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miércoles, 20 de julio de 2016

Colección de arena



El libro de los mil y un granos de arena


El escritor italiano Italo Calvino nació el 15 de octubre de 1923 en Santiago de Cuba. Su madre, Evelina Mameli, era profesora de botánica de origen sardo, y su padre, Mario Calvino, era agrónomo y botánico de origen ligur. Pero como sus padres se trasladaron a San Remo, Italia, a dirigir “una estación experimental de floricultura”, Italo Calvino vivió entre los dos y los veinte años de edad en tal lugar, donde recibió “una educación primordialmente laica y mazziniana”. Dada su envergadura y celebridad como narrador, ensayista e intelectual, Italo Calvino, el 6 de junio de 1984, fue invitado por la Universidad de Harvard para dictar la cátedra Norton Lectures o Charles Eliot Norton Poetry Lectures, misma que cubriría con seis conferencias durante el ciclo académico 1985-1986. “Las Charles Eliot Norton Poetry Lectures, que se iniciaron en 1926 [apunta Esther Calvino], fueron confiadas a personalidades como T.S. Eliot, Igor Stravinsky, Jorge Luis Borges, Northrop Frye, Octavio Paz. Era la primera vez que se invitaba a un escritor italiano.” Sin embargo, Italo Calvino no pudo darlas, puesto que el 6 de septiembre de 1985 “tuvo que ser ingresado en el hospital Santa María della Escala de Siena, donde falleció de hemorragia cerebral en la madrugada del día 19 de dicho mes”. 
Italo Calvino con su hija Giovanna y su mujer Esther
Festival de Cine de Venecia (1981)
    No obstante, bajo el título Seis propuestas para el próximo milenio (Siruela, Madrid, 1989), Esther Calvino, a partir de los manuscritos del autor (redactados en italiano y con el título general en inglés: Six Memos for the Next Millennium), hizo publicar las cinco conferencias que hasta entonces Italo Calvino había concluido, cuyos rótulos aluden “(algunos) valores literarios que deberían conservarse en el próximo milenio”: “Levedad”, “Rapidez”, “Exactitud”, “Visibilidad” y “Multiplicidad”.
Aura Bernárdez y Julio Cortázar
  Aurora Bernárdez, una de las célebres mujeres de Julio Cortázar, fue quien tradujo al castellano tal libro, así como el título Colección de arena (Siruela, Madrid, 1998), de Italo Calvino, cuya primera edición en italiano data de 1984, el año que fue invitado a Harvard. Colección de arena reúne una serie de reseñas, notas y ensayos editados en la prensa (la mayoría) que constituyen una especie de bitácora o diario de viaje, cuyas páginas puntualizan a Italo Calvino como un voraz y ferviente viajero y conocedor de la cultura del orbe, signado por su ámbito, lengua e idiosincrasia italiana, por su erudición literaria, visual e histórica (incluida la del arte), por su excelencia narrativa, y por su intuición y sensibilidad estética-poética-filosófica. Pero aunque se trata del registro de vivencias y experiencias individuales contadas en primera persona, no es un egocéntrico ni un ególatra ni un egotista a ultranza; no relata cuestiones íntimas o privadas, ni anécdotas o secretos autobiográficos, sino que en calidad de paseante solitario se concentra, reflexiona y narra (y a veces se interroga) alrededor de su objetivo, que puede ser el bosquejo de una exposición en un museo parisino, el argumento y/o las imágenes de un libro, ciertas ruinas arqueológicas, detalles arquitectónicos o pictóricos, un viaje interior a bordo de un tren japonés, algunos paseos por los jardines imperiales de Kioto, ante el milenario Árbol del Tule y los vestigios mayas de Palenque, o dentro de las mezquitas y de los templos zoroástricos de Irán, por decir algo. 
En la portada: el dibujante, uno de Los tres Droz
(Siruela, Madrid, 1998)
