Frida Kahlo
        Además de guitarrista y cantante con discos compactos circulando, Carmen Leñero (México, 1959) es autora de varios libros de literatura infantil. Uno de ellos es La niñez... de Frida Kahlo, impreso en 2003, en São Paulo, por Callis Editora, cuyo atractivo diseño gráfico se debe a Camila Mesquita, quien para ello utilizó cinco reproducciones fotográficas en color de cinco pinturas de Frida Kahlo: Autorretrato con mono (1940), Autorretrato con pelo cortado (1940), Las dos Fridas (1939), Frida y Diego (1931), y El camión (1929) —el cual, junto con otras once obras de ella y doce de Diego Rivera (y fotografías de ambos), en estos evanescentes e irrecuperables minutos del globo terráqueo se pueden observar en Xalapa (ombligo del mundo), precisamente en la Pinacoteca Diego Rivera (del 8 de noviembre de 2006 al próximo 4 de febrero de 2007), dentro de la minúscula muestra “Viva la vida”, palabras que se leen en una sonriente rebanada de sandía que es el epicentro de una frutal naturaleza muerta que ella logró pintar en 1954 (“días antes de morir”) y que ineludiblemente evoca un feliz y cantarín haikú de José Juan Tablada compilado en dos ilustradas antologías infantiles: El arca de Noé (UNAM/CONACULTA, 1998) y José Juan Tablada para niños (CONACULTA, 2001), ésta con textos en español y huichol: 


             Del verano, roja y fría
             carcajada
             rebanada
             de sandía.

Naturaleza muerta "Viva la vida" (1954)
Óleo y tierra sobre masonite (52 x 72 cm) de Frida Kahlo
     
(UNAM/CONACULTA, México, 1998)
 
(CONACULTA, México, 2001)
     
José Juan Tablada de niño
(a los 2 años y 9 meses)
        La delgadez y las medidas (21 x 21 cm) de La niñez... de Frida Kahlo evocan un título infantil de proporciones semejantes: Zili el unicornio, de Luis Arturo Ramos, impreso en Xalapa por la Universidad Veracruzana y el extinto FONAPAS (Fondo Nacional para Actividades Sociales) —pero sin fecha, sin ISBN, sin colofón y con flamantes y distinguidas erratas—, minuciosamente ilustrado a dos tintas por Leticia Tarragó. 

(UV/FONAPAS, Xalapa, s/f)
      Pero si el ameno cuento de Luis Arturo Ramos pone énfasis en la fabulosa existencia de ese epifánico ser de un solo cuerno cuya noble estirpe habita ciertas mitologías y la literatura fantástica de todos los lugares y tiempos, el cuento de Carmen Leñero, en su simplicidad y sencillez, recrea y reinventa algunos datos de la vida y obra de la pintora, como es el caso de un pasaje del Diario de Frida Kahlo. Autorretrato íntimo (La vaca independiente, 1995) que data de 1950 y que la propia artista tituló con letra manuscrita “Origen de Las dos Fridas”, “Recuerdo”, líneas reescritas por Carmen Leñero como una especie de palimpsesto en las que descuellan dos rasgos que claramente translucen un influjo y un tributo al reverendo Charles Dogson (1832-1898), legendario fotógrafo de niñas, con cuyo pseudónimo de Lewis Carroll publicó en inglés dos obras inmortales: Alicia en el país de las maravillas (1865) y Al otro lado del espejo (1871) —la rudimentaria edición conjunta en “Sepan cuantos...” (sucesivamente reeditada), además de los grabados de John Tenniel, incluye un espléndido prólogo de Sergio Pitol que ni chicos ni grandes deben perderse—.

