lunes, 19 de octubre de 2015

El coronel no tiene quien le escriba

 Octubre es el mes más cruel

El colombiano Gabriel García Márquez (Aracataca, marzo 6 de 1927-Ciudad de México, abril 17 de 2014), Premio Nobel de Literatura 1982, fechó en “París, enero de 1957”, el punto final de su segundo libro: la novela El coronel no tiene quien le escriba (Aguirre Editor, Medellín, 1961). Esto es así porque en medio de los avatares y de las mil y una penurias vividas en la capital francesa, Gabo la escribió nueve veces, entre mediados de 1956 y enero de 1957, en la máquina portátil roja que fuera la máquina de escribir de su entrañable amigo el periodista Plinio Apuleyo Mendoza, luego de que la historia se desgajara de la escritura en ciernes de “la novela de los pasquines”, el legendario e itinerante “mamotreto” amarrado con una corbata que a la postre sería La mala hora —de ahí las coincidencias y variantes entre ambas y con varios de los cuentos de Los funerales de la Mamá Grande (UV, 1962)—, cuya edición príncipe impresa en Madrid, en 1962, en los Talleres de Gráficas “Luis Pérez”, fue manoseada y censurada y sólo apareció restituida y nuevamente revisada hasta 1966, impresa en México por Ediciones Era. 
Plinio Apuleyo Mendoza y Gabriel García Márquez en 1959
cuando eran periodistas de la agencia cubana Prensa Latina
  En París, casi todo 1956 vivió en la minúscula buhardilla del séptimo piso del modesto Hotel de Flandre, en la Rue Cujas del Barrio Latino; pero a fines de ese año —narra Dasso Saldívar en García Márquez. El viaje a la semilla. La biografía (Alfaguara, Madrid, 1997)— Gabo “se trasladó a la Rue d’Assas, donde compartió una chambre de bonne [cuarto de criada] con Tachia Quintana, una ‘vasca temeraria’, activa y generosa, que intentaba abrirse paso en el teatro mientras trabajaba en el servicio doméstico”. 

Tachia Quintana
       
Gabriel García Márquez cuando era reportero de El Espectador
y publicó su primera novela La hojarasca (S.L.B., 1955)
      Tras quedarse sin empleo en Europa —en Colombia, el dictador Gustavo Rojas Pinilla en enero de 1956 ordenó el cierre de El Espectador, del que Gabo era corresponsal, y el siguiente 15 de abril ordenaría el cierre de El Independiente— y en tanto subsistía y tecleaba por las noches (fumando hasta el amanecer) debiéndole la renta de la buhardilla a madame Lacroix, la dueña del Hotel de Flandre, a imagen y diferencia del coronel de su obra, Gabo esperaba con angustia y ansiedad las cartas de sus amigos y conocidos, quizá con algunos dólares de ayuda o por los artículos que solía enviarles para que los colocaran en distintos medios impresos. Así, todo sugiere que su pobreza y constante espera de las cartas lo hizo compenetrarse aún más en la miseria, desolación y drama del viejo coronel de su novela, que al inicio de la misma tiene ya 56 años esperando por correo la pensión prometida tras la firma del pacto que puso término a la última guerra civil (el histórico tratado de Neerlandia, donde el coronel Aureliano Buendía, en calidad de “intendente general de las fuerzas revolucionarias en el litoral Atlántico”, firmó la rendición). 

