La raíz de todas las hierbas
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Sergio Galindo con su perro Rex (Xalapa, 1958) |
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(UV, Xalapa, 1958) |
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(FCE, México, 1ª reimpresión, 1980) |
Según anota el historiador y crítico teatral Antonio Magaña-Esquivel (1909-1981) en el tomito V de Teatro mexicano del siglo XX (FCE, México, 1970), en 1956 se estrenó en el Teatro del Caballito de la Ciudad de México y durante el segundo programa de Poesía en Voz Alta, “La hija de Rappaccini”, el libreto teatral que Octavio Paz (1914-1998) escribió, dice en “1953” al adaptar “un cuento de Nathaniel Hawthorne [1804-1864], quien a su vez no hizo sino recoger un relato anónimo de su país, transmitido por tradición oral”. No obstante yerra sobremanera, pues Paz la escribió en 1956, además de que el cuento, compilado en el libro de Hawthorne: Mosses from an Old Manse (1846), sucede en Padua, universitaria ciudad de la Italia renacentista. En 1956, Elena Garro escribió las seis obras reunidas en la primera edición de Un hogar sólido; tres de ellas: “Andarse por las ramas”, “Los pilares de doña Blanca” y “Un hogar sólido”, fueron estrenadas el 19 de julio de 1957 en el Teatro Moderno de la Ciudad de México, bajo la dirección de Héctor Mendoza (1932-2010) y como parte del cuarto programa de Poesía en Voz Alta.
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(UV, Xalapa, 2ª ed. aumentada, 1983) |
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(Joaquín Mortiz, México, 2ª ed., 1977) |
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(UV, Xalapa, 1964) |
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(Sudamericana, Buenos Aires, diciembre 24 de 1940) |
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Boda de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares Las Flores, enero 15 de 1940 Testigos: Jorge Luis Borges, Enrique Drago Mitre y Oscar Pardo |
Si bien el libreto “Un hogar sólido” se publicó el 3 de agosto de 1957 en la revista mexicana Mañana y en el número 251 de Sur, la revista argentina dirigida por Victoria Ocampo (1890-1979), correspondiente a marzo-abril de 1958, entre su notable y trascendente destino descuella el haber sido incluido en la Antología de la literatura fantástica, de Jorge Luis Borges (1899-1986), Adolfo Bioy Casares (1914-1999) y Silvina Ocampo (1903-1993). La primera edición de ésta, impresa en Buenos Aires por Editorial Sudamericana, data de 1940 (se terminó de imprimir el 24 de diciembre, se lee en el colofón), el año en que Borges fue uno de los testigos de la boda de Bioy y Silvina (se casaron “el 15 de enero en Las Flores, un pequeño poblado situado a unos 200 kilómetros al sudoeste de Buenos Aires”), y el del surgimiento de La invención de Morel, novela de Bioy, editada por Losada en noviembre de 1940, con un prefacio de Borges. Sólo hasta 1965, bajo el mismo sello editorial, apareció la segunda edición de la Antología de la literatura fantástica, que es la sucesivamente reeditada hasta el presente; al “Prólogo” con que la signó Bioy en 1940, además de ciertos cambios y correcciones, se añadió una “Posdata” firmada por él y un conjunto de textos de varios autores: Ryunosuke Agutagawa, José Bianco, Léon Bloy, Julio Cortázar, Elena Garro, Carlos Peralta, H. A. Murena, Barry Perowne, y Juan Rodolfo Wilcock.
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(Sudamericana, Barcelona, 16ª edición especial) Sobrecubierta |
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(Sudamericana, Barcelona, 16ª edición especial) Portada |
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Elena Garro en 1949 |
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Elena Garro, Adolfo Bioy Casares, Octavio Paz y Helena Paz Garro (Nueva York, 1957) |
Hay unas pocas y minúsculas diferencias entre las dos versiones de “Un hogar sólido”; por ejemplo, en la versión de 1965 a un parlamento de Mamá Jesusita se le añadió la frase: “¡Éramos pocos y parió la abuela!”, expresión de anónimo origen que también vocifera Horacio Oliveira, protagonista de Rayuela (Sudamericana, 1963), la novela central de Julio Cortázar (1914-1984).