(Porrúa, 1ra. ed., México, 1972)
     
El reverendo Charles Dodgson (Lewis Carroll) en 1857
        Es decir, la niña Frida, a los seis años, espejeándose en la ventana de su habitación en la Casa Azul de Coyoacán, sopla vaho sobre el vidrio, dibuja con su pequeño dedo una puertita y con la imaginación la atraviesa y accede a un cúmulo de maravillosas aventuras; un orbe imaginario, fantástico, onírico y premonitorio al que va (y viene) cuando quiere.

Frida con su osito y un martillo
Foto de Guillermo Kahlo
       Andando en ese otro lado del cristal y luego de recorrer cierta distancia en una silla de ruedas que de pronto descubre por allí, llega hasta una fachada donde cuelga un letrero que dice “Las dos Fridas”. Y como toca y nadie le abre y mira en la puerta “un agujerito redondo como claraboya de barco. Usando de nuevo su imaginación se volvió diminuta y delgadísima para colarse por ese agujerito. Y entonces, sin esperárselo, cayó y cayó hasta el interior de la tierra. Mientras caía se sintió una pequeña gota de color radiante que buscaba ir a dar al centro de un dibujo.”

Después de aterrizar y andar en tal sitio, la niña Frida encuentra a una escuincla “exactamente de su edad”, cuyo rostro el pequeño lector o la pequeña lectora seguramente visualizará idéntico al rostro de la niña Frida, es decir, a todas luces se trata de “la otra Frida”.
El caso es que la niña Frida se aficiona a las visitas que le hace a su “hermana gemela”. Y luego de bailar, de jugar, de cuchichear y “de gozar las piruetas que hacía su amiga como si ella misma las estuviera haciendo, la pequeña Frida volaba de vuelta a su cuarto, cruzaba el llano ya sin esfuerzo y llegaba hasta la puertita que había dibujado en la ventana. Después de atravesarla deslizaba su mano sobre el cristal y la puertita desaparecía. Se iba entonces al último rincón del patio y se sentaba bajo un árbol a reír y gritar de gusto, feliz con su secreto.”
Frida a los cuatro años
Foto de Guillermo Kahlo
      La verdad es que además de cierto anticapitalismo y la pizca de elemental comunismo ortodoxo en algunos cuadros, hay demasiado dolor, mucho martirio, y truculentos, tétricos, macabros y terribles dramas en la vida y en las pinturas de Frida Kahlo. No obstante, también hay cierta verdad en el noble y poético final con que Carmen Leñero cierra su cuento:

“Hoy la vemos viva en sus retratos, que viajan por todo el mundo igual que pájaros fantásticos. Su rostro pensativo está en la memoria de muchas personas. Y todos guardan en su alma esta historia fabulosa pero verídica, como un secreto feliz.”

Frida Kahlo y Diego Rivera


Carmen Leñero, La niñez... de Frida Kahlo. Viñetas y diseño gráfico en color de Camila Mesquita. Callis Editora. São Paulo, 2003. 24 pp.









martes, 30 de abril de 2013

Uno soñaba que era rey



Quinientos pasteles nomás para él

En México, generaciones y generaciones de niños y ex niños no ignoran y canturrean de memoria los versos de la celebérrima canción “Cochinitos dormilones” del intérprete y compositor infantil Francisco Gabilondo Soler Cri-Cri (1907-1990), esa que inicia cantando: 


          Los cochinitos ya están en la cama
          ¡muchos besitos les dio su mamá
          y calientitos todos en pijama
         dentro de un rato los tres roncarán! 

          ¡Uno soñaba que era rey

          y de momento quiso un pastel
          su gran ministro hizo traer
          quinientos pasteles nomás para él!

          ¡Otro soñaba que en el mar
           En una lancha iba a remar
           mas de repente, al embarcar,
           se cayó de la cama y se puso a llorar!

           Los cochinitos ya están en la cama
           !muchos bestias les dio su mamá...

            ¡El más pequeño de los tres
            un cochinito lindo y cortés
            ése soñaba con trabajar
            para ayudar a su pobre mamá!