(Barral Editores/Monte Ávila Editores, Barcelona-Caracas, 1971)
  En la bibliografía de Historia de un deicidio (Barral Editores/Monte Ávila Editores, Caracas, 1971), el temprano y voluminoso ensayo que Mario Vargas Llosa escribió sobre la vida y obra de Gabriel García Márquez, se acredita que El coronel no tiene quien le escriba fue editada por primera vez en Bogotá, en el número 19 de la revista Mito, correspondiente a mayo-junio de 1958; y que en forma de libro fue impresa en 1961, en Medellín, Colombia, por Aguirre Editor. Cuenta Dasso Saldívar que Alberto Aguirre era “abogado, cinéfilo, librero y un editor de buena voluntad”. “Un año después [de que ambos acordaron los términos de la edición], al anunciarle el editor la salida del libro, García Márquez se quejaría ante aquél de ser el ‘único que hace contratos verbales enguayabado, tumbado en una mecedora de bambú, en el bochorno del trópico’”. Apunta Dasso Saldívar que El coronel no tiene quien le escriba tuvo buena crítica colombiana e internacional, pero las predicciones de Gabriel García Márquez se cumplieron: de los dos mil ejemplares de tal edición príncipe, sólo se vendieron ochocientos.

Revista Mito número 19
Botogá, mayo-junio de 1958
     
Edición príncipe de El coronel no tiene quien le escriba,
impresa en 1961, en Medellín, Colombia, por Aguirre Editor.
       Después del apoteósico boom de Cien años de soledad (Sudamericana, Buenos Aires, 1967), El coronel no tiene quien le escriba (al igual que los otros libros de Gabriel García Márquez) se ha reimpreso cientos de veces en ediciones masivas y en muchas lenguas. Y una y otra vez los críticos y corifeos suelen afirmar (porras más, porras menos) que El coronel no tiene quien le escriba es una novela perfecta (“redonda”) y que el protagonista es un personaje conmovedor y entrañable —descuella el prólogo de Álvaro Mutis (1923-2013) entre los prefacios de la Edición Conmemorativa de Cien años de soledad, editada en Colombia, en marzo de 2007, por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española—. El mismo Gabo alguna vez se expresó de ella muy satisfecho, según se lee en El olor de la guayaba (Diana/La Oveja Negra, México, 1982), el libro de crónicas biográficas y entrevistas que le hizo Plinio Apuleyo Mendoza, editado meses antes de que le otorgaran el Premio Nobel de Literatura: “Antes de escribir Crónica de una muerte anunciada [La Oveja Negra, Bogotá, 1981] sostuve que mi mejor novela era El coronel no tiene quien le escriba. La escribí nueve veces y me parecía la más invulnerable de mis obras.” Pero cabe sospechar que quizá dijo esto a imagen y semejanza de un sucu-truco autopublicitario, pues en el citado libro de Plinio, Gabo también coloca a El otoño del patriarca (Plaza & Janés, Barcelona, 1975) por encima de la magia y las virtudes de Cien años de soledad, la culpable de la tumultuosa y pestífera “soledad de la fama” que desde entonces lo perseguía.

(La Oveja Negra/Diana, México, 1982)
  El reseñista puede pensar, ídem otros lectores anteriores a él, que la llevada y traída novela El coronel no tiene quien le escriba es el paso parisino de un joven escritor latinoamericano con su país clavado en las entrañas de su subconsciente e idiosincrasia, un acto preparatorio entre los actos preparatorios —los cuentos dispersos, La hojarasca (Ediciones S.L.B., 1955), Los funerales de la Mamá Grande, La mala hora— que lo conducían a Cien años de soledad, obra cumbre en su narrativa y en la narrativa hispanoamericana, que no pocos han ponderado (Pablo Neruda y Dasso Saldívar entre ellos) en términos apoteósicos: “una obra maestra, una novela que, como en el caso del Quijote, partiría en dos la historia de la narrativa en lengua castellana”.

  
Gabo y Pablo Neruda en Normandía
        Paralelo a la exasperante falta de suspicacia que equivale a un rancio infantilismo e ingenuidad que matizan los actos e indignos prejuicios cotidianos del septuagenario coronel y su semanaria y ansiosa espera de la pensión de guerra vitalicia que alivie por siempre jamás la miseria y los padecimientos corporales de él y su mujer, el protagonista de El coronel no tiene quien le escriba cobra notoriedad en la memoria de los lectores porque ineludiblemente remite a ciertos capítulos de la vida de Gabriel García Márquez que alimentaron su narrativa, precisamente a lo que concierne a lo vivido por el niño Gabito en torno a su abuelo materno: don Nicolás Ricardo Márquez Mejía, nacido en Riohacha el 7 de febrero de 1864, muerto en Santa Marta, a los 73 años, el 4 de marzo de 1937, quien obtuvo sus galones de coronel durante la legendaria Guerra de los Mil Díaz (1899-1902), y que a semejanza del viejo coronel de la novela, siempre esperó (como otros coroneles y generales) que le llegara por correo la pensión pactada al término de la guerra civil.
   
