martes, 8 de enero de 2013

Kitchen



Como agua para soñar en el más allá

Según Tusquets Editores, el verdadero nombre de la escritora japonesa Banana Yoshimoto es Maoko, quien en 1988, con 26 años, publicó en su idioma su primer libro: Kitchen, cuya traducción del japonés al español (editada por primera vez en octubre de 1991 en Barcelona) incluye la novela homónima y el cuento “Moonlight Shadow”, el cual escribió para ilustrar su tesis de licenciatura. Se dice que en Japón el libro obtuvo de inmediato críticas favorables y dos premios muy cotizados: el Kaien y el Izumi Kyoka; y lo que es más sorprendente: “¡más de seis millones de lectores!” 
Banana Yoshimoto
Tal vez en japonés la novela y el relato sean algo extraordinario y Banana Yoshimoto un monstruo narrativo a la altura de la precocidad y el talento del legendario narrador y suicida Yukio Mishima (1925-1970). Sin embargo y pese al bombo y platillo con que se anuncia y dora la píldora: es “hija del crítico literario Ryumei Yoshimoto, auténtico gurú de la literatura nipona en los años 60”, la traducción del japonés al español que hicieron Junichi Matsuura y Lourdes Porta exhibe un libro simplote, de ínfima calidad. Esto inclina a suponer que Kitchen, en el Japón, fue un fenómeno de ventas, una efímera burbuja, un best seller inflado por la exacerbada publicidad.
(Tusquets, 1ra. reimpresión mexicana,  1991)
Kitchen es el relato que hace Mikage Sakurai, una jovencita que abandona sus estudios de fotografía para emplearse de ayudante de una famosa maestra de cocina (la Chepina Peralta del Japón, con programa televisivo y viajes por el país). Sus padres fallecieron. Creció con sus abuelos. El abuelo murió cuando ella iba en la secundaria y la abuela acaba de morir. Es por esta dolorosa y elegíaca acumulación de pérdidas que su condición de solitaria y huérfana se agudiza y traduce en un continuo lloriqueo y sentimentalismo. Como padece de reminiscencias uterinas y umbilicales, se consuela y refugia en la cocina, especie de vientre y seno materno, puesto que siente que la alimenta, protege, arrulla y cobija con el calor y el zumbido que emite el refrigerador. Sólo allí puede dormir. 
Inducida por su nostalgia y búsqueda inconsciente opta por convertirse en cocinera, primero amateur y luego profesional. 
El desarrollo de Kitchen es poco atractivo. Se pierde en excesos melodramáticos: la conmiseración que la protagonista siente por sí misma, su martirio de soledad, su desasosiego existencial, el sentimentalismo, todo enmarcado por descripciones paisajísticas y atmosféricas de tarjeta postal que no envidiaría National Geographic
Su melodrama es parecido al de Eriko y Yuichi, dos personajes que durante seis meses se la llevan a su departamento para que no esté tan solita y se rehabilite. Eriko es el padre de Yuichi; pero cuando su esposa murió de cáncer y ante el dolor que implicó la pérdida del ser amado, renunció a ser hombre, se operó para convertirse en mujer y estableció un bar gay que funciona en la noche. 
Eriko, pese a que regresa a casa en la madrugada y con aliento alcohólico, es una madre modelo, responsable, educada, guapa, femenina, limpia, ordenada y amorosa. Y Yuichi, su hijo, es también un modelo de rectitud y buenas costumbres, no tiene problemas edípicos ni de identidad y se distingue por su actitud noble y gentil. Y así como observa una relación sana y aséptica con su madre transexual, del mismo modo la establece con Mikage Sakurai: se respetan en todo momento, guardan distancia, se quieren como hermanitos consanguíneos y se comportan como si no tuvieran impulsos ni deseos sexuales. Poco después, en el bar, un enamorado infeliz mata de una cuchillada a Eriko; y entonces es Yuichi el que padece la muerte de su padre-madre.