           ¡Y así, soñando, sin despertar,
           los cochinitos pueden jugar;
           ronca que ronca y vuelve a roncar
           al País de los Sueños se van a pasear!
             



Francisco Gabilondo Soler y Cri-Cri, El grillito cantor
           
Ilustración de Fabricio Vanden Broeck ex profesa para el cancionero
¿Yquién es ese señor?
Antología ilustrada de un grillito fabulista y cantador
 (2000)
   
¿Y quién es ese señor?
Antología ilustrada de un grillito fabulista y cantador
 (CONACULTA/IVEC, 2010)
70 canciones de Cri-Cri. Ilustraciones a color de 33 artistas.
Prólogos de Susana Ríos Szalay, Esther Hernández Palacios y Emilio Carballido.
Textos y selección de canciones de Elisa Ramírez.
Semblanza biográfica de El grillito cantor de Tiburcio Gabilondo Gallegos.


       Pues bien, el prolífico articulista y narrador Enrique Serna (México, enero 11 de 1959) hizo suyo uno de tales versos y tituló Uno soñaba que era rey a una de sus novelas, cuya primera edición apareció, en 1989, en la Colección Platino de Plaza y Valdés Editores, la cual escribiera después de El ocaso de una dama, libro con el que obtuvo, en 1986, el Premio de Novela de Ciudad del Carmen, Campeche.


(Plaza y Valdés, México, 1989)
          Radio Familiar, una típica estación populachera y comercial del cuadrante radiofónico defeño, lanza el mercantilista Día del Niño (abril 30 de 1984) una convocatoria para premiar el sacrosanto y rimbombante acto heroico de un escuincle, al cual se le otorgará, durante la tradicional y patriotera conmemoración de los Niños Héroes de Chapultepec, un millón de pesotes, una beca para realizar estudios (incluso de postgrado) y un viaje para recibir la bendición del Papa, allá en Roma, en la mera Basílica de San Pedro.
       Tal colorido y vulgar concurso (que en realidad es un parapeto fraudulento pertrechado para publicitar y catapultar el narcisismo del jurado y los intereses mercantiles y mafiosos de la empresa con la recurrente máscara y maquillaje de “benefactores cristianos”) es el núcleo medular de Uno soñaba que era rey, cáustica novela donde Enrique Serna engarza y hace coincidir una serie de anécdotas que dan cuenta de la fétida moral burguesa con que comulga cierta élite del país mexicano; del collage y el pastiche de la herencia histórica expresada en creencias, usos, costumbres, tradiciones y roles cotidianos; de las paradojas y contradicciones del supuesto “liberalismo” y de la supuesta “democracia” en que por entonces descansan las instituciones económicas y políticas y la estructura del poder encabezado por el todopoderoso PRI (Partido Revolucionario Institucional); de la pseudocultura y la estandarización del gusto y la mentalidad que imponen los populacheros mass media; del bestial consumo masivo de productos chatarra; del subdesarrollo y atraso socioeconómico; del creciente agringamiento de la idiosincrasia del mexicano; y del folclor abigarrado que entonces vive y padece la corrompida y violenta Ciudad de México, ya en el ocaso del siglo XX.





Enrique Serna
          En Uno soñaba que era rey, Enrique Serna escribe con habilidad sobre un contexto urbano consabido e hipertrillado. Posee un amplio poder de registros sociológicos y psicológicos que le permiten recrear paradigmas sociales y estereotipos individuales, reconocibles en los miasmas y síndromes de la mega metrópoli. 
          Sin embargo, no es un simple camarógrafo, ni un sencillo transcriptor y analista de la psique individual y colectiva. Al desarrollar la historia clínica, íntima y consanguínea del que deviene la inmoralidad compleja y antagónica de sus personajes, escancia y urde su particular perspectiva a través de un montaje y de un tono humorístico y socarrón que denotan e implican al crítico y al escéptico. Curiosamente uno de sus libros (antología de artículos y ensayos publicados entre 1987 y 1996) se titula Las caricaturas me hacen llorar (Joaquín Mortiz, 1996).



