jueves, 13 de marzo de 2014

Antes




 El sueño que es mi vida desde que yo nací
                              

Si un rasgo axial de la atmósfera sórdida y derruida que singulariza al mórbido entramado familiar de Mejor desaparece (Océano, 1987), primera novela de la prolífica escritora Carmen Boullosa (México, septiembre 4 de 1954), es su procedimiento discontinuo y fragmentario, en Antes (Vuelta, 1989), su segunda novela, lo que descuella es la continuidad y la congruencia entre los capítulos. Ambas obras deambulan en pasados que oscilan entre lo patológico y lo sobrenatural. En Mejor desaparece esto se delinea y traza en fragmentos y bosquejos, como secretos innombrables silenciados por el pudor. Los numerosos hijos e hijas son fantasmas que oscilan solitarios y distantes entre los intrusos que habitan la casona paterna (lo cual es un eco de la “Casa tomada” de Julio Cortázar). Son víctimas frágiles y dóciles ante la violencia y la indiferencia que dicta el padre. Y Antes es, sobre todo, el monólogo de una niña fantasma; y lo que narra es, precisamente, la vida que antecede a lo que ahora es su inasible identidad: la inexistencia.
(Océano, México, 1987)
         
(Vuelta, México, 1989)
        Con varias ediciones en distintas editoriales, Antes inicia cuando la protagonista le habla a un interlocutor imaginario, a quien le platica la evocación de su infancia y que, para revivirla, quisiera que se corporizara. Es decir, la protagonista es sólo un cúmulo de fantasmales recuerdos. Desde la nada imperceptible y solitaria que ahora es, está condenada a la nostalgia, al obsesivo y repetitivo eterno retorno de los hechos que se cuenta a sí mima vagando, encerrada, en los pasillos y habitaciones sin salida de su solitaria y laberíntica memoria. Obedece a una compulsiva y mórbida necesidad de recordar y contar; y el hacerlo le produce placer, pero también tristeza y miedo. La protagonista dice, además, que sus recuerdos son como niños, que piden ser los primeros en ser narrados, y que ella tiene que sermonearlos para que se calmen y esperen su turno, y para que a cada uno le toque el lugar que le corresponde.