“El abuelo Nicolás Ricardo Márquez Mejía, nació en
Rioacha el 7 de febrero de 1864 y murió en
Santa Marta el 4 de marzo de 1937.
        Una nota de Dasso Saldívar da luces sobre tal circunstancia y sobre la eterna ilusión que vivieron hasta la muerte los abuelos maternos del escritor: “En marzo de 1952, García Márquez escribiría, desde Barranquilla a su amigo y coterráneo Gonzalo González, en Bogotá: ‘Acabo de regresar de Aracataca. Sigue siendo una aldea polvorienta, llena de silencio y de muertos. Desapacible; quizás en demasía, con sus viejos coroneles muriéndose en el traspatio, bajo la última mata de banano, y una impresionante cantidad de vírgenes de sesenta años, oxidadas, sudando los últimos vestigios del sexo bajo el sopor de las dos de la tarde’ [...] Cinco años antes había muerto su abuela [casi a los 84 años, el 15 de abril de 1947], en Sucre, expresando su último deseo, que era también la última voluntad del abuelo muerto en 1937: que después de su muerte alguien cobrara la pensión.” 
 
Fotograma de Umberto D (1952),
película dirigida por Vittorio de Sica.
        Escribe Dasso Saldívar (el biógrafo de cabecera): “En febrero de 1955, estando en Bogotá [a mediados de julio de ese año García Márquez viajaría por primera vez a Europa como corresponsal de El Espectador y entre noviembre y diciembre de tal lapso intentaría, en Roma, estudiar argumento y guión en el Centro Experimental de Cine], la figura del personaje siguió aclarándose en sus contornos, en su carácter y en su destino, cuando el autor vio la película Humberto D [1952], de Vittorio de Sica y Cesare Zavattini. Según confesaría el propio García Márquez, el personaje de Humberto Dominico Ferrari le ‘recordó irresistiblemente a su propio abuelo’ por el dramatismo de la dignidad y de la espera, una espera que en el coronel Nicolás Márquez era semanal, puntual y sin alarma, y que al nieto le causaba mucha risa cuando lo acompañaba los jueves a la oficina de correos. Por eso, cuando el personaje del viejo coronel se desgajó de la novela de los pasquines y reclamó su propio espacio, García Márquez pensó que debía ser una comedia, pero cuando él mismo se encontró también esperando una carta de salvación en la buhardilla del Hotel de Flandre, experimentando en carne propia el mismo drama del abuelo, comprendió de pronto que no era ninguna comedia sino una tragedia callada y que la historia que escribía era también la misma que él estaba viviendo, como si los hechos se hubieran desatado de las páginas de la ficción.”
   
Fotograma de Umberto D (1952)
       Dasso Saldívar anota que la batalla de Ciénaga, ocurrida “el 14 de octubre de 1902”, puso término a la Guerra de los Mil Díaz. Un mes antes del tratado final que se firmó en Panamá “a bordo del buque de guerra norteamericano Wisconsin”, hubo un tratado de rendimiento “firmado por los generales Rafael Uribe Uribe y Florentino Manjarrés en la hacienda bananera de Neerlandia, cerca de Ciénaga, el 24 de octubre de 1902”. Como bien lo recuerdan los fervientes lectores de Gabriel García Márquez, el tratado de Neerlandia pone fin a las guerras civiles en Cien años de soledad, como en su contexto también lo pone en El coronel no tiene quien le escriba, y en ambas descuella el sonoro nombre de Macondo y el nombre del coronel Aureliano Buendía, cuyo modelo, señala Dasso Saldívar, es el viejo general Rafael Uribe Uribe.
 