Portadas de Un hogar sólido. Respectivamente, la segunda edición de 1983 y la primera de 1958. |
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Viñeta de Juan Soriano |
Allí en la tumba los muertos esperan la lejana hora del Juicio Final. Mientras tanto, cifran su nostalgia de un Paraíso Terrenal, edénico y hogareño, repleto de armonía, amor y eterna felicidad de angelitos alados y mofletudos. Muni, de 28 años, un melancólico incurable que se suicidó con cianuro para huir de su vida de perro apaleado, entre lo que narra lo dice así: “Pues yo ya no quería caminar banquetas atroces buscando entre la sangre un hueso. Ni ver las esquinas, apoyo de borrachos, meadero de perros. Yo quería una ciudad alegre, llena de soles y de lunas. Una ciudad sólida, como la casa que tuvimos de niños: con un sol en cada puerta, una luna para cada ventana y estrellas errantes en los cuartos. ¿Te acuerdas de ella, Lilí? Tenía un laberinto de risas. Su cocina era cruce de caminos; su jardín, cauce de todos los ríos; y ella toda, el nacimiento de los pueblos”.
Eva, su extranjera madre, de 20 años, refrenda algo parecido. Y lo mismo hace Lidia, la recién llegada a la catacumba, mientras relata sus avatares de la vida: “¡Un hogar sólido, Muni! Eso mismo quería yo... y ya sabes, me llevaron a una casa extraña. Y en ella no hallé sino relojes y unos ojos sin párpados, que me miraron durante años... Yo pulía los pisos, para no ver las miles de palabras muertas que las criadas barrían por las mañanas. Lustraba los espejos, para ahuyentar nuestras miradas hostiles. Esperaba que una mañana surgiera de su azogue la imagen amorosa. Abría libros, para abrir avenidas en aquel infierno circular. Bordaba servilletas, con iniciales enlazadas, para hallar el hilo mágico, irrompible, que hace de dos hombres uno [...] Pero todo fue inútil. Los ojos furiosos no dejaron de mirarme nunca. Si pudiera encontrar la araña que vivió en mi casa —me decía a mí misma— con su hilo invisible que une la flor a la luz, la manzana al perfume, la mujer al hombre, cosería amorosos párpados a estos ojos que me miran, y esta casa entraría en el orden solar. Cada balcón sería una patria diferente; sus muebles florecerían; de sus copas brotarían surtidores; de las sábanas, alfombras mágicas para viajar al sueño; de las manos de mis niños, castillos, banderas y batallas... pero no encontré el hilo, Muni...”
Ante esto, es don Clemente, padre de Lidia, de 60 años, quien juega el papel de inequívoco oráculo y profeta: “Hallarás el hilo y hallarás la araña”, le dice. “Ahora tu casa es el centro del sol, el corazón de cada estrella, la raíz de todas las hierbas, el punto más sólido de cada piedra.” “Después de haber aprendido a ser todas las cosas, aparecerá la lanza de San Miguel, centro del Universo. Y a su luz surgirán las huestes divinas de los ángeles y entraremos en el orden celestial.”![]() |
Jorge Luis Borges en 1968 (Foto: Eduardo Comesaña) |
Así, en el interior de la cripta familiar (que es el escenario) cada uno empieza a desaparecer en un mágico destello, puesto que se supone que en un tris se transforma en lo que declara: “Me voy. Soy el viento. El viento que abre todas las puertas que no abrí, que sube en remolino las escaleras que nunca subí, que corre por las calles nuevas para mi uniforme de oficial y levanta las faldas de las hermosas desconocidas... ¡Ah, frescura!” (Vicente). “¡Ah, la lluvia sobre el agua!” (Clemente). “¡Leño en llamas!” (Gertrudis). “¿Oyen? Aúlla un perro. ¡Ah, melancolía!” (Muni). “¡La mesa donde comen nueve niños! ¡Soy el juego!” (Catalina). “¡El cogollito fresco de una lechuga!” (Mamá Jesusita, anciana de 80 años). “¡Centella que se hunde en el mar negro!” (Eva). “¡Un hogar sólido! ¡Eso soy yo! ¡Las losas de mi tumba!” (Lidia).
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Arturo Ripstein y Elena Garro bailando rock and roll (México, 1964) |
Elena Garro, “Un hogar sólido” , p. 9-41, en Un hogar sólido, Colección Ficción, Universidad Veracruzana,2ª edición, Xalapa, enero 3 de 1983.
Elena Garro, “Un hogar sólido” , p. 176-189, en Antología de la literatura fantástica, de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. Editorial Sudamericana. 16ª edición especial. Barcelona, 1999.
Excelente artículo!!!
ResponderEliminarMaravilloso. Gracias.
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