       Kitchen denota que Banana Yoshimoto podría ser una excelente guionista de agringados melodramas televisivos clasificación “B”. Fuera de la singularidad de Eriko, la obra no es maldita ni tiene intriga ni nada de morbosa maledicencia ni de vertientes eróticas iconoclastas. Es una noveleta aséptica que Eriko no utilizó para confesar su intríngulis o lo que escondía tras la metamorfosis transexual, y en cambio Mikage Sakurai se dio vuelo con sobredosis de afectación y cursilería. 
Hay en ella dos momentos que pretendieron ser mágicos y poéticos: uno es el hecho de que Mikage y Yuichi se encuentran en un mismo sueño que tuvieron por separado, arquetípica confluencia onírica que Borges desarrolló y varió más de una vez, por ejemplo, en sus cuentos “El otro” e “Historia de los dos que soñaron”. El otro momento es cuando por pura intuición, Mikage adivina el cuarto del hotel donde Yuichi se halla.
Banana Yoshimoto
       “Moonlight Shadow”, por su parte, es el relato de Satsuki, otra muchachita de veinteañera que, sin haber leído La separación de los amantes de Igor Caruso, padece insomnio e incertidumbres existenciales tras la muerte de su novio, su ser querido. Al igual que Kitchen, “Moonlight Shadow” chorrea lágrimas y elegiaca sensiblería. Y tanto en una narración como en la otra los electrodomésticos y las alusiones a las costumbres, hábitos de consumo, poses y utensilios que publicitan e instituyen los mass media no son más que pinceladas sociológicas sobre la estandarización y masificación de la conciencia y de la cultura, ineludibles e híbridas, puesto que ocurren en el industrializado Japón actual del entonces. 
“Moonlight Shadow” es o quiere ser una neovariación de un antiguo mito chino que la voz narrativa llama “fenómeno de Tanabata”, y que los traductores en un pie de página ilustran y resumen así: “Kengyusei y Shokujosei, dos amantes condenados a vivir separados por la eternidad, uno a cada lado de la Vía Láctea (en japonés, literalmente: ‘río del cielo’), pueden encontrarse una vez al año, la noche del 7 de julio. Por ello, esa noche se celebra en Japón la fiesta de la adoración de las estrellas, o fiesta de Tanabata”. En este sentido, en “Moonlight Shadow”, Urara, una joven de unos 25 años que se aparece como fantasma, es una especie de pitonisa que guía a Satsuki a un puente, el mismo donde ésta se encontraba y se despedía de Hitoshi, su fallecido novio, y donde lo vio por última vez; allí, bajo las favorables circunstancias cósmicas que ocurren una vez cada cien años, acuden a una hora precisa revelada por Urara. Ocurre el milagro, y Satsuki y Urara, cada una en un ámbito distinto, pueden ver por unos instantes a sus respectivos ex novios, quienes agitando la manita les dicen bye, bye desde el otro lado del río, antes de retornar al ámbito del más allá. 
Al mismo tiempo, pero en otro punto topográfico y sin que él sepa de qué alquimia celeste se trata, Shu, el hermano menor de Hitoshi, puede ver a Yumiko, su novia tenista que perdió la vida en el mismo accidente donde murió Hitoshi. El espectro o ectoplasma de Yumiko entra en la recámara de Shu, abre el armario y se lleva el vestido de marinero que usaba cuando vivía y que Shu, para no olvidarla y como para conjurar su regreso, solía usar ante el asombro o la incomodidad de quienes lo veían vestido de mujer. Pero nuevamente, fuera de estos interesantes rasgos sobrenaturales, el relato es un melodrama ramplón donde una serie de adolescentes y jovenzuelos escenifican su aprendizaje sentimental.
       Los traductores de Kitchen optaron por el español ibérico e incluyeron una serie de pies de página que contribuyen a la comprensión de ciertos vocablos y expresiones del japonés; sin embargo, les faltó anotar el significado de un buen número de palabras, sobre todo las que se refieren a la singular comida japonesa.


Banana Yoshimoto, Kitchen. Traducción del japonés al español de Junichi Matsuura y Lourdes Porta. Colección Andanzas (151), Tusquets Editores. 1ª reimpresión mexicana. México, noviembre de 1991. 208 pp.  






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