Fotograma de El coronel no tiene quien le escriba (1999),
película dirigida por Arturo Ripstein, basada en la novela
homónima de Gabriel García Márquez.
       El protagonista de El coronel no tiene quien le escriba es un pobrísimo vejete de 75 años, casado desde hace 40 con una mujer flaca que padece asma y con quien comparte sórdidas hambrunas en la astrosa casucha donde lastimosamente subsisten en su eterno y gélido naufragio. En marzo de 1922 tuvieron un hijo de nombre Agustín, asesinado el tres de enero en la gallera del pueblo (“por distribuir información clandestina”), nueve meses antes del mes de octubre en que inicia la novela —lo cual recuerda la detención del joven Pepe Amador en La mala hora, por el mismo hecho y en el mismo sitio, pero a éste lo matan a golpes en la cárcel—. El viejo obtuvo sus insignias de coronel a los 20 años de edad, y según evoca jugó un papel relevante en torno a la firma del histórico tratado de Neerlandia: “Como tesorero de la revolución en la circunscripción de Macondo había realizado un penoso viaje de seis días con los fondos de la guerra civil en dos baúles amarrados al lomo de una mula. Llegó al campamento de Neerlandia arrastrando la mula muerta de hambre media hora antes de que se firmara el tratado. El coronel Aureliano Buendía —intendente general de las fuerzas revolucionarias en el litoral Atlántico— extendió el recibo de los fondos e incluyó dos baúles en el inventario de la rendición.”
   Reporta Dasso Saldívar que “para algunos, la capitulación de Neerlandia fue el gran error político y militar de Uribe Uribe”, en cuyas huestes liberales combatió el coronel Nicolás Márquez Mejía, el abuelo de Gabo. Lo cual parece ser confirmado por éste, pues en la transposición de su novela, el viejo coronel, tumbado en el camastro (“a punto de sobrevivir a un nuevo octubre”) recuerda y le dice a su mujer después de 56 años del tratado de Neerlandia que puso fin a la guerra civil y dio inicio a su larga, cochambrosa y rancia espera: “Estaba pensando que en la reunión de Macondo tuvimos razón cuando le dijimos al coronel Aureliano Buendía que no se rindiera. Eso fue lo que echó a perder el mundo.”
 
(Alfaguara, Madrid, 1997)
        Y más adelante, cuando los niños vecinos han llevado a la casucha del coronel “una gallina vieja para enrazarla con el gallo” de pelea que su hijo Agustín (sastre y gallero aficionado) les dejó como herencia e inestable esperanza (quizá volátil) de sortear algunas penurias (tal vez durante tres años), el viejo rememora ante su asmática mujer: “Es lo mismo que hacían en los pueblos con el coronel Aureliano Buendía. Le llevaban muchachitas para enrazar.” Lo cual ineludiblemente remite al legendario donjuanismo del abuelo materno de Gabriel García Márquez, mismo del que habla Dasso Saldívar en El viaje a la semilla, donde registra tres hijos legítimos de su matrimonio con Tranquilina Iguarán Cotes (1863-1947), la citada abuela de Gabo, y nueve hijos naturales obtenidos con siete mujeres.
 