(Joaquín Mortiz, México, 1996)
         De tal modo, es decir, burlándose y cuestionando todo el tiempo, ensambla la auscultación escatológica y dramática que configuran la pluralidad de sucesos y voces que conforman Uno soñaba que era rey.
       En su urdimbre y polifonía, cuya catarsis excrementicia son dos asesinatos perpetrados por manos infantiles antagónicas (un pirrurris de familia adinerada e influyente y un expósito de la calle y la alcantarilla), tienen cabida transcripciones de anuncios radiofónicos, peroratas de locutores, monólogos, páginas de diario personal, sueños, fantaseos, delirios, transas, pasones, vulgarismos y modismos prosódicos y coloquiales, diálogos, parodias de rodaje y de guión cinematográfico y televisivo, columnas paralelas que indican la forma en que ocurren dos circunstancias simultáneas y distantes, e incluso onomatopeyas extirpadas del cómic, todo ello a imagen y semejanza de un artificio que refleja distintos modos de hablar y parlotear, y por ende comprime y contrasta diferentes niveles y estratos culturales, sociales y morales de una ciudad decadente, esquizofrénica y podrida, que en medio del empantanamiento de su drama pela los dientes y se ríe y burla de sí misma.



Enrique Serna, Uno soñaba que era rey. Colección Platino, Plaza y Valdés. México, noviembre de 1989. 318 pp.



Enlace a Cochinitos dormilones, canción infantil de Francisco Gabilondo Soler Cri-Cri: http://www.youtube.com/watch?v=Hv4MQcbHx4k

Enlace a Chon Ki Fu, canción infantil de Francisco Gabilondo Soler Cri-Cri: http://www.youtube.com/watch?v=YSqRyeHZ32A

Enlace a El chivo ciclista, canción de Cri-Cri: http://www.youtube.com/watch?v=F4J-6o4b3og

Enlace a La jota de la jota, canción de Cri-Cri: http://www.youtube.com/watch?v=q2jugaikEu4

Enlace a Che Araña, canción de Cri-Cri bailda por Al Pacino: http://www.youtube.com/watch?v=lMJuLq9MhYI

Enlace a Negrito Sandía, canción de Cri-Cri: http://www.youtube.com/watch?v=_TW-wU485oA

Enlace a Negrita Cucurumbé, canción de Cri-Cri: http://www.youtube.com/watch?v=4Ng9iSkMl3s

Enlace a Cochinitos dormilones, con animación de Walt Disney: http://www.youtube.com/watch?v=MhxoDonN5Jk

lunes, 29 de abril de 2013

Los dos ruiseñores



Piripi pipiripando

En 1878 el cubano José Martí (1853-1895) tuvo un hijo: José Francisco, nada menos que el muso inspirador de su poemario Ismaelillo (1882). En el fragmento inicial de la dedicatoria a su vástago, José Martí expresa su aversión ante las injusticias sociales e históricas, pero también el gran sentido ético, idealista y humanitario que lo distinguió: “Hijo: Espantado de todo, me refugio en ti. Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti.” 
José Martí con su esposa Carmen Zayas Bazán y su hijo José Francisco
  José Martí publicó Ismaelillo en Nueva York, su base de operaciones durante buena parte de los últimos catorce años de su vida; allí mismo fundó La Edad de Oro, revista “de recreo e instrucción dedicada a los niños de América”, que la pensó mensual, pero que sólo logró cuatro números correspondientes a los meses de julio a octubre de 1889. En esas páginas José Martí publicó diversos textos escritos o adaptados por él; por ejemplo, los poemas “Los dos príncipes” y “Los zapatitos de rosa”, y los cuentos “Bebé y el señor don Pomposo”, “Nené traviesa” y “La muñeca negra”. 
(FCE, México, 1992)
  Los cuatro números de la revista La Edad de Oro se publicaron por primera vez en forma de libro en 1905, en Italia, a través de la Casa Editrice Nazionale, de Roma-Turín. Desde entonces han aparecido diversas reediciones en distintos países. Incluso hay una que data de 1942, impresa en México por la SEP. Para tener una idea de lo que fue la revista La Edad de Oro, el curioso lector de ahora (niño, adulto o anciano) puede recurrir, si quiere, a la “Edición crítica, anotada y prologada por Roberto Fernández Rematar”, que el Fondo de Cultura Económica publicó, en 1992, en la colección Tierra Firme.



