martes, 13 de febrero de 2024

La tía Julia y el escribidor




Mentalmente me veo escribir que escribo


Los preliminares datos sobre la vida y obra del escritor peruano-español Mario Vargas Llosa —Premio Nobel de Literatura 2010 rezan que su sexta novela: La tía Julia y el escribidor (Seix Barral, 1977), está basada en su inicial vínculo amoroso vivido con su tía Julia Urquidi Illanes (muerta a los 84 años el 10 de marzo de 2010 en Santa Cruz, Bolivia), a quien se la dedicó, cuyo matrimonio duró entre 1955 y 1964, y quien replicó y sazonó lo novelado por su sobrino en Lo que Varguitas no dijo (Editorial Khana Cruz, 1983). 


(Editorial Khana Cruz, Bolivia, 1983)

La tía Julia, Mario Vargas Llosa y el perrito Batuque
(Lima, 1956)
       Si La tía Julia y el escribidor denota que es tan fantástica como autobiográfica, en sus memorias El pez en el agua (Seix Barral, 1993) revela un cúmulo de entretelones implícitos en ella (más otros omitidos, cambiados o maquillados) ocurridos antes y después de su publicación, como son las difíciles relaciones vividas con su padre Ernesto Vargas Maldonado (desde que a los diez años supo de su existencia, “hasta su muerte, en enero de 1979”) y el trauma neurótico y agresivo que le suscitó leer la infecta novela de su hijo. En la página 340 de El pez en el agua dice que después de su lectura, su padre le escribió una carta con recriminaciones (de Los Ángeles a Cambridge, Inglaterra) que él no le contestó. Pero luego le escribió otra, “ésta violenta, acusándome de resentido y de calumniarlo en un libro, sin darle ocasión de defenderse, reprochándome no ser un creyente y profetizándome un castigo divino. Me advertía que esta carta la haría circular entre mis conocidos. Y, en efecto, en los meses y años siguientes, supe que había enviado decenas y acaso centenares de copias de ella a parientes, amigos y conocidos míos en el Perú.” 


(Seix Barral, México, 1993)
        En El pez en el agua, Mario Vargas Llosa apunta que la simiente que luego derivaría en el furtivo casorio (menos de dos meses después de reencontrarla), comenzó a inocularse “a fines de mayo de 1955”, cuando la tía Julia, recién divorciada, llegó a Lima (de La Paz, Bolivia) a la casa de su tío Lucho y de su tía Olga, de quien era la hermana menor; que ella tenía 32 años y él 19 y vivía con sus abuelos maternos. Mientras que en la novela, la tía Julia también tiene 32 y “Marito” o “Varguitas” tiene 18 y por ende, se colige, es 1954, año en que se sucede la mayor parte de la obra, pues el último capítulo: el “XX”, es un epílogo que ocurre doce años después. En éste, el narrador, quien vive en Europa, ha retornado a Lima de vacaciones y busca datos para el libro que urde: “una novela situada en la época del general Manuel Apolinario Odría (1948-1956)”, lo cual es una elíptica alusión a su cuarta novela: Conversación en La Catedral (Seix Barral, 1969). En La tía Julia y el escribidor, su matrimonio con la tía duró “ocho años”; y un año después del divorcio, dice allí, “volví a casarme, esta vez con una prima (hija de la tía Olga y del tío Lucho)”. En La tía Julia y el escribidor, Mario Vargas Llosa no apunta el nombre de la prima hermana ni juega ningún papel, pero en El pez en el agua sí. Vale recordar, entre paréntesis, que se trata de su prima hermana Patricia Llosa Urquidi (nacida en Cochabamba, Bolivia, en 1945), su segunda esposa, con quien estuvo casado 50 años (hasta el 10 de junio de 2015) y con quien engendró tres hijos: Álvaro, Gonzalo y Morgana. Por ejemplo, en las anécdotas de 1952, cuando a sus 16 años Mario vivió en Piura, en casa de su tío Lucho y de su tía Olga, entre los meses de abril y diciembre, lapso en que trabajó en el periódico La Industria y cursó “el quinto año de secundaria en el colegio San Miguel”, lo cual, gracias al profesor de literatura y al director de la escuela, le permitió montar y dirigir su primer libreto teatral: La huida del inca, aún inédito, cuyo estreno ocurrió el 17 de julio de 1952 en el teatro Variedades. “El éxito de La huida del inca [apunta en la página 198] hizo que diéramos, la siguiente semana, dos funciones más, a una de la cuales pude meter a mis primas Wanda y Patricia de contrabando [Wanda tenía nueve y Patricia siete] , pues la censura había calificado la obra de ‘mayores de quince años’”.