Portada de La hojarasca, la primera novela de Gabriel García Márquez,
editada en 1955, en Bogotá, por Ediciones S.L.B.
       La hojarasca
(Ediciones S.L.B., Bogotá, 1955), la primera novela de Gabriel García Márquez, comienza con un prólogo firmado en “Macondo, 1909”, que ilustra sobre la inmunda tipología de advenedizos (“la hojarasca”) que ha llegado en avalancha atraída por la fiebre del banano tras la instalación de la compañía bananera (cuyo referente real es el enclave de la United Fruit Company y su tren amarillo que Gabo veía de niño en Aracataca, a veces de la mano de su abuelo materno, el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía). En tal prefacio, entre otras cosas, se lee: “Era una hojarasca revuelta, alborotada, formada por los desperdicios humanos y materiales de los otros pueblos, rastrojos de una guerra civil que cada vez parecía más remota e inverosímil.” Meollo que (según su intríngulis) es recordado en un pasaje por el viejo protagonista de El coronel no tiene quien le escriba, una noche de noviembre del año que corre cuando evoca su emigración de Macondo al pueblo donde se halla: “Un momento después apagó la lámpara y se hundió a pensar en una oscuridad cuarteada por los relámpagos. Se acordó de Macondo. El coronel esperó diez años a que se cumplieran las promesas de Neerlandia. En el sopor de la siesta vio llegar un tren amarillo y polvoriento con hombres y mujeres y animales asfixiándose de calor, amontonados hasta el techo de los vagones. Era la fiebre del banano. En veinticuatro horas transformaron el pueblo. ‘Me voy’, dijo entonces el coronel. ‘El olor del banano me descompone los intestinos.’ Y abandonó Macondo en el tren de regreso, el miércoles veintisiete de junio de mil novecientos seis a las dos y dieciocho minutos de la tarde. Necesitó medio siglo para darse cuenta de que no había tenido un minuto de sosiego después de la rendición de Neerlandia.”
   
Serie Los Premios Nobel, Ediciones Orbis
Barcelona, 1982
        El tiempo presente de El coronel no tiene quien le escriba transcurre durante octubre, noviembre y parte de diciembre en un anónimo pueblo con un puerto fluvial y una plaza central con almendros centenarios (lugar en el que se halla autoexiliado el protagonista desde su huida de Macondo), cuyo modelo real es Sucre, donde la familia de Gabriel García Márquez vivió entre 1939 y 1951, y que también es modelo en La mala hora, en cinco de los ocho cuentos de Los funerales de la Mamá Grande (“Un día de estos”, “En este pueblo no hay ladrones”, “La prodigiosa tarde de Baltazar”, “La viuda de Montiel” y “Rosas artificiales”) y en Crónica de una muerte anunciada. Sólo al término se precisa la edad del viejo coronel: 75 años. No obstante, casi al principio se dice que lleva 56 años esperando la pensión pactada y prometida tras la última guerra civil. Si la última batalla y el tratado final de la Guerra de los Mil Díaz ocurrieron en 1902, entonces la novela debería suceder en 1958 y no en 1956, como todo sugiere que así es. Pero resulta que en ese pueblo de un país latinoamericano sin elecciones democráticas (cuyo modelo es la Colombia del dictador Gustavo Rojas Pinilla), con toque de queda y bajo estado de sitio (emanado de un golpe militar, se deduce), con el cine censurado por la Iglesia católica (el padre Ángel es el brazo ejecutor, al igual que en La mala hora) y con la libertad y la prensa censurada por el gobierno (cuyo dictadorzuelo es el alcalde, ídem en La mala hora), de modo que entre los pobladores circula información clandestina impresa en mimeógrafo (donde se habla de la resistencia armada), el coronel, al respecto, se tira un chistorete (especie de sulfúrica y sonora trompetilla) ante el joven médico “de rizos charolados” y dentadura y vestimenta impecables (el viejo doctor Octavio Giraldo de La mala hora y de “La prodigiosa tarde de Baltazar”) mientras lucha contra la desazón gastrointestinal que le brota el mes de octubre de cada año desde aquel lejano tratado de Neerlandia: “Desde que hay censura los periódicos no hablan sino de Europa”, “Lo mejor será que los europeos se vengan para acá y que nosotros nos vayamos para Europa. Así sabrá todo el mundo lo que pasa en su respectivo país.”
   