Una niña y Hans Christian Andersen
       “Los dos ruiseñores”, “(Versión libre de un cuento de Andersen)”, es uno de los cuentos que se leen en la parte correspondiente al número cuatro de La Edad de Oro. “Los dos ruiseñores” parece la transcripción de un cuento popular, fantástico, retomado de alguna vertiente oral, europea o latinoamericana, pero como lo indica el citado subtítulo de José Martí y la nota de Fernández Retamar: “Se trata de ‘El ruiseñor’, del danés Hans Christian Andersen (1805-1875)”; no obstante, a todas luces retocado por José Martí. La anécdota de “Los dos ruiseñores” se remonta a la legendaria y milenaria China, esa que desde Las mil y una noches habita, de mil y un modos, más de mil y una tradiciones habidas y por haber. Uno de los personajes es el emperador, rodeado, como suele ocurrir, por la maquiavélica cohorte de demiurgos menores, en este caso: los mandarines, que a los chinos del pueblo les dicen: “¡Puh!” o “¡Pih!””, mirándolos de arriba abajo; pero ante el emperador ninguno dice ni hace nada de esto, sino que más rápidos que un rayo láser se postran de hinojos o gritan: “¡Tsing-pé! ¡Tsing-pé!”, y dan vueltas alrededor de él danzando con los brazos abiertos como si el emperador fuera un tótem vivo, con ojos de almendra, corona y espada.

 


José Martí
       José Martí, humanista y educador, no dejó de imprimir sus convicciones independentistas. Al hablar de la monarquía que impera en China, dice transmutado en voz narrativa: “y no se gobiernan por sí, como hacen los pueblos de hombres”. Sin embargo, los chinos viven contentos con su monarca porque es un chino como ellos y no un violento conquistador que devore su comida, dicen, los trate como perros y los mande al otro mundo sólo porque quieren alimentarse y pensar por sí mismos. El emperador chino, además, es un filántropo. A imagen y semejanza de Harún al-Rashid, ciertas noches se disfraza y entre los chinos pobres reparte sacos de arroz y pescado seco; habla con los viejos y con los niños; les lee cosas de Confucio, como aquello de que los flojos son “peor que el veneno de las culebras”. Hace fiestas gratis en las que se oyen “las historias de las batallas y los cuentos hermosos de los poetas”. E incluso “abrió escuelas de pintura y bordados, y de tallar la madera”. 

