lunes, 16 de mayo de 2016

La luz de México. Entrevistas con pintores y fotógrafos


Aquí nos tocó mugir

Nacida en San Felipe Torres Mochas, Guanajuato, el 13 de septiembre de 1941, la periodista y narradora Cristina Pacheco —viuda de José Emilio Pacheco (1939-2014), por quien adoptó tal nom de plume, pues en realidad se apellida Romo Hernández— dedicó su libro La luz de México. Entrevistas con pintores y fotógrafos a los ya fallecidos Lya Kostakowsky (pintora) y Luis Cardoza y Aragón (poeta y crítico de arte). La primera edición fue editada en 1988 por el Gobierno del Estado de Guanajuato y la segunda, aumentada, fue impresa en 1995 por el Fondo de Cultura Económica con el número 510 de la serie Cultura Popular (la tercera data de 1996, la cuarta de 2005 y de 2014 la primera versión electrónica). Incluye 44 entrevistas hechas por la autora entre 1977 y 1988. La mayoría aparecieron en la revista Siempre! y unas pocas en sábado, otrora suplemento del diario unomásuno. De las 44, tres corresponden a Rufino Tamayo, dos a José Luis Cuevas, y las que restan, una por cabeza, a los demás elegidos por su dedo flamígero: Gilberto Aceves Navarro, Juan Alcázar, Lola Álvarez Bravo, Manuel Álvarez Bravo, Feliciano Béjar, Fernando Botero, Manuel Carrillo, Gustavo Casasola, Pedro Coronel, Rafael Coronel, Francisco Corzas, Olga Costa, Héctor Cruz, José Chávez Morado, Manuel Felguérez, Héctor García, Luis García Guerrero, Gunther Gerzso, Mathias Goeritz, Héctor Xavier, Armando Herrera, Fernando Leal, Antonio López Sáenz, Faustino Mayo, Carlos Mérida, Benito Messeguer, Armando Morales, Rodolfo Morales, Kishio Murata, Luis Nishizawa, Juan O’Gorman, Máximo Pacheco, Mario Rangel, Vicente Rojo, Armando Salas Portugal, Juan Soriano y Cordelia Urueta.
José Emilio Pacheco y Cristina Pacheco
       Casi todos los entrevistados son mexicanos (incluido Luis Nishizawa, hijo de mexicana y padre japonés); pero también hay extranjeros que adoptaron como suyo a este país: Olga Costa, Mathias Goeritz, Faustino Mayo, Carlos Mérida, Vicente Rojo, Gunther Gerzso (nacido aquí pero de padre húngaro y madre berlinesa); e incluso extranjeros que vivieron en México o pasaron por tales latitudes: Kishio Murata y Fernando Botero.

     
(FCE, 2ª ed., México, 1995) 
        La luz de México está precedido por “Cristina Pacheco: el arte de la historia oral”, el prólogo de su amigo Carlos Monsiváis (1938-2010). Entre las vivas que preludian las mil y una porras con que reseña y celebra el libro y las virtudes de entrevistadora, cronista y reportera de Cristina Pacheco (“por lo que ha recibido, entre otros, el Premio Nacional de Periodismo, el Premio Manuel Buendía y el que otorga la Federación Latinoamericana de Periodistas”), Monsiváis alude el programa televisivo Aquí nos tocó vivir, que en 1978 Cristina empezó a conducir en el Canal 11 del Instituto Politécnico Nacional, “desde alguno de los infinitos barrios de la capital”; pero también, como se ha visto, desde algún lugar de la provincia mexicana. 

Cristina Pacheco en 1979
Monumento a la Revolución, Ciudad de México
Foto: Rogelio Cuéllar
  Si en Aquí nos tocó vivir —reconocido por la UNESCO por su valor documental como “Memoria del Mundo de México 2010” y “Patrimonio Cultural de los Pueblos” y que aún realiza y conduce en el Canal 11 (donde también protagoniza el celebérrimo y misceláneo Conversando con Cristina Pacheco)— la reportera, con camarógrafo y micrófono, acude al hábitat de un pescador o de un artesano (y su parentela), por ejemplo, y a través de la entrevista hace que éste bosqueje su historia personal y familiar y ciertos meollos de su aprendizaje y oficio cotidiano, puede decirse que algo parecido ocurrió con las entrevistas que integran La luz de México. Si bien fueron provocadas por algún suceso entonces noticioso y publicitario (para el entrevistado, la entrevistadora y el medio impreso): una retrospectiva, la presentación o edición de un libro, un homenaje o un aniversario, la mayoría de las veces Cristina, con su libreta y bolígrafo y acompañada por un fotorreportero, procuró hacer la entrevista en la casa-estudio del fotógrafo o pintor. 

     
Juan Soriano y Cristina Pacheco
       Así, si en el programa televisivo Aquí nos tocó vivir algunas imágenes contrapunteadas de palabras son las que ilustran y describen el entorno del entrevistado y al mismo entrevistado, en los reportajes-entrevistas del libro, Cristina Pacheco, con unas cuantas frases y anécdotas describe el itinerario artístico, la casa y el estudio donde se halla, e incluso ciertas características del personaje en cuestión. 

