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miércoles, 1 de abril de 2020

De lágrimas y de santos



La vida no es más que una pirueta en el vacío

Imposible no acercarse a De lágrimas y de santos (1988), libro del filósofo y aforista rumano Emile Michel Cioran (1911-1995), con cierta curiosidad más o menos arqueológica, pues su primera edición en su lengua natal data de 1937.
E.M. Cioran
Foto: Sophie Bassouls
Encargado él mismo de propagar a los cuatro pestíferos vientos, como principio ontológico y gnoseológico, que era hijo de un pope ortodoxo, Cioran había contado que De lágrimas y de santos era (y es) un libro concebido tras una crisis suscitada, en buena medida, por su hábito pernicioso de leer vidas y obras de santos (entrevista de María Dolores Aguilera en Quimera número 30, abril de 1983). 
Quimera núm. 30, Barcelona, abril de 1983
Cuando en 1936 quiso publicar De lágrimas y de santos, un editor rumano se negó a hacerlo argumentado que lo que tenía lo había logrado gracias a Dios, por lo que no podía publicar algo donde a éste le iba tan mal. Por otra parta, en 1937, al estar instalado ya en París y al aparecer en Rumania el libro, su madre le escribió desaprobando el agravio que a ella y a su padre, dado su estatus eclesiástico, les había causado.
      Durante la Segunda Guerra Mundial, Cioran permaneció en París y una de sus placenteras y hedonistas ocupaciones era consumir y degustar los volúmenes de la biblioteca de la iglesia rumana asentada allí. No es difícil suponer, entonces, que mientras realizaba esa herética disección hagiográfica estuviera revisando, depurando y ampliando lo que había escrito en sus anteriores libros rumanos, entre ellos la primera versión de Breviario de podredumbre. Esta apareció en su lengua de origen en 1939; pero sería hasta 1949, después de haberlo reescrito cuatro veces, que el mismo Cioran lo tradujo al francés.
Traducción y ensayo preliminar de Fernando Savater
(Taurus, Madrid, 5ta. reimpresión, 1986)
Al adoptar tal idioma y con tal título, comienza en la Europa occidental (y por ende en América) la propagación y el mito de un autor que se clasificaba a sí mismo como escéptico y desesperado. En consecuencia, el lector del siglo XXI localiza en la versión definitiva de Breviario de podredumbre los fundamentos angulares de su literatura y pensamiento. 
En este sentido, cuando Cioran decía que una de las cosas que le impedía autorizar la traducción de sus obras juveniles escritas en rumano era su “mezcla deplorable de jerga filosófica y lirismo extravagante” y al tener ahora la posibilidad tardía de incursionar (en español) en De lágrimas y de santos, se puede deducir que no sólo era tal intríngulis (o carozo de la mazorca) lo que lo detenía, sino sobre todo que éste, en su calidad embrionaria, azarosa y fragmentaria, está contenido en Breviario de podredumbre. Es decir, no se trata simplemente de tópicos implícitos, sino que en éste hay un desglose más meditado, trabajado y profundizado, de las mismas posturas críticas e irónicas.
(Tusquets, Barcelona, 1988)
Lo que en De lágrimas y de santos resulta somero y aleatorio —sobre la vida, la religión, Dios, la muerte, la música, la santidad, la soledad, la nada, la mística, el éxtasis, la filosofía, las lágrimas, el escepticismo, el conocimiento, la inteligencia, etcétera—, es ahondado a lo largo del Breviario de podredumbre y concretado, en cierta medida, en la parte denominada “La santidad y las muecas de lo absoluto”.
Es así que De lágrimas y de santos es la exhumación de un ejercicio iconoclasta y revulsivo que prefigura libros subsiguientes; por ejemplo, El aciago demiurgo (1969), La tentación de existir (1972) e, incluso, Ese maldito yo (1987). 
(Tusquets, Barcelona, 1987)