  Así, cuando los tártaros invadieron el territorio, el emperador montó su caballo y se lanzó a la batalla como un soldado más. Montado en el caballo comía, dormía y bebía su vino de arroz, y no se bajó del caballo “hasta que no echó al último tártaro de su tierra”, precisamente como lo estaba haciendo José Martí poco antes de marchar por siempre jamás al más allá, pues el propio Martí, reza la leyenda, dejó “notas presurosas escritas sobre la montura del caballo o en las noches de campamento”. Resulta lógico, entonces, que una vez exterminada la pestífera plaga de tártaros, el emperador enviara hacia todos los pueblos un conjunto de pregoneros con largas trompetas y unos clérigos que iban recitando con voz martiana: “¡Cuando no hay libertad en la tierra, todo el mundo debe salir a buscarla a caballo!”
     El emperador chino, pese a su bondad, tiene sus defectos, regla infalible que distingue a los hombres de carne y hueso, más aún cuando se trata de un monarca que habla para que todo lo que diga se cumpla de inmediato y sin chistar. Por ejemplo, manda a la cárcel a quien gasta mucho en sus vestiduras. Dado que le gusta la sopa de nidos de pájaros, muchas golondrinas se quedan sin ellos. A veces monologa con un frasco de vino de arroz, hasta que se queda tirado en el suelo y con las ropas manchadas. Pero esto lo hace sólo cuando entristece, que es cuando los hombres se desprecian y dicen mentiras.
      Hasta la China de entonces viajaban hombres que luego escribían libros de muchas páginas sobre las mil y una maravillas de por allá, como el palacio del emperador, en cuyos jardines había naranjos enanos, peces nunca vistos, y “unos rosales con rosas rojas y negras, que tenían cada una su campanilla de plata, y daban a la vez música y olor”. Pero la cosa más atractiva y maravillosa de todas, según los libros, era un ruiseñor cuyo canto hechizaba a quien lo oía. 
Cierta vez, el emperador, leyendo uno de estos libros, descubrió que él no conocía ni había oído al celebérrimo pájaro de los mil y un cantos. “¡Parece que en los libros se aprende algo!”, se dijo. Y ordenó a sus mandarines que buscaran y trajeran al ruiseñor: esa noche lo quería oír. Los muy ignorantes tampoco sabían del ave cantadora, pero tenían que encontrarla, si es que querían evitar que el emperador caminara sobre sus cabezas. Sólo una cocinerita del palacio sabía del pájaro. Lo había oído al cruzar el bosque cuando regresaba de ver a su mamá, a la que le llevaba las sobras de la mesa del emperador. El mandarín principal le pidió a la chinita cocinera que los llevara al árbol del ruiseñor, y de premio le concedería “el privilegio de ver comer al emperador”. 
La niña María Mantilla y José Martí
(Nueva York)
    El ruiseñor, que sabe hablar (tal y como lo saben hacer muchos de los animales que viven en las fábulas), acepta dar un concierto en palacio. La corte se viste con gran pompa. Y para el sencillo y diminuto ruiseñor, en el centro de la sala, le colocaron un paral de oro. Cuando cantó “a la cocinerita le dieron permiso para que se quedase en la puerta”. Todos los chinos y chinas se conmovieron hasta las lágrimas; y el emperador mismo quiso colocarle su chinela de oro, pero el ruiseñor, modesto, “metió el pico en la pluma del pecho” y con su cantó dijo: “No necesito la chinela de oro, ni el botón colorado, ni el birrete negro, porque ya tengo el premio más grande, que es hacer llorar a un emperador.” Maravilladas, las mujeres chinas hacían gárgaras y gorgoritos tratando de imitarlo. Y a los chinitos bebés que nacían los bautizaban “Ruiseñor”, “pero ninguno cantó nunca una nota”. 