Un joven anónimo y Mario Vargas Llosa de reportero en La Industria
(Piura, 1952)

         
Cartel del estreno de La huida del inca, libreto de Mario Vargas Llosa,
 sucedido 17 de julio de 1952 en el Teatro Variedades de Piura


Epígrafe de La tía Julia y el escribidor (Seix Barral, México, 1977)
Precedida por “El grafógrafo”, poema en prosa de Salvador Elizondo a manera de epígrafe (“El grafógrafo” es un poema en prosa dedicado a Octavio Paz que preludia el libro homónimo editado en 1972 por Joaquín Mortiz), La tía Julia y el escribir se desglosa en dos secuencias de capítulos alternos y paralelos e intercalados entre sí. En una serie se desarrolla la cotidianidad del joven Varguitas en Lima, quien vive con sus abuelos maternos; estudia derecho en la Universidad de San Marcos; escribe sus primeros cuentos y sueña con convertirse en escritor y vivir en París en una buhardilla. Pero además trabaja como rimbombante jefe de Informaciones de Radio Panamericana, donde tiene a sus órdenes a Pascual, un “redactor”, al que luego se le suma otro: el Gran Pablito, quien resulta analfabeto. Conoce y frecuenta a Pedro Camacho, un singular boliviano, de baja estatura y estirpe estrictamente literaria y fantástica, quien es el argumentista, el mero escribidor de las populares radionovelas que convierten a Radio Central en una boyante empresa que adinera los bolsillos de los Genaros (Genaro-padre y Genaro-hijo), mientras los actores y el personal radiofónico subsisten en las mil y una penurias. Tiene por amiguetes a su compinche Javier y a su prima la flaca Nancy, quienes lo apoyan cuando se sucede el subrepticio enredo amoroso con la tía Julia y cuando a escondidas de la tribu familiar se urde el casorio en un pueblo cercano a Lima: Grocio Pardo, donde el mísero y zambo presidente municipal da la pauta para enmendar la minoría de edad del novio.


El Negrito Sandía y la Negrita Cucurumbé
(Mario Vargas Llosa y Julia Urquidi Illanes)
Festival de Folclores de Cáceres, Extremadura, España
(Junio de 1959)
       La otra serie de capítulos son los argumentos de las radionovelas que escribe, graba y actúa Pedro Camacho (auxiliado por actores y técnicos cuya patética y risible traza y cotidianidad conforman otra radionovela dentro de la radionovelera novela), cuyo humor y tremendismo marcan la tónica de la obra. Esto es así porque si bien los radioteatros son una hilarante parodia de su temática kitsch, tremendista y truculenta, y del ampuloso y engolado vocabulario que supuestamente utiliza el escribidor al aporrear la enorme Remington en el otrora cuarto del portero de Radio Central, el propio Pedro Camacho semeja un patético y subterráneo personaje de una de sus radionovelas, ya por su decimonónico y raído porte imposible, manías de loco y obtusa conducta, por sus pobrísimas y mórbidas condiciones de subsistencia, porque empieza a perder la memoria y a confundir y a mezclar, en las radionovelas, los personajes y los argumentos. De modo que si había mostrado una creciente tendencia por los temas y finales tremendistas donde ocurren dramas, catástrofes y hecatombes, esto se agudiza aún más cuando se sucede y coincide con su propio colapso psíquico. Los Genaros, por ser Pedro Camacho una gallina de huevos de oro, lo internan en una clínica privada; pero luego lo confinan “al Larco Herrera, el manicomio de la Beneficencia Pública”. Si esto en sí es un triste final de radionovela, la vuelta de tuerca ocurre doce años después durante las susodichas vacaciones que Varguitas hace en Lima, ya divorciado de su tía Julia y casado con su prima hermana. Porque además de inesperadamente reencontrarse con sus otrora subalternos en Radio Panamericana: el Gran Pablito y el redactor Pascual, al ir a recoger a éste a la ruinosa y amarillista revista Extra en la que es “jefe de Redacción” y cuyos titulares, que Varguitas alcanza a leer, bien podrían haber sido temas de los radioteatros de Pedro Camacho (“Mata a la madre por casarse con la hija”, “Policía sorprende baile de dominós: ¡todos eran hombres!”, rezan), de pronto descubre que el otrora genial guionista y actor se ha transformado en otro personaje misérrimo, de lastimosa y caricaturesca pinta, psicótico y amnésico, quien además de vivir bajo el ninguneo de una horrenda prostituta argentina (“viejísima, gordota, con los pelos oxigenados y pintarrajeada”), es un simple y vulgar datero, sin un grumo de inteligencia e imaginación, que por llegar con retraso, además del regaño del libidinoso director, una tal Melcochita no pudo completar su crónica sobre “la llegada del Monstruo de Ayacucho”.
En este sentido, la lúdica mixtura de humor y tremendismo también está presente en la proclividad de Pascual, cuando en su papel de “redactor” del Servicio de Informaciones de Radio Panamericana, suele rellenar los espacios informativos con notas que hablan de catástrofes y muertes, por lo que Varguitas tiene que reprimirlo y controlarlo. Sesgo del que, no obstante, Varguitas no se libra, pues los primerizos cuentos que escribe (o intentar escribir) son de una índole parecida.