Si a estas alturas del milenio es requete consabida la compulsión transgresora de Cioran, cuyo arrojo —(lúdico para unos, corrosivo para otros, inocuo para tantos más) implica y representa la pérdida de la fe, el desencanto, el nihilismo, la desesperanza, la parodia y la cosificación del hombre moderno encerrado en sí mismo y en una visión solipsista del universo y de la historia, De lágrimas y de santos se lee como una serie de repeticiones y variantes de temas neuróticos e insomnes que el rumano ya había abordado hasta la saciedad y el cansancio (la náusea o la esclerosis múltiple), como si fuera un fraile enajenado que se autoflagela sin cesar sobre la supuración de las mismas llagas hasta lograr la lubricidad que desencadene el éxtasis o el goce frenético o paulatino de las lágrimas.
Los fragmentos o aforismos reunidos en De lágrimas y de santos son una exacerbación que reflexiona y filosofa a veces desde una postura sardónica o juguetona: “Un día el mundo, esta vieja chabola, acabará por derrumbarse de una vez. Nadie puede saber de qué manera, pero ello no tiene la menor importancia, pues desde el momento en que todo carece de substancia y la vida no es más que una pirueta en el vacío, ni el comienzo ni el final prueban nada.”
O a través del sofisma de un taxista, enterrador de pueblo o boletero de cine que piensa y punza con un tono concluyente y lapidario; por ejemplo, ante el supuesto “camino de perfección” que ciertos santos siguen por medio del dolor, de la abstinencia, del martirio de la carne y de la autodestrucción: “¿No habría aún suficiente sufrimiento en este mundo? Se diría que no, a juzgar por la complacencia de los santos, expertos en el arte de la auto-flagelación. No existe santidad sin voluptuosidad del sufrimiento y sin un refinamiento sospechoso. La santidad es una perversión inigualable, un vicio del cielo.” (Lo que equivale a decir que no vuela una mosca ni nadie muerde un plátano ni se tira una trompetilla sin que lo sepa Dios).
Si en Breviario de podredumbre, Cioran, refiriéndose a su pasado, decía: “Estimaba yo que ser secretario de una santa constituía la más alta carrera reservada a un mortal”, en De lágrimas y de santos cifró más o menos la misma postura e inmediatez, pero con un matiz lascivo y lúdico: “Por el beso culpable de una santa, aceptaría yo la peste como una bendición.”
E.M. Cioran
La mística es para Cioran una evasión fuera del conocimiento, y el escepticismo un conocimiento sin esperanza. De ahí que si el supuesto anhelo de perfección de los santos lo entiende como una nostalgia y búsqueda del Paraíso, para él la desesperanza y su enfrentamiento y cuestionamiento ante la idea de Dios es la certidumbre de la nada y de la soledad cósmica: “Todo es nada: ésa es la revelación inicial de los conventos. Así comienza la mística. Entre la nada y Dios no hay ni siquiera un paso, pues Dios es la expresión positiva de la nada; “Estar solo, despiadadamente solo, ése es el imperativo al que hay que someterse cueste lo que cueste. El universo es un espacio vacío y las criaturas no existen más que para atestiguar y consolidar nuestro aislamiento. Yo nunca he encontrado a nadie, no he hecho más que tropezar con sombras simiescas.”
Yacer enterrado en el miasma de sí mismo, ser un solitario empedernido en el vacío infinito y una simiesca pero civilizada sombra misántropa (“Detesto a todos los seres. Pero soy extremadamente social”) es la condición dramática de un individuo efímero, egocéntrico e infinitesimal que no espera nada. Sin embargo, a imagen y semejanza de un retorcido y megalómano egotista, se exhibe dueño de una voz, de una melodía y un pensamiento con el poder del sarcasmo, de la mordacidad y del fragmentario artilugio literario, filosófico y moralista.
E.M. Cioran
(1911-1995)
En el plano del placer de la palabra escrita, si Cioran disfruta negando y cuestionando todo lo metafísico y religioso que se le ofrece como verdad hagiográfica o irreductible y única, no extrañe que en De lágrimas y de santos, tanto en Bach, en el órgano y en el instante de la música, como buen sofista, vislumbre un kepleriano grumo divino y evanescente: “La música es la emanación final del universo, como Dios es la emanación última de la música.”