      Un día, un Maquiavelo envió un ruiseñor de metal. Su caja era de oro y “por plumas tenía zafiros, diamantes y rubíes”. Un letrero decía: “¡El ruiseñor del emperador de China es un aprendiz, junto al del emperador del Japón!” Al pájaro de metal le daban cuerda y cantaba un vals. La corte dispuso que los dos pájaros cantaran (una especie de duelo para que ver quién era el más fufurufu). “El vivo cantaba como le nacía del corazón, sincero y libre, y el artificial cantaba a compás, y no salía del vals.” El pájaro mecánico cantó 33 veces seguidas; así, no advirtieron cuando el vivo se escapó. Inducidos por el maestro de música, los chinos decidieron que el artificial era mejor, porque con los cantos imprevistos del otro quezque no se podían enseñar al pueblo las reglas de la música, pero con el mecánico dizque sí. Y esto se hizo, mientras que el ruiseñor vivo, a imagen y semejanza de un bicho piojoso, fue desterrado del imperio por el mismo emperador.
        El ruiseñor mecánico recibió el título de “cantor de alcoba y pájaro continental, que mueve la cola como el emperador se la manda mover”. 
Y llegaron los días, para beneplácito del maestro de música, en que todos los chinos, desde los muy niños hasta los muy viejos, se sabían de memoria el vals del pájaro mecánico: lo repetían en todos los instantes. Eran, precisamente, como los “lechones flacos, con la cola de tirabuzón y las orejas caídas”, que todo se “aprenden de memoria sin preguntar por qué”, y que según Confucio, decía el emperador, “van donde el porquero les dice que vayan, comiendo y gruñendo”. 
Sin embargo, un día en que el emperador escuchaba embelesado el canto de siempre del ruiseñor mecánico, que le salta un resorte y se terminó la música. El médico no pudo hacer nada; sólo el relojero, pero con la salvedad de que el ave de metal solamente podría cantar una vez al año. El maestro de música hizo un berrinche, insultó y lanzó rayos y centellas, pero no tuvo más remedio que resignarse a la suerte del pájaro.
       Pasaron cinco años y el emperador estaba por morir. Vino la Muerte y se sentó sobre él, ya con la corona del emperador sobre su cabeza y con la bandera y la espada de su mando entre las garras. El emperador veía que lo rondaban “cabezas raras, bellas unas y como con luz, otras feas y de color de fuego”. Eran sus buenas y malas acciones que venían a recordarle el peso de sus actos. El emperador, angustiado, para olvidarse de sus culpas, quería, por lo menos, que tocaran la tambora mandarina, ya que el pájaro mecánico estaba inservible junto a él. El emperador chino no tardaría en dar su último suspiro, pero en ese instante se empezó a oír el canto del ruiseñor vivo. Le habían dicho que el emperador estaba en las últimas, y él había venido volando “a cantarle de fe y esperanza”. Con su música disipó las sombras que lo rondaban. La Muerte, con sus ojos huecos y fríos, también lo oía. Por un canto le dio al emperador la corona de oro, por otro la espada de mando y la bandera por uno más. El ave cantó sobre “la hermosura del campo santo”, y la Muerte, fascinada con esas palabras-espejo, se marchó a sus dominios a mirar tales cosas.
En su libro La niña de Nueva York:
una revisión de la vida erótica de José Martí
 (FCE, México, 1989)
José Miguel Oviedo argumenta que María Mantilla era hija del apóstol cubano
   Así, el ruiseñor, un pájaro celeste, revivió a quien lo había desterrado, un notable emperador chino, bondadoso, que sin embargo ignora cosas y tiene sus defectos. El emperador será casi un vidente, un monarca con mejores cualidades para gobernar, pues el ruiseñor le promete que la cantará “de los malos y de los buenos, y de los que gozan y de los que sufren”. Y esto es un pacto secreto, pues el ave, pensando en la plaga de Maquiavelos, le pide: “¡No digas que tienes un pájaro amigo que te lo cuenta todo, porque le envenenarán el aire al pájaro!”.



José Martí, “Los dos ruiseñores”, en La Edad de Oro, edición crítica, anotada y prologada por Roberto Fernández Retamar. Colección Tierra Firme, FCE. México, 1992. 248 pp.






Enlace a Yo soy un hombre sincero, versos de José Martí; música y voz de Pablo Milanés: http://www.youtube.com/watch?v=WMG25yQa--o

Enlace a Vierte corazón tu pena, versos de José Martí; música y voz de Pablo Milanés: http://www.youtube.com/watch?v=9qtleWbAjB0

Enlace a Amor de ciudad grande, versos de José Martí; música y voz de Pablo Milanés: http://www.youtube.com/watch?v=LCt1sT04Yj4