Pero si desde el comienzo de la novela queda claro que se contará la conversión de la niña en algo intangible e invisible, Carmen Boullosa, a través de su personaje y para sostener y acrecentar la intriga y el suspense, deja este asunto para el episodio final. Sólo al término de la novela se sabrá cómo ocurrió la transformación y se entreverá la naturaleza del cambio.
       A lo largo de las anécdotas que la protagonista evoca y narra y que se desprenden sobre todo del miedo y del terror que le suscitaba la persecución de ruidos y pasos que sólo ella oía y que la seguían lo mismo en el día que en la noche, el lector es situado en el ámbito de un ambiguo dilema: no sabe si lo que veía y le ocurría a la niña es real, o si todo es resultado de psicóticas alucinaciones y somatizaciones que su fobia, paranoia y esquizofrenia le provocaban. Esto, pese a los curiosos ritos y sucesos que cuenta y a pesar de las supuestas pruebas fehacientes que enumera: el recuerdo que halla en su mochila y que preludia la muerte de su amiga Enela; el hoyo en su camisón y la quemadura que le ocasiona una bola de papel mojado; las tijeras bajo la almohada y luego la tortuga sin cabeza y sin una pata; los sigilosos pasos que se llevan a Esther; la quemadura que le provoca una caída en un alberca de la cual emerge con el cabello seco y peinado después de haberse hundido; entre otras absurdas y fantásticas cosas por el estilo. El equívoco, en lugar de ser esclarecido al término de la obra (para la comodidad y tranquilidad del insaciable e insomne lector), se enfatiza con otras paradojas y queda abierto. 
Confluye en el dilema la culpa que atosiga a la protagonista; se siente responsable no sólo de la muerte de Esther, sino también del abandono de la casa, de la disgregación de su padre y de sus hermanas y de su propia soledad. La protagonista narra la forma en que, según ella, dejó de soñar; sin embargo, después cuenta una pesadilla en donde la visita su madre muerta; y cuando por fin refiere su muerte y el arribo de sus perseguidores, resulta que no está en el portón de su casa, como decía, sino en su cama y en un sueño y en la llegada hormonal de su adolescencia. Esto induce a pensar que en realidad ella no habita un plano de inexistencia, sino que está recluida en la oscuridad corporal de su solitaria psique, donde su conciencia y su inconsciente detuvieron el tiempo y el espacio como una negación aprehensiva mediante la cual no deja de ser la chavita que fue y por ende cumple con el recóndito propósito de nunca dejar de ser una niña, como una vez a sí misma se lo prometió.
Carmen Boullosa
        Habrá que decir, además, que la niña fantasma que merodea y repta en los recuerdos de Antes, es también una forma lúdica y crítica con la que Carmen Boullosa configuró una especie de alter ego que le dio pie para hacer un novelado recuento de ciertos rasgos de su identidad e infancia. Como ella, su personaje nació en la ciudad de México, en 1954. Y no sólo vierte una mirada cuestionadora sobre el colegio donde imparten clases unas madres norteamericanas; lo cual tiene uno de sus puntos chuscos cuando una escuincla hace un dibujo en el que ilustra a otras niñas como ella regalando gansitos (los célebres pastelillos de la Bimbo cubiertos de chocolate y rellenos de crema y mermelada de fresa) en un campamento de pobrísimos y harapientos paracaidistas, porque piensa que esto es hacer el bien y servir a Dios y cumplir con el lema de la escuela; sino que también, al aludir los hábitos y las actitudes de su madre y de sus hermanas, registra clichés, costumbres, usos y posturas propias de la clase social a la que pertenecen. La madre, por ejemplo, es una previsible mujer de posición acomodada, muy a la high society mexicana, pintora y quezque intelectual, que discute de libros con sus amigas, que siendo antigringa tiene a sus hijas en una escuela norteamericana y católica, y que por su anfibia xenofobia ecologista no le gustan las reglas de plástico que encargan en el colegio, sino las de madera, y que tampoco le agrada la ropa interior de nylon para sus hijas, sino la de algodón y con listones de colores hechos moñitos. En tal tenor se opone al concurso escolar que consiste en premiar a la niña que lleve la muñeca más bonita y propone un certamen en el que las alumnas realicen dibujos que sean una interpretación del lema escolar, cuyo sentido es “emplearse en la gloria y veneración de Dios y estar al servicio del prójimo”.

Y así como en un momento la protagonista pone en entredicho las nociones de progreso de la economía mexicana o expresa su sentimiento de culpa por pertenecer a una clase social que se encarga de que el país le sirva, también se burla del aspecto tontorrón y ridículo del cómico Chabelo (“el amigo de todos los niños” deificado por la tele y el cine); menciona el supuesto egoísmo idiosincrásico de la historiadora y crítica de arte Raquel Tibol; con anacrónicos prejuicios ironiza la admiración que sienten sus padres por un amigo “intelectual” o de un modo ñoño refiere a Elda Peralta cuando va a comprar el pan (¡la mujer de un escritor! ¡mire usted nada más!); o de plano, Carmen Boullosa sitúa las facultades de la pintora Esther de la Fuente entre las de Fernando García Ponce, Lilia Carrillo, Manuel Felguérez y Juan Soriano, consabidos y notables engendros de la generación de la Ruptura, aunque Juan Soriano la precede. En fin, la novela Antes es un regodeo en la niñez (la infancia de la niña fantasma) y un regreso (somero, conciso y subjetivo) al México y al Cuernavaca de los años 60. 


Carmen Boullosa, Antes. Editorial Vuelta. México, 1989. 108 pp.






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