Benito Messeguer y Cristina Pacheco
     
Cristina Pacheco y Rufino Tamayo
       La casa-estudio puede ser casi un pequeño museo con jardín (la de Pedro Coronel en San Jerónimo Lídece); o una especie de abigarrada bodega (la de Mathias Goeritz); o un apretujado y astroso departamento de vecindad (el habitáculo de Máximo Pacheco). En este sentido, la ubicua luz de México y el cielo azul (magnificados por la nostalgia o roídos por la polución) suelen ser aludidos por Cristina Pacheco o por su entrevistado; pero también, como parte del preámbulo y de la atmósfera doméstica que los rodea, suele hablar del jardín, de ciertos objetos y de las mascotas. Es decir, cada reportaje-entrevista es un circunstancial y azaroso acercamiento: un retocado retrato-autorretrato en el que habla el fotógrafo o el pintor de su trayectoria y su obra. Es por esto que casi todos discurren, con sus diferencias y particularidades, por los mismos temas: genealogía, aprendizaje, viajes, obra, disciplinas, ideas, discrepancias, recuerdos, aventuras, anécdotas, gustos y disgustos.

         
Cristina Pacheco y Fernando Botero
          Ante estos retratos-autorretratos en los que confluyen las palabras de los entrevistados y los matices y retoques de Cristina Pacheco y cuyo destino fue un medio impreso, resulta comprensible que casi siempre haya sido acompañada por un fotorreportero. En este sentido, el libro incluye 32 retratos de 32 entrevistados; son fotos en blanco y negro, con baja o pésima resolución, en las que a veces figura la entrevistadora (o una parte de ella). La mayoría de los retratos, pese a ser anecdóticos, son imágenes sin sentido creativo, de simple disparador. Pero además resulta contradictorio que en un libro donde se habla de fotografía y fotoperiodismo, y en el que además hablan fotógrafos que fueron notables fotorreporteros (Gustavo Casasola, Héctor García, Faustino Mayo), no se acredite el nombre de los fotoperiodistas que la acompañaron, pese a que Cristina aluda su fantasmal presencia; es decir, como si todavía estuviéramos en los tiempos en que el fotorreportero era tratado a imagen y semejanza de un vulgar disparador de quinta categoría (que aún los hay y sobran) y sus fotos ninguneadas como imágenes de relleno, susceptibles de ser manipuladas sin su consentimiento y sin su crédito. Pero además de que no se incluyeron nueve retratos de igual número de entrevistados (lo cual resulta o parece discriminatorio), la iconografía, especial para el libro, debió ser elegida con un criterio estético y no simplote y chambón. Entre los fotógrafos de prensa había (y hay) excelentes retratistas como para que no se hubiera podido hacer. 

        
Gustavo Casasola y Cristina Pacheco
         
Héctor García y Cristina Pacheco
       Ciertamente, “en la actualidad [o en notorios y relevantes casos] el arte está sobrestimado”, “es un juego de intelectuales para intelectuales” del que coleccionistas, marchantes, políticos chapulines y funcionarios trepadores y copetones sacan provecho y con ello “los artistas se hacen una enorme publicidad”, —de algo viven, unos de mal en peor (Máximo Pacheco era por entonces un humilde pepenador que subsistía en un asfixiante y reducido cuarto de vecindad) y otros con posturas y ganancias de petulantes príncipes-empresarios; es decir, en cierto modo y para decirlo con Mathias Goeritz, numerosas veces el artista “es un arlequín, una figura que entretiene a la sociedad” (y a la consabida y envanecida jet-set y su quezque intelligentsia incrustada en las mamas del establishment y del statu quo). 

     
Máximo Pacheco, "autor de 15 murales", todos "destruidos"; el primero
pintado "en 1922 y el último en 1945". Fue ayudante de Diego Rivera,
de José Clemente Orozco y de Fermín Revueltas. "Durante 30 años
-de 1937 a 1966-" dio a los niños "clases de pintura en Bellas Artes".
Sin embargo, en 1983, cuando Cristina Pacheco lo visitó para
entrevistarlo, ya llevaba mucho tiempo "oculto entre los montones
de papel y cartón" que recogía "en las calles para sobrevivir".
         Sin embargo, el libro resulta interesante, pues por diversas razones (por la obra o por la trayectoria venturosa o más o menos venturosa e incluso dramática, como fue el caso de Máximo Pacheco), todos los entrevistados tienen su relevancia o algo que decir ante sus propios pasos y frente a la manoseada cultura de México y del mundo, esa cultura que recrea, retroalimenta y entretiene (mientras los políticos y corifeos se pelean por el poder, por el dinero público y las agencias de colocaciones e influencias donde éste se reparte a través de chambas, embajadas, premios, becas, donativos y sobornos), pero que también incide o puede incidir en la facultad crítica y participativa del espectador y elector para votar o anular su voto o abstenerse frente a los corrompidos ganones que infestan y saquean el país: PRI, PAN, PRD, PVEM, etcétera (por quienes el reseñista nunca es su vida ha votado ni votará jamás).

     
José Emilio Pacheco y Cristina Pacheco en 1977
Foto: Rogelio Cuéllar
      Las entrevistas, además, son breves. Tienen cierto valor documental, más aún en los casos en que el entrevistado ya murió. Son amenas, pese a que no falta el que no comparte el discurso sentimental, de tinte izquierdista con que Cristina Pacheco (o su entrevistado) a veces trata de involucrar y conmover al lector. 

Juan O'Gorman
  Con esta serie de pequeños espectáculos clasificación “B” de bolsillo, en los que la entrevistadora pregunta, matiza, y el entrevistado posa y se le ilumina u opaca el coco y la memoria, además de pasársela bien (o más o menos bien) contraponiéndose o haciéndose cómplice de lo que lee, tiene acceso a un buen número de datos y chismes sobre distintos autores, sus obras y otras más.



Cristina Pacheco, La luz de México. Entrevistas con pintores y fotógrafos. Prólogo de Carlos Monsiváis. Iconografía en blanco y negro. Colección Popular núm. 510, FCE. 2ª edición aumentada. México, 1995. 640 pp.


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