   Colección de arena se divide en cuatro capítulos. El primero: “Exposiciones-exploraciones”, incluye diez textos. El segundo: “El rayo de la mirada”, incluye ocho textos. El tercero: “Exploración de lo fantástico”, cinco textos. Y el cuarto: “La forma del tiempo”, comprende tres secciones: “Japón”, nueve textos; “México”, tres textos; e “Irán”, tres textos. En Colección de arena, además de que al término de cada escrito de los capítulos I, II y III figura el año de su redacción, al inicio del conjunto hay una nota donde más o menos se precisa el medio y el lapso en que fueron escritos o se dieron a conocer: 
  “Los textos incluidos en las partes I, II y III aparecieron todos en el diario La Repubblica entre 1980 y 1984, con excepción de los siguientes: ‘Colección de arena’, en el Corriere della Sera, 25 de junio de 1974; ‘Qué nuevo era el Mundo Nuevo’, comentario hablado para una transmisión de la RAI-TV, diciembre de 1976; ‘La enciclopedia de un visionario’, en FMR, núm. 1, marzo de 1982. 
  “La parte IV, ‘La forma del tiempo’, comprende páginas sobre Japón y sobre México, de 1976, en parte publicadas en el Corriere della Sera, y en parte inéditas, y páginas sobre Irán, inéditas, de los apuntes de un viaje hecho en 1975.”
  En los artículos de la primera parte de Colección de arena, Italo Calvino reseña sus visitas a singulares exposiciones efectuadas en museos de París. En el primer texto, homónimo del libro, refiere una muestra de colecciones raras. Allí, al aludir “un cajón con tapa de vidrio, lleno de simples carpetas de cartón atadas con cintas, en cada una de las cuales” la femenina mano de Annette Messager rótulo títulos como “Los hombres que me gustan, Los hombres que no me gustan, Las mujeres que admiro, Mis celos, Mis gastos diarios, Mi moda, Mis dibujos infantiles, Mis castillos, e inclusive Los papeles que envolvían las naranjas que comí”; cita, además, unas palabras de ella que, para el caso, semejan una declaración de principios del propio Italo Calvino, lo que implica una óptica cognoscitiva mucho más profunda: 
Italo Calvino
(Nueva York, 1959)
  “Trato de poseer, de adueñarme de la vida y los acontecimientos de que me entero. Durante todo el día hojeo, recojo, ordeno, clasifico, selecciono y lo reduzco todo a la forma de álbumes de colección. Estas colecciones se convierten así en mi vida ilustrada”.
  “Los propios días [comenta el autor], minuto por minuto, pensamiento por pensamiento, reducidos a colección: la vida triturada en un polvillo de corpúsculos: una vez más, la arena.
  “Vuelvo sobre mis pasos, hacia la vitrina de la colección de arena. El verdadero diario secreto que hay que descifrar está aquí, entre estas muestras de playas y de desiertos bajo vidrio.”
   Esto último lo dice Italo Calvino porque en esa exposición de colecciones raras donde se vieron, por ejemplo, “colecciones de cencerros de vaca, juegos de lotería, cápsulas de botella, silbatos de terracota, billetes ferroviarios, trompos, envolturas de rollos de papel higiénico, distintivos colaboracionistas de la Ocupación, ranas embalsamadas, [...] máscaras antigás”, alguien, una mujer, presentó una colección de frasquitos con arena recogida en distintos y distantes puntos del globo terráqueo. 
Italo Calvino y Jorge Luis Borges
(Roma, 1983)
   Borges, el personaje homónimo de “El libro de arena” —cuento que abre El libro de arena (Emecé, Buenos Aires, 1975)— recuerda “haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque”. Así, decide esconder el libro infinito, el libro monstruo, en uno de los anaqueles de la Biblioteca Nacional, es decir, difuminado entre sus “novecientos mil libros”. En este sentido, si a simple vista no hay mucha diferencia cromática y combinatoria entre la arena de los diversos frasquitos y si cada texto de la Colección de Calvino semeja un reloj de arena con el tiempo congelado y el