(Seix Barral, México, 1977)
         En resumen, La tía Julia y el escribidor, dado el protagonismo del joven Varguitas y sus coterráneos en la Lima de los años 50, es una novela bufa, muy juvenil, muy lúdica y divertida (y desbordada de ludismo y divertimento en los radioteatros), en la que Mario Vargas Llosa celebra la juventud y su propia juventud, y el mundo e inframundo de las radionovelas. Y así como tributa a la tía Julia de la vida real, también celebra a su querido tío Lucho, de quien en El pez en el agua, apoyado con muchos recuerdos y entrañables anécdotas, dice: “él sí que me parecía mi verdadero papá”. Pues amén de que el romance entre Varguitas y la tía Julia comienza a corporificarse la noche que ambos van, invitados por el tío Lucho y la tía Olga, al Grill Bolívar (un centro nocturno donde cenan y bailan) a festejar los 50 años del tío, en las radionovelas de Pedro Camacho tarde o temprano descuella un singular protagonista que tiene o llega a la cincuentena: “la flor de la edad”, y que por lo regular, tal lúdico y cantarín estribillo, posee “frente ancha, nariz aguileña, mirada penetrante, rectitud y bondad en el espíritu”.


Luis Loayza, Mario Vargas Llosa y Julia Urquidi Illanes
en el restaurante Tobogán durante su primer día en España,
luego de desembarcar en Barcelona
(Octubre de 1958)
        Ahora que si bien tal edad, en las radionovelas, refleja la edad de Pedro Camacho —tan evidente y especular como es su paulatina amnesia y psicosis y su recurrente odio a los argentinos (intrínseco meollo que se desvela en el capítulo “XX” cuando el lector descubre que la gorda argentina que lo tiraniza y demoniza ya era su mujer desde antes de instalarse en Lima)—, tal cincuentena y algo de su caricaturesco porte también parecen tributar al tío Lucho (“una nariz grande y unos ojos extraordinariamente vivos”), así como el hecho de que sea escribidor a toda costa y pese a todo. Es decir, en El pez en el agua, Mario Vargas Llosa cuenta que “el tío Lucho era aficionado a la lectura y de joven había escrito versos”, de los que “todavía recordaba algunos”, y que contemporáneos de su juventud “estaban convencidos de que la suya era una vocación de intelectual”. Ese año crucial de 1952, en Piura, en que el adolescente Mario vivió en casa de su tía Olga y de su tío Lucho, devoró toda la biblioteca de éste (que estaba en el cuarto que le asignaron para dormir); le leyó sus poemas, cuentos y La huida del inca; y el tío Lucho lo apoyó en su anhelo de “ser un escritor aunque me muriera de hambre”, diciéndole que “la peor desgracia para un hombre es pasarse la vida haciendo cosas que no le gustan en vez de las que hubiera querido hacer”.


Los dos únicos ejemplares que existen de su primera obra teatral
La huida del inca, escrita en Lima en 1951
y escenifica por única vez en Piura en 1952.
     Algo muy distinto del áspero y violento trato con que lo acosó su padre desde la niñez y al casarse con la tía Julia, según narra en sus memorias El pez en el agua, lo cual refleja, en la novela, la carta que a Varguitas le hizo llegar su progenitor y que bien pudo teclear Pedro Camacho en una de sus radionovelas con trágico, tremendo y explosivo final: 

La tía Julia y el escribidor
(Abril de 1959)
    “‘Mario: Doy 48 horas de plazo para que esa mujer abandone el país. Si no lo hace, me encargaré yo, moviendo las influencias que haga falta, de hacerle pagar caro su audacia. En cuanto a ti, quiero que sepas que ando armado y que no permitiré que te burles de mí. Si no obedeces al pie de la letra y esa mujer no sale del país en el plazo indicado, te mataré de cinco balazos como a un perro en plena calle’.

“Había firmado con sus dos apellidos y rúbrica y añadido una posdata: ‘Puedes ir a pedir protección policial, si quieres. Y para que quede bien claro, aquí firmo otra vez mi decisión de matarte donde te encuentre como a un perro’. Y, en efecto, había firmado por segunda vez, con trazo más enérgico que la primera.”


Mario y la tía Julia en la boda de Pepe y Margarita Guzmán
(Abril de 1959)


Mario Vargas Llosa, La tía Julia y el escribidor. Biblioteca Breve núm. 424, Editorial Seix Barral. 2ª edición mexicana, 1977. 448 pp.


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