E.M. Cioran, De lágrimas y de santos. Traducción del francés al español de Rafael Panizo. Prefacio de Sanda Stolojan. Colección Marginales (100), Tusquets Editores. Barcelona, 1988. 120 pp.



lunes, 25 de marzo de 2013

El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha



El silencio de la zarza ardiendo

Como lo sugiere el sonoro rótulo: El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha (Vuelta, 1989), de poeta egipcio Edmond Jabès, cuya primera edición en francés data de 1982, no se trata de ninguna herejía, ni de ningún panfleto con ántrax o con sonoros explosivos que amenace con estallar y hacer polvo el statu quo y el establihsment de la solitaria y pequeña aldea global que ahora, en plena navegación del año 2003, los Estados Unidos de América se empeñan en dominar y saquear con la amenaza de las armas “inteligentes” y del ejército más poderoso del orbe y de la historia.
Edmond Jabès
Edmond Jabès (nacido en El Cairo, en 1912; fallecido en París, en 1991) es un autor que por su estigma de judío en 1957 tuvo que salir de Egipto, dados los virulentos conflictos internacionales entre éste e Israel y la intolerancia intestina de Gamal Abdel Nasser (1918-1970), quien había asumido el poder absoluto de la república de un solo partido (primer ministro en 1954, elegido presidente en 1956). Se exilió en Francia y en 1967 obtuvo la ciudadanía francesa. 
En este sentido, y prosiguiendo las directrices meditativas que definen la escritura de Edmond Jabès, es como surge El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha. Exilio por partida doble: exilio de Dios y exilio de las míticas y legendarias arenas que lo vieron nacer. El hombre, en el refugio y desierto de su interior (y como prolongación del desierto de su país) se interroga e interroga al silencio de Dios y su ausencia, cuyo secreto e inescrutable nombre se desconoce y se contiene a sí mismo ante el desasosiego que implican las contradicciones y la incesante beligerancia de la progenie humana (“Dios, es de Dios, el Silencio que calla”; “Dios no es para Dios más que Él mismo”). 
El judío errante medita y se torna poeta, cifra su introspección en la escritura a imagen y semejanza de refracciones y centellas del desierto (“El gesto de escribir es un gesto solitario”); intuye el resplandor, el fuego negro sobre el fuego blanco, siente la Presencia, pero no ve ni oye ni es escuchado. Sus palabras son entonces espejismos hechos preguntas, reclamos, hipótesis, incertidumbres, certezas, telegrafía verbal, juego y música del lenguaje, devaneo del pensamiento y oquedad del espíritu, infinitesimales fosforescencias evanescentes perdidas en lo inmenso e insondable del arenal universal.
“Adentrarse en sí mismo es descubrir la subversión”, anota Edmond Jabès; es decir, su escritura es un cuestionamiento íntimo, revulsivo, ineludible, personal y exotérico hacia los postulados y dogmas que se inscriben en la tradición teológica del judaísmo y que tiene como núcleo más popular a la Torá, el Libro entre los libros, dado que se supone que además de tratarse de las palabras dictadas por la inteligencia divina, está urdido con la cifra de su impronunciable, disgregado y arcano nombre. “Crees soñar el libro. Eres soñado por él.”
La voz poética: el-judío-el-hombre vive sumergido en una crisis religiosa permanente en la que subyace la nostalgia y el parafraseo de la fe perdida. Sus aforismos, axiomas, versículos, parábolas, prosas y alegorías imitan o translucen ecos de la escritura de los libros sagrados; de modo que no pocas veces se entreven en la página como si se tratara de la transcripción de lo dicho y revelado en forma oral por un rabino solitario que habla no en una sinagoga, sino entre los vientos y entre las turbulentas arenas del solitario desierto, rodeado apenas por uno o dos rumiantes discípulos. Sus palabras, no por ser críticas y escépticas, no dejan de minar esa ansiedad ancestral y atávica que quitó el sueño a milenarias generaciones de místicos cabalistas empeñados en dominar los secretos de las emanaciones divinas, es decir, los inefables nombres de Dios al barajar y combinar las letras de la Escritura Sagrada: el alfabeto hebreo, y obtener así el enigmático nombre que los llevara ante la presencia de su divino e inmortal poseedor, incluida la posibilidad insuflarle vida al Golem, ese ser amorfo, tosco, enorme y tontorrón elaborado con barro que a Jorge Luis Borges (1899-1986) le sugirió un poema recogido en El otro, el mismo (Emecé, 1969) y una nota en el Manual de zoología fantástica (FCE, 1957), y cuya primera noticia que quizá tuvo de él se remonta a su primera lectura de Der Golem (1915), onírica novela del austriaco Gustav Meyrink (1868-1932), el primer libro que descifró completo en alemán, quizá en Ginebra, quizá en Lugano. 
(Vuelta, México, 1989)
El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha es un conjunto de anotaciones concéntricas y reiterativas de un escritor judío que critica y deduce sobre los antagonismos y distancias entre lo asentado en los libros sagrados del judaísmo y el silencio de Dios y su inaccesibilidad, y sobre la soledad y el abandono en que vive y fenece el hombre generación tras generación, siempre propenso a la sangrienta guerra y a la corrupción más sórdida (“El pensamiento no tiene ataduras: vive de encuentros y muere de soledad”). 
Así, también puede ser un cambiante y movedizo libro de arena, un ecuménico y utópico espejo, en el que el desterrado, el incrédulo, el protestante, el católico, el cristiano, el musulmán, el judío, el solitario, el proscrito, y el que ha tratado de explicarse el universo y el enigma de la vida y de sí mismo a partir de la idea de Dios (o no), puede reconocerse y encontrar coincidencias y paralelismos ante esa incertidumbre metafísica, inasible y evanescente entre los misterios y designios de la creación, que dicho como lo dice Edmond Jabès quizá puede resultar subversiva pero reconfortante, pese a que la destructiva, cruenta y desoladora invasión militar de Irak esté bullendo allá: lejos del Paraíso y no muy de lejos de aquí: apenas en la otra esquina del globo terráqueo. 


Edmond Jabès, El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha. Traducción del francés al español de Saúl Yurkiévich. Prólogo de Esther Seligson. Colección La Imaginación, Editorial Vuelta. México, 1989. 99 pp.