conjunto una serie de dobles bulbos de cristal en monturas de madera que comprimen, cada uno, mil y un minúsculos granos minuciosamente elegidos durante sus recorridos de paseante solitario por museos, libros, cuadros, dibujos, jardines, meditaciones poéticas y filosóficas, calles, episodios históricos, edificios antiguos, lecturas iconográficas, etcétera, todo indica que el solitario y silencioso paseo interior por cada página de arena es el único modo de intentar descifrar el secreto, el trasfondo y lo esencial que cifra la escritura y el orden de los capítulos de este diario de viaje escrito con las formas, las transfiguraciones y la sustancia del tiempo. 
    “Descifrando así el diario de la melancólica (¿o feliz?) coleccionista de arena [anota Italo Calvino], he llegado a preguntarme qué hay escrito en esa arena de palabras escritas que he alineado en mi vida, esa arena que ahora me parece tan lejos de las playas y de los desiertos del vivir. Quizá escrutando la arena como arena, las palabras como palabras, podamos acercarnos a entender cómo y en qué medida el mundo triturado y erosionado puede todavía encontrar en ellas fundamento y modelo.”
     En “El templo de madera”, una de sus notas sobre su paseo interior entre los imperiales jardines-poemas y las antiguas construcciones de madera de Kioto, dice: “En la visita de los edificios pluriseculares de Kioto, el cicerone indica cada cuántos años se procede a sustituir este o aquel pedazo de la construcción: la caducidad de las partes realza la Antigüedad del conjunto. Surgen y caen las dinastías, las vidas humanas, las fibras de los troncos; lo que perdura es la forma del edificio, y no importa si cada pedazo de su soporte material se ha quitado o cambiado innumerables veces, y si los más recientes huelen a madera apenas talada. Así el jardín continúa siendo el jardín diseñado hace quinientos años por un arquitecto poeta, aunque cada planta siga el curso de las estaciones, de las lluvias, del hielo, del viento; así los versos de un poema permanecen en el tiempo mientras el papel de las páginas en las cuales será sucesivamente transcrito se convierte en polvo.”
    Casi sobra decir que con las páginas de Colección de arena ya ha sucedido y está sucediendo algo semejante, puesto que en la presente transcripción y traducción al castellano sólo circula y late la esencia, el efluvio linfático e inefable de las experiencias estéticas-poéticas-y-cognoscitivas de Italo Calvino. Así, habrá que recorrer su paseo y lectura histórica y literaria de los casi inaccesibles bajorrelieves de la antigua Columna Trajana, en Roma; los trasfondos iconográficos e históricos que pergeña a partir de las imágenes de La libertad guiando al pueblo, pintura de Delacroix que pertenece al Louvre; la reseña de las minucias y láminas del Codex Seraphinianus, raro y fantástico libro de Luigi Serafini editado por Franco Maria Ricci; el relato de la exposición sobre “Las maravillas de la crónica negra” vista en el parisino Museo de Arte y Tradiciones Populares; la crónica de la muestra de “Dibujos de escritores franceses del siglo XIX” montada en la Maison de Balzac, en París; el relato de su evocación escrita tras el accidente automovilístico que borró del mapa a Roland Barthes; el relato de “Las aventuras de tres relojeros y de tres autómatas” (construidos en el siglo XVIII en Neuchâtel), sugerido por su lectura de “un insólito volumen iconográfico” editado por Franco Maria Ricci: Androidi, le meraviglie meccaniche dei celebri Jaquet-Droz, con textos de Roland Carrera y Dominique Loiseau, y por una visita al Museo de Neuchâtel, Suiza, donde con “un minucioso trabajo de restauración mecánica” se exhiben Los tres Droz: el escribiente, el dibujante y la clavecinista; y etcétera, etcétera, etcétera.