Fotograma de El coronel no tiene quien le escriba (1999)
     Pero el caso es que un viernes de octubre del año en que empieza la novela, el viejo coronel lee en un periódico “una crónica sobre la nacionalización del canal de Suez”, que en la vida real aconteció el 26 de julio de 1956 sobre la base de un decreto dictado por Gamal Abdel Nasser, presidente de Egipto entre el 16 de enero de 1956 y el 28 de septiembre de 1970. (¿Un retraso informativo y de relleno debido a la censura?, puede preguntarse el lector). Pero como el viejo coronel el mes de octubre en dos ocasiones lee en un periódico (antes del “27 de octubre”) sobre el mismo tema de la nacionalización del canal de Suez, quizá debió leer (pero esto es meter la cuchara sin invitación) sobre la beligerante invasión de Francia, Inglaterra e Israel, sucedida el 29 de octubre de 1956, cuyo conflicto internacional se agudizó cuando Egipto bloqueó el canal de Suez tras hundir una cuarentena de barcos.  
   
T.S. Eliot
(1888-1965)
     Parafraseando el célebre verso de T.S. Eliot: “Abril es el mes más cruel”, íncipit de “El entierro de los muertos”, el primer poema de La tierra baldía (1922), para el viejo coronel de la novela: octubre es el mes más cruel, pues durante octubre de cada año sufre continuos y tormentosos trastornos estomacales e intestinales. Esto es así desde la vieja rendición de Neerlandia, que para el coronel significa el comienzo de los infortunios de su larga y patética espera con 56 años encima. Lo cual ineluctablemente remite a las citadas fechas históricas: 14 de octubre de 1902 (la batalla de Ciénaga) y 24 de octubre de 1902 (el tratado firmado en la hacienda bananera de Neerlandia, cercana a Ciénaga, por los generales Rafael Uribe Uribe y Florentino Manjarrés). 
 
Don Nicolás Ricardo Márquez Mejía, el abuelo coronel “poco antes de su muerte.
Arrastrando las secuelas de una caída de una escalera en Aracataca, murió
a causa de una neumonía.
        Pero el cruel malestar de octubre del protagonista de la novela El coronel no tiene quien le escriba también implica, según Dasso Saldívar, el no siempre recordado hecho de que “el 19 de octubre de 1908” fue el día en que el coronel Nicolás Márquez Mejía, el abuelo materno de Gabo, mató a tiros en un duelo a Medardo Pacheco Romero (éste tenía 27 años y el abuelo 44). Esa fue la sórdida causa de que el coronel Nicolás Márquez Mejía finiquitara sus asuntos y con su familia se fuera de Barrancas para siempre. Estuvo allí en la cárcel, luego en Riohacha (donde había nacido en 1864). Pero la condena de un año la vivió teniendo a toda Santa Marta por cárcel. Después los Márquez Iguarán estuvieron casi un año en Ciénaga. Y sólo se instalaron en Aracataca (donde la explotación bananera era abundante) hasta finales de agosto de 1910 viajando en el legendario y polvoriento tren amarillo. Allí, en la casa de los abuelos maternos, el 6 de marzo de 1927 habría de nacer Gabo. Y entre los frecuentes paseos que de niño hizo llevado de la mano por su abuelo el coronel, alguna vez lo llevaría a conocer los misterios del hielo en una caja de pargos y otras veces lo oiría decir, no sin melancolía, evocando aquel lejano día del mes de octubre en que tuvo que matar a Medardo Pacheco: “¡Tú no sabes lo que pesa un muerto!”.


Gabriel García Márquez, El coronel no tiene quien le escriba. Prólogo sin firma sobre el autor. Serie Los Premios Nobel. Ediciones Orbis. Barcelona, 1982. 162 pp. 
Dasso Saldívar, García Márquez. El viaje a la semilla. La biografía. Iconografía en blanco y negro. Alfaguara. Madrid, 1997. 616 pp.



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Enlace a El coronel no tiene quien le escriba (1999), película dirigida por Arturo Ripstein, basada en la novela homónima de Gabriel García Márquez.
Enlace a Umberto D (1952), película dirigida por Vittorio de Sica (en italiano y con subtítulos en español).


1 comentario:

  1. Genial, muchas gracias!... Me ha ayudado a recopilar los datos de las primeras ediciones de algunos de sus escritos, gracias, gracias...

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