El escribiente y El dibujante, dos de los tres autómatas
construidos entre 1773-1774 por Pierre-Jaquet-Droz (1722-1790)
y su hijo Henri-Louis Droz (1752-1791)
y su hijo adoptivo Jean-Frédéric Leschot (1746-1824)


Museo de Arte e Historia de Neuchâtel, Suiza


Italo Calvino, Colección de arena. Traducción del italiano al español de Aurora Bernárdez. Iconografía en Blanco y negro. Serie Los libros del tiempo (97),  Ediciones Siruela. Madrid, 1998. 256 pp.

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Enlace a un corto donde se ve en acción al escribiente, uno de Los tres Droz: http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=ux2KW20nqHU
Enlace a un corto donde se ven Los tres Droz:
http://www.youtube.com/watch?v=u8u93VQfHmw&feature=related
Enlace a un corto sobre Los tres Droz:
http://www.youtube.com/watch?v=WofWNcMHcl0&feature=related
         




martes, 1 de enero de 2013

Si una noche de invierno un viajero



Entre los libros que hace mucho tienes programado leer

Silas Flannery, un novelista que figura entre los personajes de Si una noche de invierno un viajero (1979) —novela de Italo Calvino (1923-1985) traducida del italiano al español por Esther Benítez— anota lo siguiente en una página de su diario: “La fascinación novelesca que se da en estado puro en las primeras frases del primer capítulo de muchísimas novelas no tarda en perderse al continuar la narración: es la promesa de un tiempo de lectura que se extiende ante nosotros y que puede acoger todos los desarrollos posibles. Quisiera escribir un libro que fuera sólo un incipit, que mantuviese en toda su duración la potencialidad del inicio, la espera aún sin objeto. Pero ¿cómo podría estar construido semejante libro? ¿Se interrumpiría después del primer párrafo? ¿Prolongaría indefinidamente los preliminares? ¿Ensamblaría un comienzo de narración con otro, como las Mil y Una Noches?” 
Italo Calvino
Tales reflexiones y tales interrogantes no son más que un breve fragmento que conlleva ciertas coincidencias entre lo que pensaba Italo Calvino y lo que le atribuyó a su personaje novelista. Silas Flannery, a imagen y semejanza de su autor (el Deus ex machina), supone que “el libro no debería ser sino el equivalente del mundo no escrito traducido a escritura”; y cuando proyecta escribir una novela constituida por comienzos de novelas, su bosquejo resulta casi idéntico a la obra de Italo Calvino donde éste mismo se encuentra referido y escrito.
Si una noche de invierno un viajero es una novela dispuesta del siguiente modo: entre doce capítulos numerados con romanos se hallan intercalados diez capítulos con título, que son los comienzos de novelas interrumpidas y que pueden funcionar como relatos independientes entre sí.
(Siruela, 3ra. edición, Madrid, 2000)
       En los numerados con romanos el autor desglosa un alter ego: una voz narrativa a la que denomina “yo”, capaz de hablar del propio Italo Calvino en tercera persona, la cual vislumbra y acuña un arquetipo de lector al que denomina “Lector” y al que trata y conduce en segunda persona, y cuyas vicisitudes al perseguir la continuación de las novelas interrumpidas tienen como meollo no sólo satisfacer la curiosidad y el gusto o el vicio de la lectura, sino también la seducción de un arquetipo de lectora llamada Ludmilla.
El invocar la milenaria tradición de Las mil y una noches como modelo de un procedimiento narrativo inmerso en una obra contemporánea, actual, es una manera de hacer presente el pasado; en este sentido, y sobre el desarrollo y las fórmulas narrativas que alientan a Si una noche de invierno un viajero, Carlos Fuentes apuntó en un ensayo publicado en la revista Vuelta (número 109, diciembre de 1985): “Las grandes obras del pasado también son parte del mundo no escrito en el sentido de que siempre esperan ser leídas por primera vez por nuevos lectores y ser escritas de nuevo por nuevos escritores. Si una noche de invierno... es el ejemplo supremo de esta actualización del pasado. Cervantes se hace presente en Calvino mediante las historias interrumpidas o extrapoladas, el diálogo de géneros y la inestabilidad autoral de la novela. Sterne está aquí cuando Calvino eleva la digresión a principio de composición. Y Diderot adquiere plenitud presente mediante el repertorio de opciones ofrecidas por el autor al lector. El pasado, en Calvino, se vuelve novedad. Lo no escrito es también lo no leído: las novelas que esperan se leídas hoy porque, aunque fueron escritas en el pasado, fueron escritas para ser leídas hoy.”
Carlos Fuentes
(foto: Lola Álvarez Bravo)
En el mismo texto, Carlos Fuentes dice con exultación que “Italo Calvino escribió los libros que la mayor parte de los novelistas actuales hubiese querido escribir”; no sorprende, entonces, que con ímpetu celebratorio lo llame desde el título: il’ primo fabulatore
Si una noche de invierno un viajero es un hervidero de cuentos (de varios tipos y tamaños) y de narraciones potenciales; están allí los primeros trazos, las anécdotas propositivas para que otros narradores las desarrollen o las reescriban, incluidos los lectores (“toda lectura reescribe el texto”, Borges dixit). Pero también, siendo un fabulador humorista y paródico, expone varios ángulos reflexivos, lúdicos, morales y sociales, sobre las características implícitas en la condición existencial del lector, del novelista, del libro, de la industria editorial, de la lectura, del lenguaje, todo engarzado en un mundo contradictorio y convulso, donde lo abigarrado, las sectas absurdas, la incoherencia histórica, el espionaje y la pugna por el poder político, intelectual e imaginativo, la ausencia de escrúpulos y el pastiche literario son los matices que definen el hipotético síndrome finisecular. 
Italo Calvino y Jorge Luis Borges
Es inquietante, en consecuencia, que entre el romántico encuentro, rastreo y fascinación que se establece entre los modelos de lectores dispuestos a entregarse y abandonarse a la lectura por la lectura misma, confluyan los trasfondos que representan Silas Flannery y Ermes Marana. Ambos, a imagen y semejanza del “Lector”, han sido trastocados y seducidos por la misma lectora; pero a diferencia de éste, cada uno canaliza y corporifica el eco de un mundo ominoso que ya ha aleteado, más que nada, en la industria del best seller y en los regímenes totalitarios e intolerantes que deciden cuáles son los libros prohibidos y cuáles deben leerse. 
Ermes Marana es un traductor clandestino, subterráneo y escurridizo que fundó la Organización del Poder Apócrifo y de la cual se ha separado; la secta se halla dividida en dos tendencias: unos “están persuadidos de que en medio de los libros falsos que anegan el mundo han de encontrarse los pocos libros portadores de una verdad quizá extrahumana o extraterrestre”; los otros “consideran que sólo la falsificación, la mistificación, la mentira intencionada pueden representar en un libro el valor absoluto, una verdad no contaminada por las pseudoverdades imperantes”. 
Pero si el cometido de Ermes Marana es plagiar e invadir el orbe de libros apócrifos, lo que busca sobremanera es estar presente en la intimidad de los ojos de la obsesiva lectora (“Un libro no es menos íntimo que las manos y los ojos”, Borges dixit). Silas Flannery, al observar a través de un catalejo a una magnética fémina que lee tirada en una tumbona (ignora que es la misma Ludmilla), se ve conmocionado e impedido para continuar escribiendo las novelas que tiene pactadas con editoriales y empresas comerciales (en sus páginas tiene que mencionar sus productos); por lo consiguiente recibe la subrepticia visita de Ermes Marana, quien llega representando a la firma japonesa denominada Organización parar la Producción Electrónica de Obras Literarias Homogeneizadas y le ofrece concluir sus contratos novelísticos mediante un programa computarizado. 
¿Qué ocurriría, si tú, azaroso y desocupado lector de la presente e interrumpida reseña, tienes la novela de Italo Calvino entre “los Libros Que Hace Mucho Tiempo Tienes Programado Leer,” o entre “los Libros Que Buscabas Desde Hace Años Sin Encontrarlos,” o entre “los Libros que Se Refieren A Algo Que Te Interesa En Este Momento,” o entre “los Libros que Quisieras Tener Al Alcance De La Mano Por Si Acaso,” o entre “los Libros Que Podrías Apartar Para Leerlos A Lo Mejor Este Verano,” o entre “los Libros que Te Faltan Para Colocarlos Junto A Otros Libros En Tu Estantería,” o entre “los Libros Que Te Inspiran Una Curiosidad Repentina, Frenética Y No Claramente Justificable,” o entre “los Libros Que Has Fingido Siempre Haber Leído Mientras Que Ya Sería Hora De Que Te Decidieras A Leerlos De Veras...?, pues entonces.... tú sabes...


Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero. Traducción del italiano al español de Esther Benítez. Prólogo del autor. Cronología de César Palma. Ediciones Siruela. 3ª edición. Madrid, 2000. 380 pp.